Como casi todos los analistas, no vi venir a Donald Trump. Entró por mi punto ciego del espejo retrovisor y me lo encontré de frente, instalado en la Casa Blanca. Puedo culpar de mi error al sesgo liberal inobjetable de la prensa norteamericana, pero no puedo negar que olvidé la regla número 1: “It’s show business!” La política en general, y la americana en particular, es un espectáculo.

La campaña ya pasó, el error está cometido y cobrado. Y no aprender de él sería un segundo y más grave error, porque ahora se trata del Presidente del Mundo. Si los políticos no supieron leer bien a Trump, ¿entonces quién lo está haciendo? Las mejores respuestas vienen del mundo del espectáculo, la ficción y la entretención.

Derek Thompson, en la mejor explicación de Trump que he encontrado, dice que no es un político, sino un aspirante a magnate medial que resultó ser gobernante; y que en el Salón Oval no se siguen las normas de la política, sino que las tres leyes de la industria imperial de los medios de masas.

Primero, que toda franquicia exitosa es, fundamentalmente, un mito heroico. Si se recorre la vida de Trump se ve cómo construyó su perfil de superhéroe de rasgos faraónicos y megalómanos. Segundo, que la distribución es más importante que los contenidos. Olvídense de la filigrana del microtargeting que Obama elevó a la categoría de artesanía; Trump es un caso exitoso del poder del sistema híbrido de medios de comunicación, en el que usa una red social segmentada (periodistas y productores de medios) para llegar a millones de anónimos americanos-promedio. Y tercero, que en la industria de los medios, todo éxito de taquilla busca ser un monopolio. Esto es peligroso, porque “la democracia no fue diseñada para producir catarsis”, como las buenas obras dramáticas, “y las noticias nunca pretendieron ser una terapia”, dice Thompson.

Al gringo le cuesta comprender que su Presidente tenga rasgos de un populismo que a los latinos nos suenan familiares. Y como la realidad no les da respuestas, las buscan en la ficción. El auge en las ventas de novelas distópicas –un futuro terrible de terror totalitario– tiene a la cabeza, curiosamente, la novela “1984”, de George Orwell y no “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley. En la carta que éste envió a aquél tras leer su novela, le decía: “Yo creo que la oligarquía dirigente encontrará formas menos arduas e ineficaces de gobernar y satisfacer sus ansias de poder”. Era más fácil someter a la comunidad a través del placer narcótico de una pastillita imbécil que a través de un Gran Hermano político y totalitario.

Con todo, las novelas distópicas coinciden con partes de la realidad, pero no dan con el personaje Donald Trump. El que mejor vio esto es James McWilliams, quien descubrió que el juego de Trump es crear un mito. Un mito como lo entiende Roland Barthes, es decir, un artificio cultural sobre el origen y destino de un objeto –él como político– que aparezca como natural, bueno y necesario, al mismo tiempo que –y esta es la gracia y peligro de los mitos– oculta su carácter de constructo político deliberado.

Su pelo amarillo, eterno y siempre igual a sí mismo, es la parte visible del mito, lo natural, que se conecta con una promesa política naturalizada y desprovista de historia: “Yo haré grande a América, otra vez”. Esta transformación tiene el efecto místico de hacer pasar como natural un hecho perfectamente construido e intencionado, ocultando su calidad de manufactura.

Una característica de los mitos es que, una vez instalados, son muy difíciles de borrar o cambiar. Punto para Trump. Por eso Barthes dice que crear un mito exitoso es una suerte de coartada, “una muy convincente, en buena parte porque la gente no lo ve como un mito”, sino como el modo en que la realidad es, sin intervención ni interpretación intencionada de alguien.

¿Cuál podría ser el punto ciego de esta, mi nueva interpretación? Aventuro una posibilidad: Antes que empresario de la industria del espectáculo, Trump es un empresario. Y en este caso, quienes mejor lo leerán son los académicos del mundo de los negocios. ¿Qué me hace pensar que ellos estarán equivocados? Dos cosas: Que en Chile ya tuvimos un caso de empresario devenido Presidente (pero que a diferencia de Trump, tenía muchísima experiencia política) y que el mismo Trump desmiente a golpes de tweet a los analistas de Harvard.

 

José Agustín Muñiz Viu, periodista y magíster en Comunicación Estratégica UC

@jose_muniz

 

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