Hace 30 años iniciaba mi vida profesional como economista, junto con sucesos que definitivamente cambiaron la historiadel mundo. En Chile nos encontrábamos ad portas del retorno a la democracia, luego de 17 años de un gobierno militar que había realizado profundas reformas económicas e institucionales, cuyos resultados colocaron al país  en un sitial privilegiado en América Latina.

Un poco después que Chile, y en forma menos radical, el gobernante comunista chino, Deng Xiaoping, también inició reformas hacia una mayor libertad económica, que estaban permitiendo un importante crecimiento económico en un país sumido en la pobreza. En 1989 se iniciaron las protestas de los estudiantes en Beijing, a las que se empezó a sumar población de otros grupos y ciudades, cuya demanda central era mayor libertad política.

Recuerdo con claridad mis pensamientos en ese entonces: “Lo que ocurre, tanto en Chile como en China, es que la mayor libertad económica es inconsistente con la falta de libertad política, los ciudadanos no sólo quieren tomar decisiones de consumo y producción, sino también quieren autodeterminarse políticamente. Chile está reiniciando ese camino de libertad política, y China debería seguir un camino similar”. Me equivoqué rotundamente, China sigue siendo una dictadura comunista, en que la libertad individual en vez de aumentar se sigue restringiendo, ahora a través de la extensión del llamado sistema de “créditos sociales”, método de control estatal destinado a premiar y castigar a los ciudadanos. El “Gran Hermano” orwelliano en toda la plenitud imaginable.

“Give me democracy or give me death” aparecía en los carteles de los jóvenes que protestaban en la plaza de Tiananmen. El gobierno chino prefirió darles muerte antes que mayor libertad política, y no sólo a ellos, ya que también desaparecieron de las esferas de poder aquellos líderes que estaban mostrando una mayor apertura a cambios políticos. Nunca se tuvo una cifra oficial de manifestantes asesinados por protestar pacíficamente, aunque se estima que pueden estar en torno a los diez mil según un documento recientemente desclasificado por la diplomacia británica. Hasta el día de hoy el gobierno chino no permite conmemoraciones de la fecha y en las semanas previas al 4 de junio se activa una poderosa maquinaria de censura que limpia cualquier referencia que haya en internet.

Algunos meses después de este trágico desenlace en China, en Alemania Oriental se derrumbaba el comunismo en una forma pacífica, sacando lágrimas de emoción en todo el mundo. El 9 de noviembre de 1989 cayó el Muro de Berlín, en lo que hoy se conoce como el Día de la Libertad, y que llevó al fin del comunismo en toda Europa. Varios de estos países hoy tienen proscrito al Partido Comunista por ser contrario a la democracia. He tenido la suerte de visitar en Berlín, Praga y Budapest interesantes museos que dan testimonio de los horrores del dominio comunista, al igual como se condena el holocausto nazi.

Sin embargo, el comunismo sigue presente en el mundo, nada menos que gobernando la que probablemente llegará a ser la primera potencia mundial “¡Pero si es un país capitalista!”, pensarán muchos. Efectivamente, China ha seguido un modelo económico de capitalismo de Estado, un modelo que ha subsidiado al capital por décadas, pero está muy lejos de ser una economía libre y, por supuesto, no lo es para nada desde el punto de vista político. Definitivamente no es un ejemplo digno de imitar, y debería ser una preocupación para el mundo libre la creciente posición de liderazgo que ha ido adquiriendo.

¿Cómo queda en este esquema nuestro Partido Comunista criollo? En un mar de contradicciones y falta absoluta de autocrítica. Primero, jamás ha aceptado el indesmentible fracaso del modelo de economía que defiende, que no ha traído bienestar ni progreso en ninguna parte del mundo. Pero tampoco se hace cargo de la evidente contradicción entre condenar la falta de libertad política en Chile durante el gobierno militar, y no decir nada respecto a la dictadura china, que se ha ido acercando a un modelo de libertad económica, con nula libertad política y evidentes violaciones de derechos humanos. ¿Ese es el modelo que defienden para Chile, o prefieren dictadura económica y política como en Cuba y Venezuela?