Está claro que el mundo cambiará significativamente tras esta pandemia. Cambiarán por ejemplo los procesos productivos, con una intensificación del teletrabajo. Cambiarán las formas de comercialización y distribución de bienes de consumo, mediante un incremento del intercambio a través de medios digitales y otras formas de reparto. Ambos cambios, precipitados por la crisis sanitaria, implican beneficios, como la reducción de los tiempos de desplazamiento, productividad y flexibilidad para ejecutar la jornada, pero también readecuaciones de industrias y puestos de trabajos.

La reactivación económica, una vez superada la pandemia, será una prioridad insoslayable para recuperar el empleo y la capacidad de generar recursos para financiar el gasto público. Ello requerirá un esfuerzo nacional superior, para resolver cómo nos adecuamos mejor a la nueva realidad. Sin embargo, se está abriendo un debate ideológico en torno del rol del estado a partir de la pandemia, que parece entusiasmar a una izquierda que no ha podido encontrar su sitio y su rol en esta crisis y que nuevamente sueña con el proceso constituyente para llevar agua a su molino.

Del indiscutible e insustituible rol del estado en una crisis sanitaria, como en una guerra o en una catástrofe natural, se pretende concluir una idealización del estado, para alimentar bajo esa concepción utópica el debate constitucional. Lo cierto es que, si el Estado de Chile cuenta hoy con los recursos necesarios para hacer frente a una crisis de esta magnitud, es precisamente porque durante varias décadas sucesivas el país creció económicamente gracias a un marco de incentivo a la iniciativa privada, que es la fuente de recursos para financiar el propio estado, y en nuestro caso, generar los ahorros que hoy podemos utilizar. Sin esos ahorros, sin esos recursos, el poder del estado sería meramente simbólico.

La profundidad y proyección de la crisis económica augura un retroceso significativo en la calidad de vida de todos los chilenos, con un fuerte impacto en la clase media. Para la generación que no ha vivido una crisis económica como esta, ni supo de los sacrificios que implicó para la generación anterior alcanzar el nivel de desarrollo económico y social logrado hasta antes del 18 de octubre de 2019, será una cruda experiencia de realidad, que ha estado ausente de sus nociones hasta ahora.

Si las condiciones sanitarias son las adecuadas a fines de agosto y el plebiscito se realiza en octubre, el dilema entre Rechazo y Apruebo será si nos abocamos a la primerísima prioridad nacional, que será recuperar el empleo y resolver las demandas sociales bajo esta nueva realidad, o nos enredamos en un debate constitucional por más de un año, haciendo más lento e incierto el camino para millones de chilenos que no pueden esperar.

Las cuentas alegres que hace la izquierda a partir de la idealización de un estado que, bajo la acertada conducción de este gobierno ha sido exitoso frente a la crisis, son tan inapropiadas como la forma en que se han comportado, según se los ha representado públicamente uno de sus más respetables referentes. Esperemos a ver en octubre y ahora aboquémonos a la pandemia.