Jaime Antúnez: República de niños y tiranía
Después de lo que vi el miércoles 15 en la Cámara de Diputados, fijé los ojos en La República, de Platón, libro VIII: “¿No resulta luego forzoso que en una ciudad así lo de la libertad se extienda a todo? ¿Y que penetre, amigo mío, en las casas particulares y que la anarquía acabe implantada hasta en los animales? (…) Porque, sabes, creo acaban por no preocuparse siquiera por las leyes escritas o no escritas, para no tener absolutamente ningún amo”.
De modo clarividente se ha advertido en muchas páginas de opinión acerca del problema que supone la suma de iniciativas parlamentarias que se cursan, no sólo aquellas deliberadamente inconstitucionales. Algunas de enorme gravitación moral y polarizadoras de la opinión ciudadana, a la vez que ajenas a la emergencia sanitaria que azota al mundo y a Chile, en magnitud no vista por generaciones. Se augura que sus promotores quieren avanzar a “río revuelto”, aprovechando el estrés que viven las personas y las instituciones.
Es una actitud que, llevada a cabo de modo sostenido, puede llegar a verse como un tipo de asonada, que se suma a las muchas amenazas que de diferentes lados apuntan en nuestro tiempo contra la pervivencia de la democracia.
Todo, y al mismo tiempo, unos se empeñan -como si la familia tuviese aún pilares en que apoyarse- en mermar del modo que sea la patria potestad, promoviendo sea la participación de niños menores en manifestaciones (hoy signadas por la violencia sin control) o en el muy discutido proyecto de Educación Sexual Integrada (ESI). Otros ven llegado el momento en que pase, en medio del torbellino, el “matrimonio” igualitario. Los más audaces y concertados, amedrentando a los débiles, promueven un “resquicio” que, según muestra la casi unanimidad de los especialistas, causa un grave daño a la ya maltrecha economía e incluso a los bolsillos que reclama beneficiar; sobre todo, da un golpe a la legalidad institucional del país que la máxima autoridad estaría obligada a interceptar.
Sobre ese telón de fondo, alguien, haciendo uso de un montón de paciencia, pudo sentarse el miércoles 15 a ver las cinco horas de catarsis en la Cámara de Diputados, seguidas por una votación y las consabidas manifestaciones. Confieso que acometí ese esfuerzo con el deliberado propósito de constatar en directo aquella realidad de fondo que va siendo la preocupación de muchos. Finalizado el ingrato ejercicio, no tuve en realidad otra ocurrencia que dar soporte al espacio psíquico -para tener la sana tranquilidad de no estar mal- y abrí entonces las páginas de un clásico, La República, de Platón, libro VIII. Comparto unas líneas en que fije la atención:
“¿No es el deseo insaciable de aquello que la democracia define como su bien lo que igualmente acaba con ella?”, se pregunta. Y así ensaya responderse: “Una ciudad gobernada por un régimen democrático, sedienta de libertad, si tropieza con malos escanciadores y se emborracha de vino puro más allá de lo conveniente, entonces castiga a sus gobernantes si éstos no se muestran muy blandos y no le proporcionan la libertad en abundancia, acusándolos de ser despreciables y partidarios de la oligarquía. Y a los que obedecen a quienes gobiernan, los cubre de fango diciéndoles que se someten gustosos a la esclavitud y que no son nada; en cambio, alaba y rinde honores en privado y en público a los gobernantes que asemejan gobernados y a los gobernados que asemejan gobernantes”.
Vuelve entonces el maestro de la Academia, a vista de lo descrito, a preguntarse y discurrir: “¿No resulta luego forzoso que en una ciudad así lo de la libertad se extienda a todo? ¿Y que penetre, amigo mío, en las casas particulares y que la anarquía acabe implantada hasta en los animales? (…) Porque, sabes, creo acaban por no preocuparse siquiera por las leyes escritas o no escritas, para no tener absolutamente ningún amo”.
¿A qué alude Platón con esto? ¿A dónde esto conduce? Sigue el diálogo y se describen las realidades resultantes de lo anterior (y verificamos, con espanto, que no estamos tan distantes) siendo éste el cuadro a que refiere: “A que un padre se habitúe a hacerse semejante a un niño y a temer a sus hijos, y un hijo a un padre, de manera que, para ser libre, no sienta respeto ni temor hacia sus progenitores”. Y luego, ¿qué más? “En tal situación sucede eso y otras pequeñeces por el estilo: el maestro tiene miedo de sus alumnos y los adula, y los alumnos rebajan a sus maestros y cuidadores. En suma, los jóvenes imaginan ser sus mayores y rivalizan con ellos en las palabras y en los hechos, mientras que los ancianos se ponen a la altura de los jóvenes y se llenan de buen humor y ganas de bromear, imitándolos para no parecerles desagradables ni despóticos”.
Concluye entonces su parte el creador de la Academia de Atenas, convenciéndonos que no hacemos un mal juicio ni discurrimos al margen de la lógica y la prudencia. Y que no estamos equivocados en lo que tememos: “Pues este es, amigo mío -dice en La República– el origen, tan hermoso y vigorosamente joven, a partir del cual se crea la tiranía”, la cual “a causa de la permisividad esclaviza por completo a la democracia”.
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Mag., MPhil & PhD Polar cantabrigiensis -
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Profesor Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales. Universidad de los Andes. Socio Trino Consultores
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