La última portada de la revista “Sábado” (El Mercurio) mostraba la foto de uno de los directores de cine más exitosos de nuestro país. Bajo el título “Los pecados de Nicolás López: el director sin filtro” aparecían palabras como “acoso laboral” y “abuso sexual”. En su interior, seis páginas daban cuenta de los fuertes testimonios de ocho mujeres que de alguna u otra forma fueron víctimas de conductas inapropiadas del cineasta. Las reacciones no se hicieron esperar y en pocos minutos el reportaje había destapado el que sería un “escándalo” de proporciones.

El caso de Nicolás López es, por antonomasia, un “escándalo”. La RAE define este término como “hecho o dicho considerados inmorales o condenables y que causan indignación y gran impacto público”. Para teóricos como el sociólogo John Thompson, estamos frente a “acciones o acontecimientos que implican ciertos tipos de transgresión, que son puestos en conocimiento de terceros y que resultan lo suficientemente serios para provocar una respuesta pública”. Pero no cualquier respuesta, sino aquella que pone en riesgo el prestigio, la confianza y la credibilidad de los que están implicados en eventos relacionados generalmente con temas de índole sexual y/o político.

La trama de este escándalo incluye un director exitoso, actrices hermosas y conocidas, fuertes acusaciones en medio de un desfile de estrellas. Un mundo de por sí atractivo donde prensa, televisión, radio y las nuevas plataformas se retroalimentan permanentemente luego de que unos de los medios más tradicionales de Chile -el mismo que publicó las acusaciones contra el director de televisión Herbal Abreu- levantara el manto de secretismo que protegía las conductas del cineasta. Tras la publicación del reportaje, López decide defenderse y lo hace a través de un video en Youtube -“Pude haber sido un jote e imbécil, pero abusador no soy”, declaró-, las denunciantes reaccionan en Instagram y sus declaraciones pasan a ser material de programas de farándula y noticiarios. Una lluvia de opiniones deja en evidencia que un suceso de esta índole es polisémico -al poder interpretarse de distintas maneras- e intertextual, ya que la información aparecida en un medio está relacionada con la de los otros, y así sucesivamente.

Y en esta vorágine se revela la cara más pragmática de un “escándalo de estrellas”: las ganancias para los medios. Espacios antes muertos en los matinales son ahora tribuna para opinólogos que atacan o defienden al director. Por ejemplo, Carola de Moras realizó la siguiente declaración en el espacio matutino de CHV: “Lo que yo puedo decir por mí, por lo que conozco a Nicolás, es que él, claro, es de tallas subidas de tono, de tallas que cualquier persona puede malentender, pero es su sentido del humor”. A los pocos minutos sus palabras estaban en los portales noticiosos. Luego de recibir fuertes críticas en redes sociales, la animadora realizó una aclaración sobre sus dichos –que nuevamente apareció en diversas plataformas- mientras Pamela Díaz festinaba con el impasse de la ex conductora del Festival de Viña. Así, en una suerte de plaza pública, toda clase de personajes tienen cabida y sus reacciones se reproducen en la intrincada red de medios tradicionales y digitales, donde los ciudadanos tienen voz y expresan abiertamente sus posturas. El rating sube, los índices de lectoría también. López deja de ser protagonista de las páginas de espectáculos y acapara titulares y portadas.

El “Caso López” aparece así como una novela en que cada capítulo entrega más antecedentes y suma nuevos actores. Una historia que evidencia las dicotomías que estructuran la realidad en la clásica lucha entre el bien y el mal, con héroes y villanos, con acciones consideradas aceptables y otras dignas de ser sancionadas. Y en este juego de blanco y negro es donde los medios de comunicación deben elegir entre una cobertura seria o una mediocre plagada de figuras que si bien hacen subir el rating o aumentan el número de lectores, terminan por enturbiar un trabajo investigativo acucioso y responsable.