Los seres humanos tenemos memoria corta. Nos acostumbramos rápido a las nuevas circunstancias y se nos olvida cómo eran las cosas sólo unos años antes. Hoy nos cuesta imaginar un mundo sin Twitter ni Whatsapp, y mucho más aún cómo era el Chile de hace sólo 30 años.

En las últimas tres décadas las condiciones de vida para la gran mayoría de los chilenos han mejorado considerablemente. El porcentaje de chilenos que vive en condiciones de pobreza ha disminuido desde cerca del 40% de la población a aproximadamente el 14%. Sin duda alguna hay todavía muchos compatriotas con variadas necesidades, pero a diferencia de lo que ocurría en los años 70, los chilenos que pasan hambre y no tienen con qué cubrirse del frío prácticamente han
desaparecido. La mortalidad infantil ha caído de 33 por cada mil nacidos vivos a sólo seis; el número de jóvenes que accede a la educación superior ha aumentado de tan sólo 200 mil al año en 1990 a más de 1,2 millón anual el 2013. En los 70, los créditos de consumo no existían y los créditos hipotecarios eran sólo para un puñado de familias privilegiadas. Hoy pueden acceder a ambos la gran mayoría de las familias chilenas. El 2013 cerca de nueve millones de chilenos pudieron tomar vacaciones fuera de sus casas y el número de celulares superó los 20 millones, es decir, más de uno por cada chileno. Seguramente pocos recuerdan que a principios de los 80 todavía había que esperar varios meses -y pagar sumas astronómicas- para conseguir una línea telefónica.

El alto crecimiento económico que Chile ha exhibido desde mediados de los 80, que promedia poco más de 5% por año y no tiene parangón en nuestra historia, es transversalmente reconocido como el principal responsable del frenético mejoramiento de las condiciones de vida en nuestro país. Y no podría ser de otra manera. En 1985 Chile era todavía un país de apenas US$ 5 mil per cápita y se ubicaba debajo del promedio de América Latina. Hoy, con cerca de US$ 20 mil, Chile es el país de mayor ingreso per cápita de la región.

Hay quienes critican a los economistas por utilizar majaderamente el PIB per cápita como una medida de bienestar. Por lo mismo, me he dado la molestia de introducir en esta columna con otras medidas del bienestar de los chilenos. Sin embargo, para los que aún permanecen escépticos, quizás sea interesante considerar que Chile no sólo es hoy un país de ingresos relativamente altos; de acuerdo a las Naciones Unidas nuestro país también se ubica en el selecto grupo de las naciones que califican como de alto desarrollo humano. De hecho, Chile ocupa el lugar 41 de 187 países, lo que denota un nivel muy alto.

¿Y la desigualdad?, se preguntarán algunos. Bueno, la desigualdad es alta en Chile y siempre lo ha sido. La buena noticia es que los países de alto ingreso tienden a ser menos desiguales. De hecho, los tres países más pobres de la OCDE: Chile, México y Turquía, son también los que muestran mayores índices de desigualdad. Por otro lado, gracias al mayor acceso a la educación, a la creación de millones de nuevos puestos de trabajo y al incremento de los salarios, la desigualdad en Chile está disminuyendo en forma bastante significativa en los últimos años. De manera que perseverando en la creación de riqueza, Chile será también capaz de financiar más y mejor educación y más y mejores puestos de trabajo, con lo cual la desigualdad irá paulatinamente acercándose a la que observamos en los países desarrollados.

Con todos estos antecedentes en mano, los mismos que han hecho que el desarrollo chileno de los últimos 30 años sea estudiado, copiado y admirado por académicos y políticos de todo el mundo, no cabe más que asombrarse cuando el lunes pasado nuestra Presidenta, en conversación con el ex presidente de EEUU, Bill Clinton, señala que Chile es un país que crece, pero el crecimiento no ha servido para mejorar el bienestar de sus ciudadanos. Es más, de acuerdo a lo expresado por la Presidenta, los chilenos estaríamos cada vez peor.

La gravedad de lo expresado por la Presidenta no parece haberse ponderado en toda su dimensión en nuestro país. Por ejemplo, si de acuerdo a la Mandataria el crecimiento no mejora la calidad de vida de los chilenos, entonces la diferencia entre crecer al 5% anual, como lo hacía lo economía chilena hace tan sólo un año, o crecer al 2% al año como crece actualmente la  economía chilena, sería del todo irrelevante. Por otro lado, la Presidenta fue enfática en señalar que iba a seguir adelante con su programa de reformas. Obviamente no cabe otra interpretación que concluir que, independientemente del daño que las reformas que quiere impulsar este gobierno pudieran hacer a la capacidad de crecimiento del país, la Mandataria las va a impulsar de todas formas, total el crecimiento económico no mejora el bienestar de los chilenos.

No sabemos si los dichos de la Presidenta son por desconocimiento o descuido, pero una cosa está clara: ellos revelan en toda su dimensión el desdén de esta administración por el crecimiento económico y la creación de riqueza como elementos importantes para elevar el bienestar de los chilenos. Como dicen mis amigos abogados, a confesión de parte, relevo de prueba.

 

José Ramón Valente, Foro Líbero.

 

FOTO: DAVID VON BLOHN/ AGENCIAUNO

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