Ya es lugar común que la derecha ha tomado consciencia no sólo de la batalla electoral, sino que también de la importancia de la batalla cultural. En buena hora, esta consciencia, con mayor o menor fuerza, está presente en todos los sectores que componen la centroderecha, tanto en liberales, conservadores y socialcristianos.

En el mundo liberal, Valentina Verbal se ha propuesto responder a esta tarea a través de su libro La derecha perdida, editado por Libertad y Desarrollo, en el que –entre otras– defiende la siguiente tesis: el verdadero elemento unificador de la identidad de la centroderecha es la libertad económica. Sin perjuicio de que su propuesta contiene puntos rescatables, especialmente aquellos que buscan revitalizar el ejercicio intelectual en el sector, su tesis, que busca hegemonizarlo ideológicamente, adolece de algunos puntos problemáticos que vale la pena analizar.

En primer lugar, la autora critica la visión comunitarista –desconociendo lo equívoco del término y lo poco asumido que es por los aludidos–, en cuanto ésta supondría la imposición de formas de vida superiores a otras (p. 52), limitándose, en consecuencia, la posibilidad de emprender proyectos de vida tal como cada uno quiera. Si bien dicha afirmación puede resultar persuasiva, especialmente en tiempos donde el nosotros se encuentra en crisis y mucho gira en torno al yo, Verbal propone una fórmula cuestionable a la hora de criticar esa visión: ¿no asume también ella, en su propia argumentación, la promoción de una forma de vida superior a otra, basada en la no-intromisión en la esfera individual? En tal sentido, su afirmación resulta engañosa, pues critica la misma formulación que ella utiliza. Aún más, su idea de no-intromisión parece insuficiente para explicar la razón por la que vivimos en sociedad, pues, si el único móvil del ser humano no es otro que el propio desarrollo individual, la vida no consistiría en otra cosa que el uso egoísta de los demás como instrumento para la propia satisfacción, siendo exiguo para explicar la realidad humana: ¿es cierto que las personas mantienen vínculos familiares o de amistad, por ejemplo, por el mero interés de lo que esto les proporcionará? Pareciera que la realidad es más compleja.

En segundo lugar, la autora critica a un grupo de intelectuales que denominaría comunitaristas, por promover corrientes políticas “irrelevantes” –socialcristiana y nacionalista– para la tradición de la centroderecha, pues en ésta lo verdaderamente unificador sería una concepción de la libertad compartida sólo por liberales y conservadores (no daña señalar que esa libertad –negativa– dudosamente sería el elemento que explicaría esta identidad). En consecuencia, su punto es el siguiente: la centroderecha no necesita acudir a ideas ajenas a su tradición, ya que, en los términos que ella la describe, la libertad que promueve sería suficiente para la mencionada batalla cultural. Frente a lo anterior cabe al menos preguntarse: ¿no son ajenas a la tradición de la centroderecha muchas de las banderas que la misma autora promueve, especialmente en materia sexual? ¿No ha estado situada en Chile la agenda “progresista” en el ala izquierda principalmente? En resumen: la presentación de Verbal parece bastante arbitraria a la hora de señalar cuáles son las ideas que constituyen una tradición a la que hay que acudir y cuáles serían aquellas a las que no.

Teniendo en cuenta todo lo dicho, la discusión se torna políticamente relevante con la llegada del nuevo gobierno de Sebastián Piñera, pues, la intención del libro en análisis no es otra que la de hegemonizar la identidad de la centroderecha. Luego, si este gobierno asume como propia la batalla cultural, ¿a qué ideas recurrirá?

Considerando las críticas planteadas en esta columna –y otras que su extensión me impide plasmar– y los resultados electorales que obtuvo Chile Vamos asumiendo las ideas comunitaristas ­–término que ya se ha afirmado resulta equívoco- tanto en sus documentos fundacionales como en el programa de gobierno, criticados por la autora, ¿no seguirá pesando sobre Verbal la carga de la prueba de demostrar que su liberalismo clásico es la herramienta para dar dicha batalla? ¿No será que las ideas que inspiraron esta apuesta electoral estarían leyendo mejor que las suyas la realidad del Chile de hoy? ¿No será más amplia la identidad de la centroderecha que la propuesta por la autora?

 

Pablo Valderrama, subdirector ejecutivo de IdeaPaís

 

 

 

 

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