En una nueva señal que la coordinación en base al concepto de “Indo Pacífico” no fue una frase tirada al viento por Donald Trump, Joe Biden, su sucesor, ha hecho pública la iniciativa de las tres mayores democracias de Asia y Oceanía (India, Japón y Australia) más el país del Norte, denominada Quad, para producir desde India mil millones de dosis contra el Covid 19 y distribuirlas, además, a otros países del área (12.03.2021). Hay dos lecturas precisas para la situación internacional. Primero, es el retorno de Estados Unidos a enfoques colectivos, con capacidad decisiva para convocar y consolidar. Segundo, es el acta de independencia de una asociación heterogénea, con países distantes entre sí pero que comparten su distancia frente a China Popular. El Quad -asociación para el diálogo cuadrilateral en inglés- surgió en 2004 durante el terremoto y tsunami que afectó al Indico, y crecientemente ha ido incorporando temáticas como seguridad marítima, asuntos de ciberseguridad, contraterrorismo, combate a la desinformación, asistencia humanitaria y alivio humanitario en desastres naturales. A todo ello se suma ahora la contención de la pandemia.

Razones para unirse no faltan. India tiene una competencia con Beijing que además de afectar su proyección geopolítica tiene repercusiones fronterizas y violentas. Australia ha sido amenazada por China Popular con represalias económicas por sus intentos de esclarecer el papel chino en el origen y diseminación del virus Covid 19. Japón está siendo arrinconado con las acciones de China y se afecta su control sobre el Mar del Japón.

Por cierto, hay otros Estados que también tienen sus querellas con un vecino demasiado volcado a recordar que alguna vez tuvo reinos tributarios. Vietnam fue invadido en 2004 debido a una querella ideológica de las más retorcidas –maoístas contra leninistas-, y las huellas del autoproclamado comportamiento multilateral chino no son consistentes con su actuar como elefante dentro de una cristalería.

En este barrio tan extenso figura la mayor nación musulmana, Indonesia, un centro financiero global; Singapur; y una factoría tecnológica global, Corea (la buena). Todos países con historias y culturas o civilizaciones milenarias que compiten en densidad con China. Los intentos de considerar el Estrecho de Malaca, supeditado al control de China Popular, son ciertamente contrarios al libre paso de todas las potencias y el comercio global.

Aunque todo esto se presenta de lado y lado como una contribución a la estabilidad y cooperación mundial, lo que en verdad ocurre es una nueva expresión de una competencia desenfrenada en la transición hegemónica actual. Dado el ascenso político y económico de China Popular, el contraste entre las democracias y el estado totalitario se hace más evidente, pero tiene aristas económicas y de prestigio global que quitan toda inocencia al episodio.

Visto así, Beijing ha fracasado en su diagnóstico que el concepto articulador de Indo Pacífico, para la extensa franja entre el Mar del Japón y el Indo que atraviesa el vital Estrecho de Malaca, iba a ser flor de un día. Es que su enunciación permite evadir la centralidad del concepto anterior, la Cuenca del Pacífico, donde China Popular era el eje del intercambio mundial, expandido además con el proyecto de la ruta de la seda.

La creciente convicción que China intenta un control político a través de la economía ha sido el elemento aglutinador de Japón, Australia e India, que ahora encuentra un socio no solo en lo militar y de enfoque bilateral, como era el caso de Trump. Esto se revela en la determinación política de los primeros ministros Narendra Modi (India), Yoshihide Suga (Japón) y Scott Morrison (Australia) de incluir el compromiso en favor del cambio climático y del Estado de derecho (Share America, 15.03.2021), referido en este caso a Birmania, donde los militares golpistas cuentan con el apoyo de China Popular puntos en los que ciertamente conjugan con Estados Unidos.

Las capacidades para fabricar medicamentos en India son parte del arsenal de una nueva política de prestigio de contención, y fue evidente cuando en enero de 2021 se anunció que laboratorios indios y estadounidenses trabajaban en conjunto. Hoy, claro, son elementos económicos, políticos, culturales y tecnológicos los que jalonan este enfrentamiento. Desde la lucha por los microchips y la descentralización de su fabricación de China Popular a Taiwán e India, hasta la alternativa de otras tecnologías en materias de conectividad del 5G.

Pareciera que hoy no basta con vender a China Popular. Que son visibles los compromisos y condicionantes políticos que implica, y razones que, debajo de la mesa, se esgrimen para explicar la noticia de las cerezas “contaminadas” con Covid 19, en un país donde la prensa está controlada. Una advertencia respecto de críticas en Chile, por ejemplo, la situación de Hong Kong, que fueron consideradas inapropiadas. Un incidente que remarcó un embajador activo en la escena pública nacional (de la que salió) y que tuvo un costo económico alto para los productores. Al fin y al cabo, Chile pagó con el episodio la creencia infantil que los negocios no son parte de la política, en un sistema controlado por el Partido Comunista chino.  Algo, que ya aprendió Australia y que da más fuerza al concepto Indo Pacífico.

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