Las restricciones de movilidad nos han enfrentado sin piedad a nuestras casas, sus comodidades y también a sus limitaciones. Nos hemos vuelto más vulnerables y sensibles a la relación con nuestra familia inmediata, con la que muchos conviven y, para los que vivimos solos, muchas veces hasta con nuestros vecinos. Pareciera que siempre hay una víctima y un victimario. Es la sensibilidad exacerbada, empujada al límite, que ha dejado inevitablemente heridos en el camino.

Vivimos, además, momentos de polarización de convicciones que nos enceguecen y nos hacen intolerantes a discrepancias, opiniones adversas, robándonos la tan anhelada calma, en extremo necesaria para equilibrar emociones y pensamientos, para hacer más grata la vida y la convivencia.

¿Que son, entonces, las “cuatro paredes” que nos cobijan? Son nuestro principal refugio, nuestra conexión a tierra y a nuestro yo invisible, ese que se nos presenta desnudo y a cara lavada, al que no le contamos cuentos y nos enfrenta muchas veces a innumerables y variados tipo de realidades y sensaciones: satisfactorias, dolorosas, vertiginosas, amorosas, crueles, amistosas, cariñosas e inesperados etcéteras más…

Pero siempre hay una tabla de salvación: si no es el facultativo -psicólogo o psiquiatra-, es el desarrollo de ciertas habilidades para dominar demonios -ansiedad, soberbia, orgullo, tozudez, etc. Es indispensable despilfarrar paciencia, más todavía, ejercer empatía, embestirnos de tolerancia y en consecuencia ganarnos una saludable y sana convivencia, tanto dentro del núcleo familiar, como con personas en condición de extramuros -llámense vecinos-, con nuestro barrio, con nuestra ciudad y al final con todos los seres humanos con que nos toca relacionarnos. Sin embargo, tiene que ser un trabajo en conjunto, de todos con todos, no es unidireccional y eso es lo que no logramos entender aún.

Pareciera no haber relación, pero nuestras cuatro paredes, nuestra guarida, es primordial para encontrar la anhelada calma. Crear ambientes que nos hagan sentir cobijados, protegidos, donde nuestro espíritu descanse y se sienta a salvo… y, ¡alimentado! Vivir conforme -cuando, obviamente, las condiciones están dadas y para los que tenemos ese privilegio- se transforma en una herramienta de supervivencia sin límites. Incorporar muebles y objetos -que cumplan, algunos, los cometidos utilitarios- o quizás, reacomodar, cambiar de ubicación otros, puede significar un cambio sustancial. Vestir nuestras paredes, ya sea con pinturas, grabados, fotografías, imágenes que nos den placer; que nos traigan recuerdos; que nos trasladen hacia otras situaciones -viajes, momentos familiares, otras casas, ¿las de nuestra infancia quizás? Adaptar, por ejemplo, lugares para la lectura; desde El Peneca (¡¡para los de la 3ra edad!!), Condorito y la Mafalda -con su particular humor sabio- (Quino R.I.P.) hasta verso y prosa, dependiendo del momento y ánimo. Se me hace primordial oír música, ¡toda la música y a toda hora!, nada como unas buenas listas de Spotify, clásica, ópera, ¡la Callas por supuesto! Y, por qué no, una buena selección de pop para momentos de hacer ejercicio y hasta para ¡bailar! Utilizar la tecnología con el fin de aliviarnos en tareas odiosas; internet para nutrirnos de conocimientos, información y por sobre todo entretención y cultura disponibles. ¿Menos redes sociales? ¿Será posible? ¿Al menos dosificarla?

Y a no descuidar los oficios, ¡la manualidad!, el contacto físico con lo doméstico. Limpiar; cocinar -más si es para alguien y como demostración de amor y cariño-, usar el taladro o martillo para colgar un cuadro; cuidar una planta; comprar flores -tengo una amiga que sale a caminar a diario y va recolectando de casas vecinas ramas de podas para hacer fantásticos ramos verdes-; cuidar y alimentar a una mascota; restaurar un mueble; para quienes tengan las habilidades, dibujar, pintar, moldear algún material. En fin, son todas instancias de espacio/tiempo en que se expande, facilita y condiciona el cerebro a la reflexión, la introspección, la divagación. El dejar libre la mente, muchas veces en off, induce a menudo a que se produzcan “momentos eureka” (instante de creatividad tratado en una columna anterior) que inesperadamente nos vuelven mas asertivos, más lúcidos.

Si todos nos hiciéramos el propósito de pre-ocuparnos de nuestros hábitats, estoy seguro que la suma y resta de la ecuación, el costo/beneficio, sería insospechadamente satisfactorio y sanador. Punto de partida para recuperar la calma perdida, la confianza. Nuestras casas son el núcleo duro, donde se generan los lugares de encuentro y unión, donde nos enfrentarnos a nuestra propia imagen reflejada en su contenido, donde vemos realmente quienes somos y desde ahí, honestamente, tratar de relacionarnos con el prójimo, limpios, sin vestiduras políticas ni doctrinarias para poder lograr unirnos de una vez por todas con propósitos de bien común y en pos de una sana y próspera convivencia.