A 11 meses de la caída de Evo Morales, las elecciones del domingo 18 en Bolivia marcan el punto de término del compromiso del gobierno interino de Jeanine Añez para realizar las elecciones. Esta administración y el colapso del régimen de Evo Morales se han convertido en un paréntesis, en una experiencia que hace algún tiempo califiqué de caso único, en tanto tenía una singularidad etnicista cuyo soporte estaba en una comprensión prácticamente civilizacional de oposición a la matriz dominante en el continente. Este experimento indigenista partía de una concepción alegórica del propio período de Morales como el pachakute, es decir, el que volvía a re-iniciar el ciclo que había durado 500 años, y donde el mundo indígena volvía a ser dominante. La República de Bolivia se convirtió en el Estado Plurinacional de Bolivia.

Esta nueva visión de la política interna se expandió a su comprensión de la política externa, hubo un cambio en el vestuario, propiciando la “cholización” de las prendas (Evo cambió a camisas étnicas y de cuello cerrado sin corbata y las mujeres reintrodujeron la pollera ), y otros más retóricos que reales respecto de la etiqueta diplomática: el uso competitivo de Twitter en vez de los canales oficiales (antes de Trump) y una formulación de “Diplomacia de los Pueblos” que, aunque proclamaba el protagonismo de las comunidades, terminó siendo una apéndice de la política estatal.

También esto significó un reordenamiento en pos de un nuevo proyecto político, en este caso el MAS (Movimiento al Socialismo), convergente con el Socialismo del Siglo XXI en Venezuela, con el liderazgo de Correa en Ecuador, el Partido de los Trabajadores en Brasil, y la dupla Kichner en Argentina. Todo lo anterior significó la inserción de Morales en el esquema del populismo de izquierda que floreció en el marco del clientelismo, aprovechando la bonanza del boom de los commodities, en que los altos precios de la demanda china sustentaron numerosos cambios. Morales además apoyó la concepción multipolar, apoyando el revisionismo chino y ruso, y la coordinación con Irán, Venezuela y Cuba. En el marco de su política anti imperialista calificó a Chile como “el Israel de América del Sur”, en un esquema maniqueo en el que el titiretero oculto era Estados Unidos, y en otros momentos históricos Gran Bretaña, España… e incluso el Imperio Romano, según el mismo dijo, para perplejidad de los demás.

En un estudio denominado La Punta del Iceberg. La aspiración marítima boliviana y sus implicancias en la seguridad y defensa de Chile (2015), un grupo de analistas -Marjorie Gallardo, Cristián Faúndes y Carl Marowski, encabezados por Pablo León- analizó cuatro escenarios posibles; uno de ellos era el quiebre en la consolidación del Estado Plurinacional de Bolivia y consecuentemente de las relaciones y efectos para Chile. Otro de los escenarios, el menos probable en ese momento, era la interrupción del proceso por el quiebre del liderazgo, lo cual efectivamente ocurrió y descomprimió las tensiones acumuladas por la retórica reinvindicacionista hacia Chile, pero abrió una interrogante respecto del futuro bilateral y la inserción de Bolivia en el nuevo contexto regional al ser el gobierno de Añez un gobierno temporal e instrumental para nuevas elecciones.

En este contexto, la contienda entre Luis Arce -abanderado del MAS- y Carlos Mesa, que probablemente se resuelva en una segunda vuelta el 29 de noviembre, será también una definición respecto del futuro de su inserción en la política regional y mundial. Desde el ámbito geopolítico, el MAS recibe un apoyo directo de Argentina y de los socios del Grupo de Puebla, que también están en México con López Obrador o con el Frente Amplio en Uruguay. Detrás de esta primera línea, figuran Irán, Rusia, China Popular y Turquía. Con Arce se vuelve a la tesis del gobierno indigenista que promueve un cambio de civilización y se acomoda al alineamiento multipolar: su eventual triunfo traería detrás el apoyo político y económico chino y las relaciones peligrosas con Irán. Rusia volverá a tener un aliado para sostener su tesis de la necesidad de contrarrestar la hegemonía estadounidense. El triunfo de Mesa significa el retorno a la idea de la República de Bolivia, que vuelve a renombrar calles, aunque quizás sin volver atrás a algunas conquistas identitarias del período anterior. También una mayor colaboración con las políticas antinarcóticos de las que Morales se excluyó argumentando un uso ancestral de la coca, aunque Bolivia estuviera entre los tres mayores productores mundiales. Quizás en el asunto con Chile el cambio con Mesa no sea significativo, habida cuenta que la visión boliviana es estructural, pero mitigará la conflictividad aguda del periodo de Morales, cuando incluso se vetaban desde instancias gubernamentales los negocios entre privados de bolivianos y chilenos.

Como se ve, Bolivia en el corazón de América del Sur tiene importancia geopolítica en las influencias globales, en la disposición de sus riquezas –litio, gas–, en su papel (o no) en la lucha contra el narcotráfico, en la tensión ideológico brasileña/argentina, que viene a reflejarse más que en intentos de control político y territorial en la conformación de ejes ideológicos afines. Para Chile el triunfo del abanderado de Morales implica un retorno a altos niveles de conflictividad, con Mesa a niveles moderados y más congruencia en la visión y lenguaje diplomático. Todo otro avance queda supeditado a la creatividad de otro estado de relaciones bilaterales.

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