El domingo, después de votar, me saludó por Whatsapp una amiga italiana. Nos pusimos a conversar sobre la elección en curso. Le comenté que estaba muy poco optimista, dado el bajísimo nivel de la política chilena de los últimos meses. Utilicé a la Divina Comedia para graficar esto. Le dije que íbamos por el cuarto círculo del infierno, yendo decididamente hacia abajo. Ignoro el efecto que esta imagen produjo en ella. Lo que sí me contestó es que estaba muy atenta a estas elecciones, dado que las consideraba “un experimento muy interesante”. Mi respuesta no se hizo esperar. “Los experimentos son interesantes cuando no eres el ratón del laboratorio”, retruqué. Le hizo gracia mi ocurrencia. A mí no tanto la realidad que escondía su comentario, hecho con la mejor de las intenciones.

Recordé la ubicua efigie del Che Guevara, que tanto gusta en Europa. Me refiero a la versión que hiciera Jim Fitzpatrick de la célebre foto que le tomara Korda en 1960, que se repite hasta el hartazgo en poleras, pósters, graffiti y todos los formatos visuales que uno pudiera imaginar. Es que desde la comodidad de una bien surtida casa o departamento, en una bonita ciudad o pueblo europeo, resultan apasionantes las revoluciones latinoamericanas. Esas que jamás importarían al viejo continente, para no echar a perder sus estados de derecho, que tanto esfuerzo le han a costado a numerosas generaciones conseguir. Las mismas que son adecuadas para sudacas, que nacen y mueren en el realismo mágico de una región tan linda como brutal, que todo lo soporta.

Más tarde, ese mismo día, observé con asombro los resultados de las elecciones del fin de semana. Recordé lo lindo que era ir a votar sin la preocupación que me había acompañado esa mañana, en ese ambiente cívico tan cordial de los locales de votación de antaño, que no pude sentir en esta oportunidad. Pensé en ese Chile dialogante que desaparecía ante mis ojos, el de la larga transición que nos dio los mejores años a una generación que creció en dictadura, con una desagradable sensación de temor. La así llamada democracia de los acuerdos no pudo o no quiso ver que muchos chilenos quedaban fuera de sus bondades. Liderados por los agitadores y oportunistas de siempre, estos hoy se quieren tomar revancha del país que los relegó al tercer panel de nuestro jardín de las delicias.

La pantalla de mi televisión, debidamente complementada por la de mi teléfono, me traían ese domingo sorpresa tras sorpresa. Pulverizada, la ex Concertación se vanagloriaba de “la derrota de la derecha”, como si estuviéramos a mediados de los ’90 y no existiera esa izquierda extrema, que antes se conocía como extra-parlamentaria (o sea, fuera del sistema), y que ahora se tomaba cada uno de los escaños que no supieron retener. Como es habitual en la Concerta, cero autocrítica. La derecha histérica, como acertadamente la llama un amigo, reaccionaba como usualmente lo hace: apavorada, buscando culpables en quienes estuvieron por el Apruebo, como si el plebiscito de octubre pasado no hubiera demostrado con creces que el Rechazo nunca fue una opción realista para una constitución desahuciada un año antes, entre otrora tirios y troyanos.

Al día siguiente, me llegó por Whatsapp, a través de uno de los chats en que participo, un video de Tomás Vodanovic, el recientemente electo alcalde de Maipú. Es de hace unos ocho años. Verlo me sorprendió muchísimo. Es por lejos la persona mas interesante que he escuchado en el último tiempo. Inteligente y sensible, en ese video nos recuerda un par de verdades incomodas, dichas con la sonrisa prístina de quien cree realmente en lo que hace, pues predica con lo que practica. Ex alumno de un colegio católico, de una congregación que no se caracteriza por su sentido social, Vodanovic creó junto a otros jóvenes de su mismo origen socio-económico la corporación “Formando Chile”, que promueve la educación de estudiantes de escasos recursos. Viviendo en La Pincoya, en una casa comunitaria abierta a los niños y adolescentes de esa comuna, Vodanovic y sus amigos hicieron una linda labor al norte de Santiago, que hoy continúan otros.

Lo suyo no es nuevo. Son muchos los jóvenes del barrio alto que se han ido a vivir a poblaciones y que han trabajado denodadamente en actividades parecidas. La fundación “Techo” es un buen ejemplo de estas iniciativas, financiadas por medio de donaciones particulares. El problema es que son siempre pocas, sobre todo en un país en el que el estado se ha desatendido demasiado de la educación, salud y transporte públicos, como pueden dar fe los millones de chilenos que los sufren día a día. Si hubiera más iniciativas como “Formando Chile”, otro gallo nos cantaría. Viendo el video de Tomás Vodanovic, no dejaba de preguntarme por qué personas como él, que antes habrían ido a parar a la Iglesia o a un partido de centro, por poner un par de ejemplos, terminan actualmente en la izquierda más dura; la del simplismo radical, del resentimiento y del odio, la que solo trae enemistad y miseria ahí donde gobierna.

¿Qué nos queda ahora? Volver a conversar. Por irónico que suene, es el único rumbo posible en ambientes polarizados, como el nuestro. Hacerlo es tarea de todos. La empatía no es una debilidad, ni el diálogo una capitulación. Muy por el contrario. No se a ustedes, pero los intransigentes, vociferantes y otros mal bichos me tienen francamente cansado. El conflicto que promueven únicamente conduce a la destrucción y al sufrimiento. Sin conversar no vamos a alcanzar acuerdos, y sin estos no tendremos una nueva constitución, ni paz social. No esperemos que sean otros los que empiecen a hacerlo.

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