No hay peor estrategia que la de intentar victimizarse cuando uno ostenta el poder. La actitud defensiva que ha tomado la convención constitucional —el órgano que tiene el poder para redactar las reglas que regirán la convivencia democrática del país en los próximos años— refleja la equivocada lectura de muchos de sus miembros respecto a su posición relativa en la sociedad. Como parte de la elite gobernante —y diseñadores de las instituciones futuras de Chile—, los miembros de la Constituyente pueden provenir de orígenes diversos. Pero, hoy por hoy, constituyen uno de los estamentos más poderosos de la elite nacional. Porque las estrategias de victimización de quienes tienen el poder rara vez suelen ser exitosas, la convención constituyente debe hacerse cargo de sus responsabilidades y no buscar apuntar a otros lados por la baja aprobación popular que tiene su gestión.
Desde que iniciaron sus funciones el 4 de julio de 2022 —hace ya 8 meses—, muchos convencionales han demostrado haber aprendido rápidamente las malas costumbres que tienen a menudo las elites. En semanas recientes, ante diversas críticas por su accionar o por las decisiones que ha venido tomando la convención, varios de sus miembros han emitido declaraciones destempladas e inverosímiles sobre los criterios que se deben usar para evaluar el desempeño de la convención. Algunos convencionales, como el vicepresidente Gaspar Domínguez, han pedido que se suspenda el juicio sobre el desempeño de la convención hasta que esta termine su trabajo. Domínguez ha dicho: “me parece absurdo y deshonesto, intelectualmente, llamar a rechazar algo que no está escrito. Tenemos que mirar el resultado”.
Esa declaración solo refleja una concepción equivocada de la democracia y una incapacidad de entender cómo funciona la rendición de cuentas. Si un presidente que lleva ya la mitad de su periodo en el poder hubiera dicho algo parecido, la lluvia de críticas no se hubiera hecho esperar. La evaluación de la convención, o la decisión de las personas de aprobar o rechazar el texto de la nueva constitución, se va construyendo a medida que la gente evalúa el proceso. No importa solo el contenido de la constitución, también importa el proceso. De hecho, una de las críticas más poderosas contra la constitución de 1980 es que su origen fue resultado de un proceso ilegítimo. Muchos de los miembros de la convención constitucional han destacado el hecho que la composición paritaria de género y con presencia de representantes de los pueblos originarios (o preexistentes a la conquista de los españoles) como evidencia de que el proceso en sí también importa. Luego, reclamar porque la gente está descontenta con el proceso o porque algunos llaman a votar Rechazo a partir de su reprobación al desarrollo del mismo sería negar que el proceso importa.
Domínguez fue electo casi accidentalmente en otro de los lamentables espectáculos de descoordinación de la convención. Si de por sí ya parecía innecesario que la convención tuviera elecciones de mesa dos veces durante sus 12 meses de funcionamiento, la forma en que se produjo la elección de la segunda mesa desnudó la falta de liderazgo y dirección política en la entidad. ¿Qué fue de Elisa Loncón? Después de dirigir la mesa por 6 meses, la voz de la convencional Loncón ha desaparecido, como subrayando que su presidencia fue más bien un saludo a la bandera —o al Wallmapu— más que una validación de un liderazgo sobre sus pares.
Es verdad que el texto final de la convención todavía no se termina de redactar. Pero ya hay decenas de normas que serán parte de la propuesta de constitución que entregue la convención. Para algunos, bastará discrepar profundamente de algunas de las normas ya propuestas para que se decidan a favor del Rechazo. Igual que cuando uno va a firmar un contrato, basta que una cláusula sea inaceptable para optar por no firmar el contrato. Otros optarán por votar Rechazo precisamente porque discrepan del proceso en sí, independientemente del contenido que vaya a tener la nueva constitución (ese fue, por cierto, un argumento que muchos usaron para apoyar el reemplazo de la constitución actual).
Por cierto, las encuestas siguen mostrando un mayor apoyo al Apruebo que al Rechazo en el plebiscito de salida. Esas mismas encuestas muestran una creciente desaprobación al trabajo de la convención. Pero como los suegros que pueden no querer a la nuera embarazada, pero que ansían que pronto nazca su nueva nieta, la gente todavía parece convencida de las bondades de aprobar una nueva constitución —aunque, como se desprende de lo que piensa Domínguez y otros convencionales, sería absurdo y deshonesto llamar a votar Apruebo a una constitución que todavía no se ha escrito.