Este miércoles 30 de noviembre el Presidente Gabriel Boric realizó una afirmación histórica y política de gran contenido: “Si en el futuro lejano se nos recuerda a los Cariola, Jackson, Vallejo y Boric de la actual generación como hoy se recuerda a Aylwin, Frei, Leighton, Tomic, Fuentealba… sin lugar a dudas, habremos cumplido nuestro cometido”. El contexto de la declaración fue la inauguración del monumento al Presidente Patricio Aylwin (1990-1994), en la Plaza de la Ciudadanía.

La reflexión es una mezcla de diplomacia y de aspiración histórica, combina -desde el presente- una mirada hacia el pasado y una proyección hacia el futuro, un análisis sobre terceros y una introspección generacional.

En el plano de los hechos, es evidente que hay ciertos elementos comunes entre la generación falangista de 1930 -aunque estén ausentes los nombres de Manuel Antonio Garretón Walker y de Ignacio Palma Vicuña- y la de los jóvenes que lideraron las movilizaciones universitarias de 2011, que tenían a Camila Vallejo y a Giorgio Jackson como las voces más visibles, aunque haya sido Gabriel Boric el liderazgo que adquirió mayor proyección política. 

Falangistas y frenteamplistas (también los jóvenes comunistas) representan dos movimientos generacionales relevantes, aunque con trayectorias diferentes. Mientras los primeros debieron enfrentar un largo desierto de derrotas y malos resultados que se extendieron por veinte años, los segundos alcanzaron en una década la Presidencia de la República, símbolo de un proceso rápido y victorioso, propio de su forma de actuar y de comprender su misión en el Chile del siglo XXI.

En el plano político e ideológico hay enormes diferencias entre ambos grupos, con la clara excepción de su rechazo u oposición a la derecha, si bien con fórmulas distintas: la DC buscó acuerdos con el Partido Socialista en los años 80, pero dejando expresamente afuera al Partido Comunista, por su adhesión a regímenes totalitarios y su validación y ejercicio de la violencia. Por su parte Apruebo Dignidad ha incorporado a los comunistas desde la primera hora, y han considerado a la Democracia Cristiana un partido representativo del pasado, “amarillo” y contradictorio.

El caso de Patricio Aylwin es muy ilustrativo al respecto, a juicio del presidente Gabriel Boric. Cuando falleció el gobernante falangista, el entonces diputado por Magallanes escribió un interesante artículo en The Clinic, “¿Quién define lo posible?” (16 de abril de 2016). En ese texto se refiere a dos momentos históricos en la vida de don Patricio: en torno a los sucesos de 1973 y después de 1990. Sobre lo primero, Boric expresó: “Si tuviera que definirlo en una sola palabra, diría que Aylwin fue un personaje contradictorio. Contradictorio porque promovió el golpe de Estado del 11 de Septiembre y una vez consumado este lo justificó sin ambages, como también fue promotor de la recuperación de la democracia una vez consolidada la dictadura, más extensa y más brutal de lo que cualquiera se hubiera imaginado en los tensos días de 1973”.

En cuanto a la restauración de la democracia, la reflexión del actual gobernante también es lapidaria: “La élite concertacionista de principios de los ‘90s creyó que era más importante ponerse de acuerdo con la derecha, militares y empresarios, que llevar adelante el programa que ellos mismos habían comprometido. Optaron entonces por construir una política de los acuerdos que terminó por legitimar, en la práctica, el modelo que la dictadura había impuesto. La ‘operación legitimadora’ (el término es de Edgardo Boeninger) consistía en convertir el modelo neoliberal en la cancha donde se desarrollaría la política chilena de ahí en adelante”.

Por cierto, el discurso de este miércoles 30 de noviembre tuvo un tono diferente, en parte debido al cambio de circunstancias -hoy Boric es Presidente de la República-, a las necesidades de la política presente y, tal vez, a una modificación del propio pensamiento.

Ahora él y Apruebo Dignidad deben “llevar adelante [o dejar sin efecto, agrego yo] el programa que ellos mismos han comprometido”; seguir llevando al neoliberalismo a su tumba o “construir una política de los acuerdos”, como ha repetido el propio Boric varias veces en los últimos meses. También se aprecia una reinterpretación del Aylwin de 1973 y también de aquel de los años 80 y la Concertación; también una nueva definición y reflexión sobre “la medida de lo posible”.

El discurso tuvo un tono republicano, afectuoso, que destacó el interés que guió todo su actuar: el “bien superior de Chile”. El Presidente Boric tenía sobre la mesa algunos libros: la entrevista de Margarita Serrano y Ascanio Cavallo a Patricio Aylwin, titulado El poder de la paradoja. 14 lecciones políticas de la vida de Patricio Aylwin (Editorial Norma, 2006); La palabra esencial. Discursos inéditos 1934-1973 (Universidad Católica de Valparaíso/Fundación Patricio Aylwin, 2022) (al parecer también estaba sobre el podio El reencuentro de los demócratas, libro de Aylwin que cubre el periodo 1973-1990).

El tono republicano se pudo apreciar además en la presencia de los expresidentes Ricardo Lagos y Sebastián Piñera, el primero muchas veces omitido y criticado lapidariamente por la izquierda gobernante; mientras el segundo debió sufrir una oposición odiosa e implacable. El actual Presidente Gabriel Boric, quizá por la madurez en el cargo o por las necesidades políticas, hoy apela a la unidad, a los acuerdos y a una política “en la medida de lo posible”, aunque enfatizando que ello no significa inacción o falta de convicciones.

El cuarto Presidente presente -Patricio Aylwin, a través de su monumento- fue el principal homenajeado, reconocido y celebrado, a pesar de las contradicciones que reconoció el propio presidente Boric en su discurso.

A la luz de los sucesos de esta semana me parece necesario hacer dos reflexiones, sobre la actividad de los líderes políticos y sobre la acción y juicio de los detractores de las grandes figuras públicas. En ambos casos, me parece, se analiza muchas veces con precipitación, falta de mesura e incluso injusticia, lo que lleva a la larga a contradicciones y falta de coherencia. Esto ocurre especialmente cuando aprecia la labor pública, procurando encontrar en ella una radical unidad, casi filosófica, entre pensamiento y acción política; en los juicios sucede cuando se condena al adversario de forma extrema y sin matices, mostrando escasa capacidad de juicio sobre la realidad y pocas perspectivas sobre el futuro.

La política es una actividad muy dinámica y compleja. Es una actividad esencialmente práctica, aunque debe estar fundada en ideas sólidas y ciertas convicciones profundas, pero con capacidad de diálogo con otras visiones y actores que forman parte de la vida pública.

Sin embargo, debe existir una articulación entre política e ideas: el solo pensamiento es una actividad de naturaleza meramente académica o intelectual, mientras la política sin ideas es pura lucha por el poder, con la miseria que ello implica. No obstante, las ideas en la acción política se ven muchas veces complicadas por la realidad, por los votos, las mayorías parlamentarias, la situación internacional o el momento histórico, que van marcando las posibilidades reales del trabajo político. Eso, en la práctica, implica que al analizar a una figura pública podamos observar numerosas contradicciones entre sus ideas y su acción, o entre un momento y otro. Esto no elude el deber de actuar con coherencia, sino la obligación de comprender que esta no se da de forma matemática.

Por otra parte, es necesario repensar la forma de hacer oposición a un gobierno, de evaluar la acción de los adversarios políticos o de emitir juicios sobre los gobernantes y actores de otros tiempos.

Se puede ser crítico y discrepar, se puede y debe ser oposición cuando el pueblo así lo ha decidido, pero no corresponde ni la intransigencia ni las acusaciones despiadadas o lapidarias contra quienes discrepamos. La historia da muchas vueltas y esas acciones, habitualmente, llevan a dar vueltas de carnero, arrepentimientos tardíos, evaluaciones a posteriori sobre lo que debería haber sido una actuación correcta que no hicimos.

Algo de eso se aprecia en el discurso sobre Gabriel Boric, en la figura de Patricio Aylwin y en los claroscuros de la política chilena de los últimos cincuenta años.

Después de todo, tras nueve meses en La Moneda, es posible que el Presidente de la República ya haya comprendido que la vida y la política tienen muchas vueltas, cambios de escenarios, posturas contradictorias que, en su caso, le costarán pérdida de apoyos, sentimientos de traición y, con seguridad, un programa de gobierno truncado.

En cualquier caso es necesario tener claro que el recuerdo histórico es muy veleidoso, como los mismos comentarios de Boric sobre Aylwin lo muestran. Un día son amables, otro día acusatorios, la mayoría de las veces es solo olvido. En realidad, la exitosa generación falangista de la primera hora hoy vive en medio de un gran olvido, en el contexto de la muerte progresiva del proyecto político al que dieron vida. Algo parecido se puede decir de la generación que encabezó la transformación económica de Chile hace casi cinco décadas, la mayoría de ellos olvidados y criticados, pero poco destacados en sus logros.

Qué decir de quienes dieron vida al gremialismo y a la UDI -manifestación de otro movimiento generacional exitoso- cuyos fundadores y líderes también yacen en el olvido.

Por lo mismo, el Presidente de la República no debe preocuparse tanto de cómo será vista su generación en treinta o cuarenta años más, sino en cómo lo hará en La Moneda durante estos breves cuatro años: ahí quedará marcada buena parte del recuerdo social de la joven generación victoriosa, pero que ya ha ido acumulando derrotas históricas, pérdida de respaldo popular y replanteamientos que dan para pensar.

*Alejandro San Francisco es académico Universidad San Sebastián y Universidad Católica de Chile. Director de Formación Instituto Res Pública.

Académico de la Universidad San Sebastián y la Universidad Católica de Chile. Director de Formación del Instituto Res Pública

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