Lo primero a decir de esta cinta es que Antonio Banderas está extraordinario, en tono, fineza y lenguaje corporal.  Es su octava película con Pedro Almodóvar y recuerda la mítica “8 ½” de Fellini, aunque en un tono bastante más austero. Paradójicamente, Banderas protagonizó también el musical “Nine” en Broadway (2003).

“Cuando Dios le entrega a uno un don, le da también un látigo”, decía hace unos años en una entrevista  Almodóvar, y con esta cinta “dolor y gloria”, la número 21, se evidencia.

No es su autobiografía, es autoficción, un término nuevo para explicar una historia inspirada en algunos hechos reales, pero no totalmente; el autor ficciona partes de su vida: “No estoy seguro que sea mi alter ego, yo no he vivido exactamente las cosas del personaje, he estado en sus caminos, pero no siempre los he seguido en la misma dirección; nunca he vivido en una cueva ni me he enamorado de un albañil”, ha declarado el manchego, feliz por el éxito de crítica que ha tenido desde su estreno mundial en marzo.

La historia narra la vida de Salvador Mallo (un muy peludo Banderas), un exitoso director de cine, en estanco creativo por múltiples dolencias físicas, especialmente en la espalda y migrañas, sumadas a su soledad como una enfermedad más. La degradación física expuesta con una gráfica tecnicolor genial.

El escenario principal es el departamento de Mallo, íntegramente copiado del piso real en que vive Almodóvar, desde donde fueron trasladados sus muebles, cuadros y colección de singulares objetos, lo que da un atractivo extra de realidad, aunque la película en general es colorinche de más, especialmente en decorados y vestuario. Y es que, esta vez, su tradicional look chillón no va  acompañado de un guión exagerado, deschavetado, irónico o hilarante, entonces sobra un poco.

Acá, el tono es triste, melancólico, depresivo… de  reflexiones. Años luz de la chocante Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980). Es como si fuera una película de Almodóvar, pero con otro Almodóvar, maduro.

Salvador va recordando su vida desde su infancia pobre, como un niño despierto, amante del cine y de las historias… “¡Tú eres muy novelero!”, le dice su madre (interpretada de joven por Penélope Cruz y de mayor por Julieta Serrano, tres veces madre de Banderas en distintas cintas). Ambas por supuesto recuerdan a la madre verdadera, Paquita Caballero, el arquetipo con que Almodóvar ha modelado la psicología de muchos de sus personajes femeninos, según propia confesión.

Con ocasión de la restauración de su película “Sabor”, un hit ochentero en plena movida española, Salvador se reencuentra con su protagonista Alberto Crespo (Asier Etxeandia, el encantador modisto de la serie Velvet) con quien había terminado peleado. Este acercamiento después de más de treinta años lo lleva a repensar su carrera y a volver a la droga como evasión -heroína-, al tiempo que le entrega  a Alberto un monólogo llamado “Adicción” para que lo estrene en teatro. Esta obra cuenta otra parte de su pasado, la de una antigua e intensa relación de tres años con un argentino, Federico (Leonardo Sbaraglia), quien aparece como público, se reconoce en el personaje y va en busca de Salvador.

Este otro reencuentro lo emociona, pero lo centra, y hace a Mallo tomar decisiones para re-vivir.

Interesante el giro sobre el vacío y las pasiones. Quizás eso es lo que cuenta después de la sorpresa final, mientras escribe “El Primer Deseo…”.

Almodóvar en modo serio. 114 min. En todos los cines. Mayores de 14.

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