“Libérate de los pensamientos y las palabras de otros, Mary. Encuentra tu propia voz”, le dijo William Godwin a su hija Mary Godwin Wollstonecraft —luego Mary Shelley—, autora de Frankenstein o el moderno Prometeo, antes de enviarla a estudiar a Escocia a sus 16 años para que desarrollara sus intereses por la lectura y la escritura. A partir de entonces, esta mujer -hija de una de las primeras feministas, Mary Wollsontecraft- emprendió un camino que la llevaría a encontrarse con su más honda verdad, y desde ese lugar, sublimar todo su dolor y miseria en el arte de una pieza literaria centenaria.
La película Mary Shelley (2017) recorre la historia de la escritora. En Escocia, Mary conoció a su futura pareja y marido, el reconocido poeta de la época Percy Shelley, de quien se enamoró y con quien comenzó una historia de pasión, amor y desórdenes que los llevaron a la ruina. Mary vivía convencida de que vino al mundo para ser abandonada, para estar sola. Su madre murió pocos días después de su nacimiento. La herida de esta pérdida se profundizó luego de perder a su propia hija tras de una noche de tormenta en la que huían con Percy de unos acreedores.
Antes de concebir la idea de su obra, Mary lidiaba con la interrogante sobre la posibilidad de que los muertos vuelvan a la vida. Soñaba reiteradamente que su hija revivía: “Anoche soñé con ella, que encendíamos el hogar, y el calor del fuego le devolvía la vida”, escribió en su diario.
Junto a su marido atravesaron tiempos tormentosos. Nada fue como imaginaron. Él pasaba noches alcoholizado y le era infiel. Ella sufría profundamente la muerte de su hija.
Fue en Ginebra, en la casa de Lord Byron, poeta referente del movimiento romántico británico, donde Mary gestó la historia de Frankenstein. Luego de días y noches de lluvias y tormentas eléctricas, alcohol, lujuria, desorden y poesía, Byron propuso a sus huéspedes, los Shelley y el doctor John Polidori, hacer una competencia en la que cada uno escribiera un cuento de fantasmas. Para ese entonces, Mary estaba sumergida en la miseria humana: “Ya no veo el mundo y su funcionamiento como lo veía antes. El dolor ha venido a nuestra casa y los hombres se me asemejan a monstruos sedientos de sangre del prójimo. Soy una imagen de miseria, de humanidad destruida, repulsiva a los ojos propios y lastimosa a los ajenos”, exclamó.
Pero fue de esa miseria de la cual surgió la historia del doctor que, obsesionado con el trauma y el dolor que le generó la muerte de su madre, creó un ser vivo a partir de órganos de difuntos. Pero lejos de lograr lo que esperaba -“un ser que no enferme ni envejezca, mejor que nosotros, más inteligente, civilizado-”, creó un monstruo excluido de la felicidad. “Yo era bueno, pero el dolor me ha vuelto malo. Hazme feliz, y volveré a ser virtuoso, pero pronto”, exclamó el monstruo. Así, el filme no solo muestra la vida de Mary Shelley, sino también da pistas del origen de Frankenstein, o el moderno Prometeo.
Al leer el libro Percy le sugirió a Mery que el doctor Frankenstein crease un ángel en lugar de un monstruo, para así dar un mensaje de esperanza y perfección a la humanidad. A lo cual Mary respondió: “Y qué sabes tú…? ¿Qué sabemos de la esperanza y la perfección? Mira a tu alrededor. Mira el desastre que provocamos. Mírame a mí”. Distinta fue la primera reacción de su hermana Claire: “Me pregunto cuántas almas comprenderán el tormento de tu creación”.
La película cierra tras la presentación del libro en la librería de William Godwin, cuando aún no se sabía nada de la autoría del mismo, pues se había publicado de manera anónima. Godwin, quien en su momento había enviado a su hija a encontrar su propia voz, ahora la reconoce como voz, sin saber que se trataba de su hija. Esta fue su reflexión sobre la obra: “Es una historia notable que reivindica la necesidad absolutamente humana de conectarse. Desde el momento en que la criatura abre los ojos, busca tocar a su creador. Pero él huye aterrado y somete a la criatura a la primera de sus muchas experiencias de abandono y soledad. Si Frankenstein hubiera podido tener con su creación, un gesto de compasión, un comentario amable, se habría evitado una tragedia”.
El film aborda también la temática del machismo y el feminismo. En una sociedad cerrada y rígida, Mary supo enfrentarse con fuerza, inteligencia y sensibilidad a editores que dudaban de que ella fuera la autora del libro por el hecho de ser mujer. Hay escenas también que reflexionan sobre el amor propio y la autosuficiencia femenina; el dilema del amor libre y la exclusividad en la pareja.
La película, dirigida por Haifaa Al-Mansour y protagonizada por Elle Fannig, es una buena antesala para ver otra, la de su obra: Frankenstein, el moderno Prometeo (1994). Ambas historias se conectan, se complementan y se orquestan, describiendo paralelamente y en conjunto a la humanidad más pura, en la que cohabitan una capacidad de amar inimaginable con un potencial odio destructor incontrolable. Una humanidad que quiere amar y ser amado, que sufre y se angustia, que se cae y que sostiene, que crea y destruye. Pero que siempre puede redimirse y sanarse ante la presencia de un otro que lo ama. Como le dijo el monstruo de Frankenstein a su creador en la película: “Sé que por la simpatía de un solo ser viviente, haría las paces con todos.”
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Frankenstein, o el moderno Prometeo está disponible en Netflix hasta el 31 de diciembre de 2021. Trailer aquí.