Luego de años de una actitud tibia respecto a la situación venezolana, es alentador que gran parte de la izquierda chilena considere por fin que Maduro es un dictador, que tiene sumida a Venezuela en una profunda crisis política, económica y social, junto con constantes y sistemáticas violaciones de los derechos humanos. Sin embargo, el actual rechazo a Maduro, con tan pocas vergonzosas excepciones, no deja de ser una actitud cómoda cuando ya casi todo el mundo lo hace, y la situación de ese país es de un dramatismo que conmueve. El 90% de las familias no tiene ingresos suficientes para comprar alimentos, el 80% no consigue alimentos para comprar, más del 60% se acuesta con hambre y 6 de cada 10 venezolanos han perdido aproximadamente 11 kg de peso en el último año. Y ni hablar del drama de la población como consecuencia de la escasez de medicamentos, la violencia y la inseguridad pública.

Más allá de la tragedia humanitaria, el tema de fondo es tener claridad de que Maduro no es la causa de los problemas de Venezuela, es parte de las consecuencias de décadas de políticas erradas. ¿O acaso Fidel Castro era igual de inepto e ignorante? No lo era, e igualmente llevó a su país a la dramática situación que se vive desde hace décadas. No es casualidad tampoco que todos los países que han seguido ese esquema de políticas hayan terminado en situaciones similares, como bien lo sabemos los que vivimos el Chile de la UP.

Maduro no está donde está por sus propios méritos, sino porque fue el candidato designado por Hugo Chávez. Por otra parte, la crisis económica es el resultado de las políticas implementadas por Chávez, y que si antes no llevaron al caos actual es porque él tuvo la suerte de contar con una década de excelentes precios del petróleo, que le permitieron financiar su política de gasto insostenible, implementada en conjunto con una sistemática destrucción del aparato productivo privado y de las instituciones. Basta decir que el precio del petróleo que se registró en los 14 años de gobierno de Chávez (en dólares de igual poder adquisitivo) fue 2,3 veces superior al de los 50 años anteriores, siendo Venezuela por lejos el país que más se benefició del boom de commodities de ese período. Los elevados ingresos petroleros permitieron un aumento muy significativo del gasto público, que pasó de un 28% del PIB en 1998 a un 40% en 2013, manteniéndose relativamente estable desde entonces.

El problema es que los ingresos fiscales no aumentaron, a pesar de boom petrolero, ya que la destrucción del aparato productivo privado pulverizó la recaudación tributaria, debiendo recurrir primero al endeudamiento externo, y ahora al financiamiento monetario y del narcotráfico. Esto a pesar de que el precio del petróleo en los últimos cuatro años sigue siendo el doble del registrado en la segunda mitad del siglo pasado. Por ende, el origen del drama actual viene de Chávez; Maduro ha mantenido sus políticas estatistas y sí ha debido exacerbar al máximo la emisión de dinero, ya que PDVSA fue exprimida al límite. Es cierto que el caos económico exige un durísimo control político, que se acrecienta día a día, pero cuyo origen viene de mucho antes. 

En definitiva, es muy fácil condenar hoy en día al gobierno venezolano, pero lo importante es constatar, una vez más, que un esquema socialista, que pone las instituciones al arbitrio del gobernante, siempre lleva al desastre. Muchos de los que hoy condenan a Maduro fueron entusiastas defensores del modelo económico y social, el llamado Socialismo del Siglo XXI, que hoy muestra sus nefastos efectos.

FOTO:CRISTOBAL ESCOBAR/AGENCIAUNO