La economía chilena viene creciendo a un ritmo cercano al 2% al año desde mediados del año pasado y a mi mejor parecer no hay señales de que este magro resultado vaya a revertirse significativamente en los próximos meses, tal vez años. Como consecuencia del bajo crecimiento, el poder adquisitivo de los trabajadores, que hasta el 2013 crecía a un ritmo de aproximadamente 4% por año, ahora crece cero.

En un país dinámico tanto las utilidades de las empresas como los salarios de sus trabajadores suben. En ese contexto tanto trabajadores como emprendedores reman para el mismo lado. Ambos intuyen correctamente que cooperando pueden hacer crecer la empresa y con ello sus respectivos niveles de compensación. Cuando los países se estancan o crecen muy poco, como ocurre hoy en Chile, la pretensión de aumento de renta de los trabajadores se estrella con la necesidad de la empresa de reducir costos. De esta manera pasamos instantáneamente de la cooperación al conflicto.

Con la excepción de los conflictos laborales artificialmente orquestados por motivos políticos, como las huelgas de los puertos hace un par de años, la conflictividad laboral en Chile ha sido muy baja en los últimos 25 años. El número de huelgas es reducido y los trabajadores mayoritariamente declaran tener buenas relaciones con sus empleadores. Esto es consistente con un país que ha crecido a un ritmo promedio de aproximadamente 5% anual en el último cuarto de siglo.

Si el bajo crecimiento persiste y los salarios dejan de subir, lógicamente debiéramos esperar hacia delante mayores niveles de conflictividad en nuestra sociedad. Quienes han despreciado la importancia del crecimiento económico y creen que dotando a los sindicatos de mayores poderes resuelven de antemano la negociación salarial a favor de los trabajadores y con ello lograrán evitar los conflictos, se equivocan rotundamente.

Cuando el incremento de la compensación de los trabajadores de una empresa es solamente producto del poder de negociación que les otorgan las leyes laborales y no consecuencia del aporte de dichos trabajadores al crecimiento de dicha empresa, tarde o temprano las presiones salariales serán percibidas como expropiatorias por parte de los accionistas de dichas empresas. Cuando ello ocurra, los accionistas estarán dispuestos a pelear por lo que consideran propio y el conflicto estará asegurado.

Más aún, así como los trabajadores que se sienten mal compensados tienen todo el derecho de emigrar a otras empresas donde su trabajo sea mejor reconocido. De la misma manera, los emprendedores que sienten que el retorno de su inversión de tiempo, talento y capital les está siendo arrebatada injustamente, tienen la opción de dejar de emprender, dejar de invertir, dejar de contratar y en último caso llevarse su capital, su talento y sus ganas de emprender para otra parte.

De manera que la fatal combinación de bajo crecimiento económico e incremento del poder sindical a la que Chile se encamina a pasos agigantados, puede fácilmente convertirse en un círculo vicioso que nos lleve a un menor crecimiento y una mayor conflictividad laboral.

Cuando los países no crecen, la única manera en que sus ciudadanos pueden progresar es a costa de reducir el bienestar de sus compatriotas. En otras palabras, los países necesitan crecer rápidamente para invitar a su gente a trabajar por un futuro mejor para ellos y sus familias que se funde en un proceso creativo y no en la búsqueda, necesariamente conflictiva, de formas de arrebatarle a otras familias parte del fruto de su propio esfuerzo. A quienes todavía no hayan entendido esto, les recomiendo un pequeño repaso de la historia de América Latina en el siglo XX o unas breves vacaciones en Caracas.

 

José Ramón Valente, Foro Líbero.

 

FOTO: PABLO OVALLE ISASMENDI /AGENCIAUNO

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