Algo huele mal en Barrio Italia, el vecindario hípster donde tiene su sede el partido Revolución Democrática (RD). Desde aquel tweet del diputado Garín, los bonos de esta tienda han caído estrepitosamente, y sus dirigentes se han visto obligados a ensayar las más enrevesadas explicaciones para justificar una práctica que suena, al menos, cuestionable.

¿Qué es lo que molesta realmente de la conducta de RD? De partida, que hayan tratado de pasar como donación algo que evidentemente no lo es. Al parecer, nadie en RD le ha tomado el peso a esto. Las disculpas por mal utilizar el término han sido tibias (apenas un “pudimos ser más claros”), y más aún, algunos insisten en la insalvable tesis de la donación: hace algunos días, Catalina Pérez, presidenta de RD, se defendió argumentando que —legalmente— donar es transferir algo de forma gratuita e irrevocable. Curiosamente, pese a ser abogada, olvidó mencionar que el Código Civil agrega una pequeña frase en la definición de donación: ésta debe ser siempre realizada “a otra persona”.

En la misma línea, algo que también molesta profundamente es que el embaucamiento haya provenido de quienes supuestamente llegaron al Congreso para cambiar “las viejas prácticas de los señores políticos”. El relato de RD se ha basado en una moralina pontificadora, y el caso de la supuesta donación es quizás el ejemplo más palpable. Tal como enseña Marcel Mauss en su célebre “Ensayo sobre el don”, desde las sociedades arcaicas, el hecho de hacer regalos le ha otorgado prestigio al donante, lo que se traduce en un status de superioridad. La utilidad de esto para RD es evidente: dicho status es muy apreciado para quien busca ostentar puesto de autoridad; la donación, por tanto, es más rentable que la transferencia electrónica.

Un tercer elemento que no podemos dejar de mencionar es el hecho de que ni siquiera el total de lo “donado” va a un fondo común, sino que una parte no menor se deposita en las cuentas personales de los aportantes. Esto es algo que debiera molestar a quienes desde la izquierda han demonizado por años la capitalización de fondos individuales. Paradójicamente, la práctica de RD justifica la existencia de las AFP: si puedo ahorrar en mi cuenta personal para una futura campaña, ¿por qué no podría ahorrar para mi jubilación?

Con todo, el mayor problema que enfrentan hoy los líderes de RD es que con sus torpes prácticas abrieron tantos flancos que no tienen quién los defienda. No sólo han perdido relato, sino también valiosos apoyos. Y lo peor es que, a medida que se acerque el próximo ciclo electoral, irán perdiendo cohesión interna, cuando tengan que decidir la forma de adjudicación de los fondos recaudados, o deban enfrentarse a un posible financiamiento de terceros, pese a que —según ellos mismos han señalado— idearon la figura de depósitos ideológicamente falsos para no depender de terceros.

Aún quedan muchas dudas sin resolver, y probablemente no encuentren respuesta en el mediano plazo. Lo único que queda claro es que, al mostrar la peor cara de la política, la señal que ha dado RD ha sido ni tan de revolución ni tan democrática.