La Convención Constitucional ha comenzado su trabajo y el saldo de la primera semana es al menos inquietante. La compleja instalación del órgano el domingo pasado, el explícito proyecto refundacional de quienes lo dirigen y el intento de muchos convencionales de extralimitarse en las atribuciones para las que han sido elegidos en sus cargos ‒como exigir amnistía de detenidos por delitos comunes en protestas violentas‒ son señales de la desmesura que está caracterizando al proceso. A lo anterior, se suman una derecha y una izquierda democrática arrinconadas, lo que viene a completar un cuadro poco auspicioso.

Tras los acontecimientos del último año y medio y el inicio de la Convención, la percepción de que Chile camina por una cornisa es ampliamente compartida. Es evidente que la borrachera de quienes detentan el poder constituyente puede causar mucho daño y agudizar los problemas reales de los chilenos reales ‒como la creciente pobreza, el desempleo y la precariedad de la clase media‒ en lugar de contribuir a mitigarlos. Y a nadie se le escapa que la eventual combinación de una Convención radicalizada con un gobierno comunista pondría en serio riesgo la institucionalidad democrática del país. Ahora bien, aunque hay motivos de preocupación e incluso de insomnio, la suerte no está echada. Los países no se derrumban de un día para otro y aún parece haber margen para la acción de sectores moderados que eviten avanzar hacia el despeñadero. Emitir el certificado de defunción del Chile democrático aún es precipitado y la persistencia en la idea de que vivimos un proceso inevitable solo puede conducir al abandono de los medios disponibles y a la profecía autocumplida.

Hay quienes se preguntan, no sin cierta desazón: ¿qué puede hacer el ciudadano de a pie frente al escenario político actual? Además del indispensable trabajo de largo plazo en distintos niveles ‒intelectual, educativo, empresarial, familiar, ambiental, de opinión pública, etc.‒, hay mucho por hacer en lo inmediato. Por lo pronto, votar. La participación en las primarias presidenciales del 18 de julio y el apoyo a algún candidato democrático (el que sea) es importante para hacer notar que la cordura no se ha evaporado del país. Por otra parte, las elecciones parlamentarias serán decisivas para el cariz que tomen los acontecimientos en los próximos años: basta pensar en que la Convención Constituyente, aún en su desmesurado inicio, ha debido remitirse al Congreso. En ese contexto, es fundamental el apoyo y financiamiento a candidaturas parlamentarias comprometidas con la democracia, con una visión de bien común y con arrastre en sus respectivos distritos.

También hay mucho campo de acción en el ámbito de la información social, comenzando por suscribirse a medios serios, lo que hace posible la existencia de un periodismo independiente imprescindible para una democracia. Finalmente, el darse cuenta de que todos contribuimos a formar la opinión pública puede ayudar a resistir la tentación de los diagnósticos simplistas y de las lógicas antagónicas, que están lejos de aportar una solución a nuestros problemas comunes.

Hay muchas cosas urgentes que hacer, pero tampoco puede olvidarse la necesidad de trabajar a largo plazo. Parte de nuestras dificultades más graves derivan precisamente del hecho de no haber entendido que una política que se queda en el hoy y ahora tiene sus días contados. Nos hará falta, por lo tanto, la capacidad de articular acciones en diversos planos y horizontes temporales para buscar una salida a la crisis. Lo único que no cabe hacer es desconectar.

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