Es probable que nadie haya quedado indiferente ante la exclusiva periodística revelada hace pocos días por la agencia Associated Press: Donald Trump ha considerado la posibilidad de invadir Venezuela. Y en más de una oportunidad.

Según el reporte, en agosto de 2017, al término de una reunión en la que se analizaba un nuevo paquete de sanciones, el Presidente Trump le preguntó a sus asesores: “¿Por qué no invadimos este país tan problemático?” Tanto el entonces secretario de Estado Rex Tillerson como el consejero de Seguridad Nacional de la época, el ex general H. R. McMaster —quienes meses más tarde abandonaron la administración Trump— quedaron desconcertados y le explicaron al mandatario el peligro de una decisión de ese tipo. Sin embargo, Trump habría discrepado de los consejos de sus asesores, argumentado que consideraba que las invasiones estadounidenses a Granada y Panamá, ambas en la década de 1980 y en un contexto de Guerra Fría, habían sido un éxito.

Al día siguiente, Trump volvió a mencionar “la opción militar” para remover a Nicolás Maduro del poder, pero esta vez en público, lo que generó un gran dolor de cabeza para su equipo comunicacional. Y posteriormente, discutió esta posibilidad durante una cena con líderes latinoamericanos, previo a su discurso en la Asamblea General de Naciones Unidas, en septiembre del año pasado.

¿Qué ocurriría si Trump autorizara una operación militar de ese alcance?

La Casa Blanca —entonces y ahora— ha minimizado el tema, asegurando que todo esto responde al hecho de que siempre han estado “todas las opciones” sobre la mesa, aunque no existen planes concretos para una invasión a Venezuela. Pero, ¿qué ocurriría si Trump autorizara una operación militar de ese alcance?

En primer lugar, en el ámbito diplomático, seguramente generaría un absoluto y categórico rechazo de todos los gobiernos de América Latina; una región cuya historia ha conocido de cerca las intervenciones estadounidenses —militares, políticas o económicas— en países como México, Cuba, Nicaragua o Chile.

Asimismo, es probable que actores internacionales clave, como China, Rusia, Japón o la Unión Europea, también condenaran la decisión, dejando a EE.UU. en una clara situación de aislamiento. Tal vez el Reino Unido e Israel podrían brindarle cierto apoyo a Trump, pero seguiría siendo minoritario.

Organismos internacionales como la ONU o la OEA también repudiarían la intervención, aunque eso no tendría un gran impacto en Washington, considerando la poca importancia que Trump le otorga a estas organizaciones.

Seguramente los demócratas y parte de los republicanos rechazarían la decisión, fundamentalmente, porque habría consenso en que Venezuela no representa una amenaza directa a la seguridad nacional de Estados Unidos.

En términos de política interna, seguramente los demócratas y parte de los republicanos rechazarían la decisión, junto con los principales líderes de opinión y medios de comunicación estadounidenses. Fundamentalmente, porque habría consenso en que Venezuela —más allá de su crisis política, económica y social— no representa una amenaza directa a la seguridad nacional de Estados Unidos (no tiene armas de destrucción masiva ni es un país que auspicie el terrorismo mundial, por ejemplo).

En esa línea, seguramente Trump enfrentaría una pronunciada caída en sus niveles de respaldo; algo más que factible en un país agotado por las guerras de Afganistán (2001) e Irak (2003), y que sabe que este tipo de conflictos tienen un alto costo económico y en vidas humanas. Un escenario que podría ser particularmente peligroso para el gobierno de Trump, teniendo a la vista las elecciones legislativas de noviembre de este año y sus aspiraciones de buscar la reelección presidencial en 2020.

Por su parte, Venezuela tiene una reserva de 298.000 millones de barriles de petróleo, según la Energy Information Administration (2016). Más que las reservas de Arabia Saudita, Rusia o Irán y ocho veces más que las de EE.UU. De modo que una intervención militar también generaría un alza mundial del precio del barril de crudo, en la medida que los mercados reaccionarían movidos por la incertidumbre; la tendencia al alza o a la baja estaría determinada por la duración de las operaciones armadas y su grado de éxito en terreno.

Una acción de esta envergadura podría generar que todo un país de casi 31,5 millones de habitantes cerrara filas en contra de una presencia militar extranjera.

Por último, la idea de una operación militar en Venezuela —además de extemporánea— podría generar un efecto contrario al que podría buscar Trump. Basta recordar lo ocurrido con la invasión estadounidense a Irak ordenada por George W. Bush: la mayoría chiita iraquí deseaba el fin del gobierno dictatorial de Saddam Hussein, pero eso no significaba, necesariamente, aceptar una ocupación militar que duró casi siete años y el inicio de una guerra sectaria con los sunitas. Venezuela no es Granada ni Panamá. Y una acción de esta envergadura podría generar que todo un país de casi 31,5 millones de habitantes cerrara filas en contra de una presencia militar extranjera, creando un escenario de total hostilidad a través de una “guerra de guerrillas” en las zonas rurales y una ola de atentados, sabotajes o secuestros en áreas urbanas.

Es un hecho que el mundo ya no está para aventuras bélicas de ninguna clase, de modo que es de esperar que los dichos de Trump queden sólo en palabras. La urgente recuperación de la democracia en Venezuela es un camino largo y complejo, basado en el diálogo, la restitución de la institucionalidad y el respeto a los derechos humanos. No será fácil ni rápido, pero en ningún caso justifica una invasión.

Alberto Rojas. Máster en Ciencias Políticas con mención en Relaciones Internacionales PUC. Director del Observatorio de Asuntos Internacionales de la U. Finis Terrae. @arojas_inter