La comisión de atentados en la pacífica Viena, y antes en París, se une a la alerta dada esta semana por los Mossos d´Esquadra, la policía catalana, para advertir que Barcelona está dentro del radar de posibles atentados contra Iglesias y creyentes cristianos. Es imposible desligar los atentados del alboroto provocado en el mundo islámico acerca del carácter sacrílego atribuido a las caricaturas del semanario de izquierda Charlie Hebdo. Más allá del desenfoque de los países árabes e islámicos acerca de exigir garantías especiales para la socialización de los preceptos religiosos y jurídicos del mundo islámico, una suerte de sharia (ley islámica) para Europa, el desencuentro acentúa la diferencia respecto de las políticas migratorias y el peso demográfico de minorías que no se sienten integradas. Por algo el presidente turco ha exigido reanudar el refugio hacia Europa, pese a las reticencias políticas y sanitarias actuales, y obtener una protección jurídica para las exigencias del mundo musulmán en Francia.

Para los cientistas sociales era un axioma que la religión iba a desaparecer con la modernidad. El paradigma secularista fue exitoso respecto del catolicismo, pero en 1979 un acontecimiento removió la evidencia: se trataba de la Revolución Islámica en Irán. Paralelamente, la crisis de la Iglesia Católica en Hispanoamérica fue el mecanismo para la protestantización de las Américas, una zona del mundo donde creencias religiosas y modernidad se conjugaban bien. ¿Qué hizo que en uno la religión fuese un signo de ruptura, y en el otro un acomodo sin connotaciones violentas? Una de las respuestas es que la violencia latinoamericana no es religiosa ni interestatal, pero sí política, delictual o insurreccional. En cambio, la violencia islamista tiene por nervio la imposición de un régimen social y jurídico que supone la preeminencia de los creyentes por sobre el resto.

1979 marcó un hito para la evolución del sistema internacional porque la agenda del islamismo empezó a crear círculos concéntricos: nacida en la corriente chiita, pronto se socializó entre la mayoritaria tendencia sunní. El islamismo pasó a ser un actor transnacional que indudablemente evolucionó hasta crear la imagen de un Califato sin Estado (ISIS), una internacional armada (Al Qaeda) e incluso una suerte de franquicia para los islamistas radicales a través de un lenguaje, acción y mensajes homogéneos contra los “cruzados”, los “infieles” y el “Gran Satán” (Estados Unidos). Acciones como un atentado proyectado hace décadas contra Santiago de Compostela por albergar la imagen de Santiago Apóstol, convertido por los españoles en mata moros en la Reconquista de España, fracasaron por acción de los servicios de inteligencia, pero han marcado hitos respecto de la reescritura de las relaciones entre Islam y Occidente. Desde 1990 el islamismo radical, como otros movimientos sociales y políticos (por ejemplo, Antifas, globofóbicos, etcétera) se han beneficiado de los progresos en las tecnologías de la información y computacionales, la miniaturización de los sistemas de armas, y el establecimiento de redes de carácter transnacional.

Las matanzas y decapitaciones en Francia y Austria son reflejo de las acciones que análogamente se ha perpetrado en esta semana contra la Universidad de Kabul, que admite mujeres, y en Nigeria, donde sigue el desalojo forzado de cristianos en ese país para agregar zonas musulmanas bajo la sharia. Si bien la acción islamista representa un perfil poco significativo en las amenazas de la región hispanoamericana, sí ha representado parte de las conexiones con el terrorismo global: así, Buenos Aires sufrió dos veces de sendos atentados contra la comunidad judía. Venezuela con Hugo Chávez fue un foco de relación con Irán y el chiísmo que incluso trajo misioneros al Amazonas, pero que luego quedó abandonado como intento de proselitismo, pero permite la colaboración con Teherán y grupos afines. Otros lazos tienen que ver con el flujo del comercio informal y las remesas de dinero desde la zona de Iguazú hacia El Líbano.

Hispanoamérica tampoco puede quedar fuera de los esfuerzos internacionales por controlar las manifestaciones de esta agenda religiosa radical. En parte porque la envergadura de las acciones armadas tiene capacidades para desbalancear el orden mundial, también porque se inhibe el lavado y blanqueo de activos ilícitos, previniendo de esta forma actos terroristas de acuerdo a los mandatos 1373 y 1377 de Naciones Unidas. Dado que Europa Occidental no se convertirá en una zona de valores musulmanes, la coordinación de la inteligencia, la firmeza política del modelo secular y ahora las regulaciones contra la migración descontrolada, sobre todo luego de la guerra civil siria y sus símiles (Libia, Afganistán), son la herramienta para impedir el apoderamiento de las calles y del pensamiento público por el islamismo radical. En esto como escribía d la baja natalidad europea, el vacío demográfico, y la entrada de inmigrantes islámicos son el escenario de un dilema que afecta la identidad europea en el futuro.

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