Hace sólo tres semanas, en este mismo espacio, sostuve que el Partido Socialista se había bajado del programa presidencial, llamando al gobierno a finalizar las reformas y, con ello, había dado políticamente por concluida la actual administración. Pocos días pasaron para que la propia Presidenta tuviera que adoptar la misma decisión y, luego de un extenso consejo de gabinete, reconocer que en la situación actual de la economía es imposible seguir con los cambios, como se concibieron y comprometieron. El primer sacrificado en el altar de la realidad fue la gratuidad universitaria y, por ello, el primer grito doliente provino de Camila Vallejo.

Pero la Presidenta tiene el desafío de conciliar dos objetivos incompatibles: reactivar la economía y mantener unida a la Nueva Mayoría. Lo que empezamos a ver el viernes es el inicio de lo que anticipo como un gran ciclo de la ambigüedad, de las declaraciones interpretables en uno y otro sentido, de actos que definiría genéricamente como llamados “revolucionarios al orden”. El desafío político que plantea la decisión recién hecha pública es seguir dos años y medio con un gobierno instalado entre Tongoy y Los Vilos; en algo vago, impreciso, que no es reformista ni verdaderamente continuista; que no desecha el programa, pero tampoco lo impulsa; que sigue declarando su compromiso encendido con la igualdad, pero se mueve con fría decisión hacia las condiciones que permitan a los “ricos” volver a invertir. Un gobierno que, aunque no entusiasme, intentará que tampoco se haga insoportable para ninguno de sus adeptos.

¿Es mejor esto que lo que teníamos? Sin duda es mejor, pero no es suficiente. El problema de fondo sigue instalado, el elefante sigue adentro de la cristalería, y por más que lo sentemos en un rincón y le pidamos que no quiebre nada, lo seguiremos viendo; tal vez en la inocuidad del sueño, pero temiendo que en cualquier momento vuelva a despertar.

Lo que el gobierno y la Presidenta no quieren o no pueden reconocer es que sus reformas son incompatibles con la inversión y, por lo tanto, con el crecimiento. Que el discurso de que este país necesitaba cambios estructurales, porque el modelo “neoliberal brutal” lo tiene al borde del estallido social es una ilusión creada por la ansiedad ideológica de sus promotores.

Las explicaciones que empezaremos a escuchar tienen algo, una cierta reminiscencia de aquellos voceros estalinistas de los viejos tiempos de la guerra fría, que culpaban a la realidad de no estar a la altura de sus adelantados proyectos: “la sociedad no estaba preparada”, “fuimos demasiado rápido”, “quisimos hacerlo todo al mismo tiempo”. Ese es el tipo de interpretación y mea culpa que viene por delante, que es algo así como pedir perdón por ser demasiado bueno.

Dejar el programa de lado, por ahora, lo más que puede generar es una cierta e incipiente recuperación del ánimo, pero también, sólo por ahora. Partamos por decir lo obvio, las decisiones de inversión relevantes para el 2016 ya están tomadas; entonces, la pregunta es si este cambio de giro, este movimiento desde el campo de las convicciones al de las ambigüedades, pondrá en movimiento la economía para el 2017. Probablemente sí, pero no mucho; el elefante –o el programa, como usted prefiera llamarlo- seguirá en el rincón de la cristalería y en cualquier momento puede despertar; habrá que ver lo que pasará en las próxima municipales, quiénes se perfilarán como presidenciables, cuáles serán los pactos para el 2017. Nadie se arriesgará a poner muchos platos y copas en las estanterías, mientras los responsables no tomen la decisión de sacar definitivamente al paquidermo de la cristalería.

Nadie puede quedarse demasiado tiempo entre Tongoy y Los Vilos y, me temo, dos años y medio con tres elecciones es efectivamente demasiado. Este segundo semestre puede capearse mediante la ambigüedad, pero el próximo año la presión por moverse en alguna dirección será insoportable. Probablemente el liderazgo presidencial que se imponga en el oficialismo marque el sentido del movimiento y volvamos a vernos en medio de la misma discusión y los mismos temores que hoy. El elefante sólo está dormido, tiene el sueño muy liviano y hay demasiados interesados en despertarlo.

 

Gonzalo Cordero, Foro Líbero.

 

 

FOTO:CRISTOBAL ESCOBAR/AGENCIAUNO

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