Pasando a gobernar en prosa
En una casa siempre se puede discutir cuándo ocurre que los diferentes aditamentos o agregados modifican tanto el original que se puede hablar de que se está habitando en algo nuevo.
La respuesta puede ser que la transformación decisiva ocurre cuando el dueño de casa emplea cada habitación para un uso distinto del que le dio en un principio, porque ahora están sirviendo para otra cosa.
En el caso del Gobierno es lo que ha ocurrido con la llegada de Álvaro Elizalde al ministerio Segpres. No sé qué nombre se le dará en el futuro en la primera (y efímera) etapa con la que se inauguró este Gobierno, lo único que sé es que en ella predominó la poesía.
De hecho, Boric recitó en reiteradas ocasiones los poemas de su gusto en entrevistas y discursos. Se amoldaba bien al momento que se vivía. La cantidad de golpes y contratiempos experimentados hizo que la lira del bardo fuera reemplazada por algún objeto más contundente apto para la defensa.
A la mayor victoria electoral de la izquierda en la campaña presidencial, siguió la mayor derrota política con el triunfo del Rechazo. Así que se pasó del predominio de la izquierda que había predominado en la campaña presidencial a la búsqueda del equilibrio político en el gabinete.
Si alguien cree que ese equilibrio político se mantiene tiene que entregarnos la fórmula mágica para mantener la ingenuidad, pese a toda la evidencia. Ahora el equilibrio se rompe en beneficio de la prosa, del predominio de lo práctico y del Gobierno en la medida de lo posible y de lo negociable.
Gabriel Boric es un pragmático domiciliado en la izquierda y Álvaro Elizalde es un pragmático domiciliado ahora en La Moneda y encariñado con ese lugar; lo demás es secundario.
Este es el cambio que produce la decantación de la administración Boric y que define la forma de gobernar que la va a caracterizar hasta el final de sus días. Lo característico de esta nueva y definitiva fase, es que, al principio, quienes dirigían el Comité Político llegaban a acuerdos con la oposición porque no quedaba otra, ahora pasamos a una nueva situación en que al encargado de realizar esta labor le encanta su trabajo, es lo que sabe hacer y sus interlocutores no podrían estar más encantados de la misión que le tocará desempeñar.
Durmiendo con el enemigo
Álvaro Elizalde tiene plena conciencia de lo que se espera de él. Al aceptar el cargo dijo escuetamente que espera “poder contribuir a tener un diálogo fructífero con todas las instituciones, y particularmente en el Congreso Nacional”, lo que suena a humildad franciscana, pero que no es otra cosa que exactamente lo que se propone.
Ocurre que este es un Gobierno que es minoría, al que no le va a ir bien en la próxima elección de Consejo Constituyente y que está cada vez más consumido por las exigencias de la administración.
De hecho, se observa un cierto agotamiento a los dos lados de la frontera. La coyuntura política asemeja a un par de viejos boxeadores en el último round dándose golpes más por inercia que por convicción.
El cansancio colectivo se explica por tres circunstancias. Primero, porque ya todos se convencieron de que no hay manera de obviar a los contendores y que la gobernabilidad depende de llegar a acuerdos reiterados. Segundo, porque las coaliciones políticas han perdido capacidad de ordenar a sus filas, cada cual, por motivos distintos, pero sufriendo igual de desorden. Tercero, porque la campaña presidencial se ha hecho muy presente en la oposición y las directivas partidarias se dan cuenta que es más fácil llegar a acuerdo con Boric que alinear a sus presidenciables.
De modo que cada cual tiene sus objetivos claros, sabe perfectamente cómo moverse para conseguirlos y los más cercanos se encargan de hacerle difícil la existencia. No se desplazan con la agilidad de una gacela, sino con el esfuerzo de un buzo en tierra.
Desde el punto de vista del Gobierno, no hay función más importante que saber concretar acuerdos con la oposición, ni puesto más importante que el encargado de liderar las negociaciones. Si esta es la fuente del poder real, es aquí donde se encuentra su epicentro.
¿Por qué la oposición puede encontrar como algo bueno este arribo? Por la más sencilla de las razones. Como presidente del Senado, Álvaro Elizalde lideró el acuerdo nacional que le dio continuidad al proceso constituyente. El gobierno respiró con alivio y la oposición sonrió con satisfacción. Espera que esta costumbre continue.
Para tener éxito Elizalde no tiene que hacer algo distinto de lo que ya ha realizado. Es un desempeño muy pragmático, puesto que respeta estrictamente las relación de fuerzas reales en el sistema político. Si con pragmatismo se va curando, pragmatismo le seguiremos dando.
En la derecha, los presidenciales están primeros en la fila
Marcando un poco las tintas se puede decir que la derecha parlamentaria también necesita a alguien como Elizalde. En la oposición va a tener el control quien muestre más logros en la negociación con el gobierno.
En caso contrario lo que va a acontecer es que la competencia desatada por la presidencia hará que la agenda opositora tienda a hacerse ingobernable, por la creatividad mostrada por los candidatos más perfilados que son todos alcaldes.
No recuerdo muy bien qué dice el dicho respecto del camarón que se duerme, pero estoy seguro de que la dirigencia partidaria y parlamentaria de Chile Vamos no se quiere encontrar en su situación.
Además, esta no es la única amenaza que se cierne en el horizonte. Republicanos ha hecho de la intransigencia su camino al predominio dentro de la oposición. Y la intransigencia se potencia por la falta de resultados.
En la derecha están todos de acuerdo en lo que hay que hacer, pero no así en quién encabeza al sector. Por eso hay mucho consenso en los propósitos y una difícil coordinación en las acciones. La propuesta de “diálogo integral” dada a conocer por Chile Vamos es bastante confusa, pero es motivada por la necesidad real de tener una respuesta efectiva por parte de La Moneda.
Ahora pueden tener una cierta garantía de tener un alma gemela en Palacio, que los comprende y los escucha con una sonrisa. Se entiende, entre pragmáticos las buenas maneras se cuidan.