Basta pensar en nuestros asépticos parques-cementerios para darse cuenta que en nuestra cultura la muerte es una realidad que se disimula y se esconde; se le quita la mirada. Al menos hasta antes de la pandemia.
Basta pensar en nuestros asépticos parques-cementerios para darse cuenta que en nuestra cultura la muerte es una realidad que se disimula y se esconde; se le quita la mirada. Al menos hasta antes de la pandemia.
En “Nicanor Parra, rey y mendigo”, el escritor Rafael Gumucio presenta una biografía poco tradicional del antipoeta, el hombre impredecible e inclasificable que usó su arte como “una máscara perfecta porque tenía la misma forma de su rostro”.
Parece indudable que —excepto para unos pocos— la demanda de las tres causales fue sólo el primer paso para avanzar hacia el aborto libre. Sin embargo, eso fue negado de modo sistemático, aduciendo supuestas campañas del terror de los movimientos contrarios al aborto.
La historia pareciera rebelarse ante cada intento de fijar sus horizontes, no sólo porque atentan contra la libertad de toda acción humana, sino sobre todo porque su interpretación es tan compleja que resulta difícil predecir el sentido que tendrán los hechos que en el presente nos sorprenden tanto.
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