Con la aprobación del Comité de Ministros se selló la suerte de un nuevo relleno sanitario —un basural— en la comuna de Til Til. En palabras del intendente Claudio Orrego, era “el único lugar de la región donde se podía desarrollar un proyecto de estas características”. Además de las críticas por la altísima concentración de actividades similares en esa comuna, también cabe preguntarse por la escasa influencia de la comunidad local en las decisiones políticas que se toman en Santiago.

Y es que muchas veces Til Til ha sido la alfombra bajo la que se esconde la mugre santiaguina, desde el asesinato de Manuel Rodríguez hasta esta última, pasando por relaves mineros y planteles de cerdos. Mientras tanto, los ministros no tienen que oler ni ver la basura; están cómodos en los amplios salones de La Moneda, donde las medidas de compensación en abstracto funcionan. Y es que la idoneidad abarca mucho más que el cumplir una serie de requisitos en el checklist. Es probable que la cualidad más importante de la zona es que está cerca de Santiago, pero lo suficientemente lejos como para ver ni oler nada.

En este caso aparece con mucha claridad la penosa realidad del “poder de los sin poder”, de cómo hay un conflicto grave cuando la autoridad política toma decisiones que traen consecuencias importantes en la vida de las personas, sin su participación. Esto demuestra la necesidad de tener una sociedad civil robusta, no sólo como grupo de presión —que ciertamente es necesario–, sino, ante todo, como un espacio de desconcentración efectiva del poder. Es vital incorporar la idea de que las comunidades deben tener maneras de ejercer facultades decisorias en materias que involucran el desarrollo local, a fin de evitar controversias como ésta y mejorar la calidad de vida no sólo presente, sino hacia el futuro.

Así, el modelo de desarrollo del país debe tomar un rumbo diferente, partiendo desde la base de comunidades empoderadas, que son los primeros afectados –y responsables– de organizar la vida social. Lo anterior es todavía más importante en un país que cuenta con una amplia diferencia geográfica, demográfica, social y cultural; todos factores relevantes que deben entrar en la balanza de burócratas en la toma de decisiones. La mayoría de las veces no se conoce la realidad local ni tampoco el complejo equilibrio en que descansa.

Para lograr una efectiva desconcentración del poder, hay que buscar que el aparato burocrático se simplifique y transfiera facultades a órganos no estatales y a las comunidades locales. Urge disminuir la enorme cantidad de tareas duplicadas entre servicios del Estado y luego encomendar su realización a instituciones privadas sujetas a un estricto control de transparencia. Sabemos que las decisiones de los órganos gubernamentales tienen consecuencias no sólo para el propio órgano que decide, sino que sobre todo para los gobernados, y que, por tanto, se debe establecer una serie de mecanismos que permitan a las personas influir en esta toma de decisiones; poniendo énfasis en la rigurosidad del buen funcionamiento del sistema, y creando mecanismos de control en caso de que la administración se extralimite en sus funciones. Así, la sociedad civil podría influir en la dirección del Estado, y no a la inversa, como se pretende muchas veces.

Una sociedad civil empoderada limita el impacto de las malas decisiones del gobierno, es un seguro eficaz contra las retroexcavadoras. Con esta mala decisión, donde una localidad soporta más cargas de las que parecen razonables, se vulnera la posibilidad de los ciudadanos de construir su futuro. El relleno sanitario puede estar en Til Til. La basura está en Santiago.

 

Rodrigo Pérez de Arce, coordinador de Cultura de FPP

 

 

FOTO: RODRIGO SAENZ/AGENCIAUNO

 

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