Mientras nuestros hijos nacen nativos digitales y, por consiguiente, hiperconectados y bombardeados de información y estímulos externos altamente atractivos, en el aula seguimos educándolos a punta de memoria y puntero.

¿Alguno de nosotros se imagina que esta tremenda distancia entre la sala de clases y la realidad podrá dar buenos resultados en el futuro? ¿Alguien cree, en serio, que ese tipo de educación prepara en algún porcentaje satisfactorio para el mundo futuro?

Basta con mirar uno de los miles de botones de muestra que la realidad nos regala todos los días para evidenciar dicha distancia. Por ejemplo, redes sociales como Instagram, la que más rápido crece —duplicando en tamaño a Twitter, con 700 millones de usuarios activos al mes en todo el mundo— fue creada en 2010, haciendo su uso extensivo a todos los dispositivos móviles en 2012; eso nos da una idea inmediata de la velocidad a la que avanza la tecnología y cómo impacta y transforma completamente nuestro mundo y nos permite aventurarnos a imaginar el futuro.

Entonces, ¿por qué a nuestras futuras generaciones deberían servirles lo mismo que nos enseñaron a nosotros? Y lo que es aun peor, utilizando la misma metodología, escuchando una clase expositiva frente a un pizarrón escrito con tiza.

Aquí reside el gran problema con que se encontrarán nuestros jóvenes recién egresados, un “cartón” que no les servirá, porque probablemente esas funciones ya las hará más rápido y mejor una máquina. Además, todos los contenidos son mejor almacenados por éstas, dado que nos superan ampliamente en capacidad.

Por lo anterior, lo único que importa de hoy en adelante son nuestras habilidades y capacidades humanas diferenciadoras y no reemplazables por tecnología. Porque si volvemos al origen, nosotros mismos hemos creado la tecnología en base a nuestra inteligencia, creatividad y capacidad de adaptación. Por eso, lo que vale hoy es desarrollar las habilidades de pensamiento de las personas, para poder aportar en avances para la humanidad y que no suceda lo que ya están planeando Estados de bienestar como España, que planifican cómo formar nuevas generaciones preparadas para no hacer nada, porque no trabajarán.

Hoy, el desarrollo de habilidades del pensamiento crítico debería ser la base metodológica de enseñanza. Porque nos hace preguntarnos, respondernos —sin preguntas ni respuestas únicas— y cuestionarnos la realidad. Podemos procesar adecuadamente la gran cantidad de información que nos bombardea, sacar conclusiones, tomar decisiones y, lo más importante, crear y generar nuevas ideas.

Así es que cuando su alumno o su hijo lo cuestione, entréguele estímulo y guía, felicítese y felicítelo, porque quiere decir que piensa y está mejor preparado para el mundo que viene y del cual será protagonista.

 

Mónica Reyes, profesora y master en Historia

 

 

PRODUCCION: SANDRO BAEZA/AGENCIAUNO

 

Deja un comentario