Una partícula de aliento parecía mantenerla aún con vida. Las constantes salidas públicas de ex ministros para advertir que las cosas estaban haciéndose mal y debían corregirse; cierto espíritu de cuerpo, de haber sido parte de algo importante; y la opinión inteligente de varios de sus intelectuales, cuya desazón imagino aumentó especialmente esta semana.

Nada de eso está vigente ya, ni el suspiro de vida, ni el olor. Murió la flor la noche del miércoles, cuando el ex Presidente Ricardo Lagos responsabilizó a la Presidenta Bachelet de los errores más emblemáticos de la Concertación: Transantiago, el tren, una tasa de interés usurera para el Crédito con Aval del Estado. Y terminó pisoteada a la mañana siguiente por un José Miguel Insulza exultante en su rol de eventual presidenciable, devolviéndole a Lagos uno tras otro los reproches y las ironías, cerrando así de una manera algo triste décadas de una relación que, a los ojos de Chile, parecía construida sobre el respeto y la vocación pública.

Muchísimo más importante que quién fue el responsable de políticas que, efectivamente, trastornan hasta hoy las vidas de millones de chilenos, es que Lagos e Insulza hayan admitido esos severos errores. Y, luego, que muy lejos de rearmar un relato de centroizquierda con señales de moderación, o más hacia el centro, el ex Presidente y el Panzer —así como todas las opciones mencionadas hasta ahora como sucesores de Michelle Bachelet—, ofrecen continuidad y aún más izquierda de la que ya hemos tenido en estos años.

Lagos propone más impuestos para las empresas, la vieja y prácticamente única fórmula de progreso que entusiasma a la izquierda; y cada vez que se le pregunta por algo que no se hizo en su gobierno, culpa a la herencia de la “dictadura”, con el discurso cómodo del Sí y el No. También avisó en la entrevista en Megavisión que no tiene una sola acción en la Bolsa de Comercio de Santiago, cuando se esperaba algo más interesante en su fórmula de diferenciarse del ex Presidente Sebastián Piñera, no la consigna inspirada en una lucha de clases 3.0.

Insulza, por su parte, dijo el año pasado que apoyaba todas las reformas de Bachelet y marcó esta semana su punto de partida mostrándose opositor al lucro en la educación, pública y privada (debate aún pendiente, porque nadie ha demostrado que afecte la calidad). En su trayectoria a la cabeza de la OEA no digamos que marcó un punto y aparte con Venezuela, el emblema de la izquierda latinoamericana del siglo XXI.

De Alejandro Guillier no es mucho lo que puede decirse en esta materia, porque no le conocemos propuestas y sus opiniones sobre los problemas más relevantes del país son hasta ahora generalidades. Pero digamos, al menos, que varios líderes del PC han explicitado su simpatía, así que podemos sacar una primera conclusión: al centro no se va a correr.

Vaya semana para la izquierda. En menos de 48 horas, Guillier diagnosticó de Alzheimer al ministro del Interior, Insulza se subió al bote de los presidenciales y Lagos le pasó una larga cuenta a Michelle Bachelet.

Mientras todo eso pasaba, terminaba de morir la Concertación, tras dos años y medio de agonía, desde marzo de 2014. Tal como el senador Quintana advirtió, en la puerta de la mismísima Moneda, venían todos montados en una retroexcavadora.

 

Isabel Plá, Fundación Avanza Chile

@isabelpla

 

 

FOTO: FRANCISCO FLORES SEGUEL/AGENCIAUNO

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