Parece haber un gran acuerdo sobre lo dañino que ha sido para la democracia la fragmentación del sistema político partidista en Chile. La multiplicación del número de partidos con representación en el Congreso y la facilidad con la que se pueden formar partidos políticos ha contribuido a empeorar la calidad de la democracia.

Como si eso no fuera lo suficientemente malo, la derecha política -que a menudo se jacta de promover la institucionalidad y la responsabilidad- también ha caído en el juego de la multiplicación de partidos. Porque no hay razón para que existan cuatro partidos de derecha en el país, ese sector debiera dar una señal de responsabilidad y seriedad y debiera avanzar decididamente hacia una reducción en el número de partidos que existen en el sector.

Como en cualquier otro mercado competitivo, el campo de los partidos políticos enfrenta desafíos de oferta y demanda. Las reglas electorales en vigor en Chile son demasiado permisivas y, por lo tanto, resulta muy fácil formar un partido y competir en una elección.

Si bien es importante que haya oportunidad para que entren nuevos actores a competir, cuando las barreras de entrada son muy bajas, la cantidad excesiva de actores dificulta la decisión que deben tomar los votantes sobre cuál partido apoyar. Con nombres que no dicen mucho (Partido de la Gente -como si un Partido de la Élite tuviera alguna chance de sobrevivir en una elección) a nombres que no expresan diferencias entre partidos (Revolución Democrática versus Partido por la Democracia -dos nombres que objetivamente buscan la ambigüedad ideológica), la oferta excesiva de partidos termina confundiendo a los electores.

La facilidad con la que se pueden formar partidos en Chile facilita la aparición de partidos de oportunistas y de partidos formados por díscolos. Como todo pastor que alguna vez fundó una iglesia puede testificar, cada vez que se forma una nueva comunidad de fe, llegan rápidamente aquellos que fueron separados de sus comunidades anteriores por ser demasiado problemáticos. Los partidos nuevos a menudo terminan convirtiéndose en vehículos que sólo sirven para avanzar las agendas individuales de líderes personalistas.  

Desde la perspectiva de los electores, no está claro que haya demanda por tantos partidos. Igual que cuando uno va a un supermercado y el exceso de oferta de productos similares termina por confundir y frustrar al potencial cliente, la sobreoferta de partidos contribuye a que los votantes se alejen de los procesos electorales. Nadie quiere ver un debate televisivo con candidatos de 10 partidos cruzando acusaciones y compitiendo por quién hace la promesa más radical. Es más, aquellos que quieren ver los debates terminan frustrados cuando hay demasiados candidatos y se dificulta el debate.

Parte de la responsabilidad del problema actual está en el sistema electoral. Cuando se escogen ocho diputados en un distrito, cualquier partido puede aspirar a alcanzar un escaño sumando poco más del 10% de los votos. La promesa de mayor diversidad en el Congreso que se asocia a la representación proporcional termina siendo una realidad de una fragmentación que facilita los extremismos y reduce la capacidad de los electores para hacer que los políticos rindan cuentas.

Pero el que haya leyes permisivas no significa que todos tengan que inevitablemente portarse mal. El hecho que haya cuatro partidos de derecha en Chile -UDI, RN, Evópoli y Republicanos, por orden de fecha de fundación- refleja un desorden y una falta de disciplina que en muchos países del mundo es patrimonio de la izquierda más que de la derecha. Precisamente porque las diferencias ideológicas entre los partidos de derecha en Chile son mucho menos importantes que las diferencias entre las personalidades que lideran algunos partidos, no se entiende por qué la UDI y Republicanos son partidos distintos o por qué Evópoli insiste en forjar un camino propio cuando RN ofrece suficiente amplitud ideológica para que los liberales en lo valórico y pro-mercado en lo económico se sientan en casa.

Es cierto que hay matices, pero los partidos no tienen por qué reflejar todos los colores del arcoíris. La gente prefiere que los partidos reflejen los colores primarios y que el resto del arcoíris se manifieste en la diversidad de facciones internas. 

En la elección del 7 de mayo, la derecha va a sufrir un castigo al haberse presentado en dos listas. Incluso si al sector le va bien, los datos mostrarán que le hubiera ido mucho mejor de haberse presentado en una sola lista. 

El virus de la fragmentación política que hoy aqueja a Chile explica también la multiplicación de partidos en la derecha. No hay grandes diferencias ideológicas entre los cuatro partidos que hoy reclaman la defensa de los valores y principios del sector. Es cierto que hay matices, pero como quedó claro en la elección de segunda vuelta de 2021, cuando se trata de enfrentar a la izquierda más radical, la derecha rápidamente supera sus diferencias. 

La democracia chilena en buena medida está en esta compleja situación de incertidumbre y fragmentación porque la derecha no ha sabido valorar más lo que une a sus partidos que aquellas cosas que los separan. Mientras la derecha no marque el rumbo y avance hacia la reducción en el número de partidos, difícilmente podremos esperar que los otros partidos del espectro político avancen también hacia una consolidación que permita reducir la fragmentación del sistema político chileno.

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Patricio Navia

Sociólogo, cientista político y académico UDP.

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