Soy de esa generación que nos tocó vivir la experiencia de la UP. Sin detenerme en lo que fueron esos años, sí quiero decir que cuando cayó el gobierno de Allende y el país se encontraba en el suelo, se inició una reconstrucción nacional, que nos obligó a apretarnos el cinturón, a arremangarnos las mangas, apretar los dientes y comenzar a trabajar muy duro para intentar tener un país viable, donde realizar nuestros sueños.

Fueron años durísimos, de un tremendo esfuerzo, el que a veces parecía no rendir los frutos esperados. Entre medio estuvimos a punto de enfrentarnos con nuestros vecinos argentinos, lo que felizmente logró detenerse. Después vino la Revolución Silenciosa que nos hablaba Lavín, que marcó los años en que nos creímos los jaguares de América Latina. Chile avanzó, creció, y año tras año, a punta del duro trabajo de todos sus hijos, nos convertimos en un mejor país, con mayores oportunidades para todos, que nos hicieron creer en la ilusión que seríamos desarrollados en la primera década del siglo XXI.

¿Qué nos pasó, me pregunto, que de pronto todo eso pareciera una gran mentira? ¿Que todo lo que hicimos y logramos fue tan solo un dulce sueño del que de pronto despertamos para encontrarnos con que se trató de una ilusión del momento, ya que en realidad Chile nunca fue tan bueno como parecía, que lo que creímos haber logrado nunca fue cierto; que todo el esfuerzo realizado año tras año no valió la pena, porque los pilares del edificio que construimos eran tan solo de arena y ese progreso que derrochábamos se derrumbó ante nuestros incrédulos ojos  porque la verdad parecía ser que tan solo habíamos vivido un baile de máscaras?

Es frustrante en realidad ver lo restos humeantes de la hoguera de las frustraciones, del odio, del resentimiento, que han consumido implacablemente tantos años invertidos por millones de nosotros. Porque no es solo lo material lo dañado; se dañó algo mucho más importante: la unión de todos los chilenos. Otra vez estamos polarizados entre buenos y malos, entre abusadores y víctimas, entre pobres y ricos; entre neoliberales y estatistas, entre derechistas e izquierdistas; en fin, divididos y cada día más tensionados, porque los bárbaros siguen sueltos en la jungla de cemento. Duele observar que el lenguaje imperante es el de la violencia y que ésta continúa sin cesar por los más diversos rincones de nuestro país. Carabineros está superado, pues atados de manos no logran controlar a la jauría desatada de depredadores que arrasa con todo lo que le parece digno de destruir.

Siento una gran pena por nuestro querido Chile. Solo me queda la esperanza que algún día este amargo despertar que hemos tenido terminará. Será el momento en que las nuevas generaciones tendrán que arremangarse las mangas, apretar los dientes y trabajar muy duro, para que sus hijos, nuestros nietos, puedan volver a soñar que viven en un lindo país donde nadie sobra y que gracias a sus esfuerzos están cerca de ser un país desarrollado.