Las recientes elecciones primarias de Chile Vamos y el Frente Amplio ameritan ciertas reflexiones.

En principio, no debiéramos olvidar que este proceso significa un avance en la transparencia y el funcionamiento de nuestra democracia, ya que aumenta los espacios de encuentro, confrontación y debate frente a los ciudadanos. Ello implica que, más allá de los bemoles y serios reparos que puedan hacerse a su implementación —especialmente al Servel—, debe concedérseles a las coaliciones participantes el valor de sumarse al proceso con el objetivo de revalidar la democracia. Después de todo, participar de esta instancia significa enfrentar riesgos y adquirir compromisos ante la ciudadanía, respetando su veredicto y asegurando algo de gobernabilidad a futuro. Quienes se restaron de esto se restaron también de la legitimidad entregada por este ejercicio.

Dicho lo anterior, las lecturas que se pueden hacer de los resultados son distintas entre una coalición y otra. En el Frente Amplio, por ejemplo, son más claros y unívocos. Tanto por lo que se ha visto en sus propuestas como en los debates de radio y TV, Beatriz Sánchez y Alberto Mayol comparten una matriz de pensamiento bastante estrecha. Divididos por la urgencia de un tren o separados por grados de mayor o menor expropiación, el análisis de su primaria es bastante transparente: Sánchez ganó porque su electorado confía en su liderazgo. Algo podría agregarse sobre si ganó el discurso más moderado, pero nada más controversial que eso. El desafío del Frente Amplio es, evidentemente, respecto de su convocatoria: todos los votos de su primaria suman menos que los que obtuvo Manuel José Ossandón; y, los de Sánchez son similares a los de Felipe Kast.

La situación cambia en el caso de Chile Vamos. Los candidatos representaban o eran apoyados por mundos distintos, desde la derecha más tradicional hasta los liberales, pasando por socialcristianos y nacionales. Al mismo tiempo, exhibían trayectorias y perfiles diferentes, y su desempeño a lo largo de la carrera presidencial era dispar. En algunos casos, los programas diferían diametralmente del candidato: en el debate de jefes programáticos organizado por el Instituto de Estudios de la Sociedad, por ejemplo, todos concordaron en que el programa de Ossandón era un trabajo serio con buenas ideas, pero que éstas tenían escasa resonancia en quien debía transmitirlas. Todas estas aristas en juego complican el análisis: pudo haber votos por Kast que no provinieran de sectores liberales, sino del descontento con las otras dos opciones, así como votos por el programa o la trayectoria municipal de Ossandón, muy a pesar de su candidato; o incluso votos por Piñera que no significaran una fervorosa adhesión.

El actual desafío de Chile Vamos es convocar a los otros mundos que están participando. En ningún caso será sustentable instalar un espíritu autocomplaciente o triunfalista, sino que, por el contrario, deberán explorarse puntos de encuentro sin traicionar los ejes identitarios de la candidatura ganadora. Una buena forma de encontrar esos puntos sería, justamente, tener en mente los otros programas, entender cuáles son el relato político y el diagnóstico detrás de cada uno, y saber complementar la propia agenda con esos elementos.

Por ejemplo, el programa de Ossandón muestra un firme compromiso con el fortalecimiento de los gobiernos locales. Este énfasis muestra coherencia con los principios de autonomía, subsidiariedad y descentralización, y compromiso con una democracia más robusta, todos aspectos que debieran ocupar un lugar importante en el proyecto político de la derecha a largo plazo. Por otro lado, la relevancia que toman los niños y, en general, los más desprotegidos en el discurso de Kast, está en perfecta consonancia con lo que se ha construido en torno a la idea de justicia, y por qué es relevante la focalización de las políticas sociales. Entender que la prioridad por los más débiles tiene fundamentos en la justicia y no en la caridad debiera ser un elemento en lo que sigue de la carrera presidencial.

Sólo con un ejercicio de esa índole las primarias habrán tenido sentido y no habrán sido sólo un penoso trámite con gusto agridulce. La tarea, entonces, es evitar el mesianismo y atreverse a hacer política al interior de la propia coalición, para así encarnar un proyecto político que le brinde unidad y gobernabilidad a futuro. Un trabajo así constituiría el inicio de un verdadero legado del sector, donde exista un relato común capaz de darle sentido y horizonte al actuar de los futuros gobernantes.

 

Sebastián Adasme, investigador Instituto de Estudios de la Sociedad

 

 

FOTO: FRANCISCO CASTILLO D./AGENCIAUNO

 

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