Conocí a Kevin hace algunos meses, el destino hizo que compartiéramos unos días juntos. Desconozco el diagnóstico preciso de su condición, sólo sé que es uno de los miles de niños que día a día se atienden en los centros que la Teletón tiene repartidos por Chile.

Por ser chonchino, Kevin tiene que viajar con su mamá o abuela cada tres meses a Puerto Montt para llegar a rehabilitación, el recorrido en bus se demora cuatro horas.

La historia de Kevin reúne todas las características para salir al aire este 28 o 29 de noviembre, pero es probable que no aparezca en pantalla. Eso no es lo importante, tampoco es importante que él viva tan lejos de un instituto de rehabilitación, porque de alguna forma su familia hace un esfuerzo para que él reciba una atención de lujo. Lo importante es que Kevin, minuto a minuto, supera las barreras físicas para integrarse plenamente en su entorno.

En estos días serán muchas las voces que se levantarán en contra de la iniciativa de la Teletón chilena, valiéndose de un documento que critica a la iniciativa mexicana. Dirán que la ONU recomienda no seguir con el modelo donde personas libres se organizan para ayudar voluntariamente a las personas con discapacidades físicas.

Estoy seguro de que a Kevin y a su familia no les interesa eso, sus vecinos nos alegramos con cada logro en su rehabilitación, con cada paso que da cuando se levanta de su silla de ruedas, y no nos preocupamos de lo que diga o deje de decir la ONU en Nueva York.

Teorizar a favor o en contra de la Teletón desde la comodidad de un escritorio es bastante fácil; conocer lo que hace la fundación, aunque sea tangencialmente como me ha tocado verlo con Kevin, cambia la perspectiva de la crítica o el apoyo; eso marca la diferencia.

Mientras el sistema público de salud es un pozo sin fondo cuyos presupuestos aumentan exponencialmente año tras año y su calidad empeora en proporción inversa, en la Teletón los recursos no se entregan por ley: un tercio lo donan las empresas y lo restante las personas que van al banco a entregar voluntariamente su aporte. La fundación, por tanto, se debe esforzar en hacer un correcto uso de esos recursos y a la vez prestar el mejor servicio. Si lo anterior no sucede, perderán la legitimidad que se han ganado en los más de 35 años de existencia, la gente dejará de aportar y Kevin no recibirá la rehabilitación que necesita.

A algunos les molesta que una institución de la sociedad civil libre, que respeta la autonomía individual y que a nadie obliga a donar, tenga una gestión exitosa. A algunos les molesta que Kevin se atienda en ella desde que nació y no haya tenido que estar en una lista de espera eterna, como las que conocemos en el sistema público de salud.

 

Javier Silva, Director Ciudadano Austral.

 

 

FOTO:MIGUEL ANGEL BUSTOS/AGENCIAUNO

Deja un comentario