Aquí hay gato encerrado. Chile era el gran modelo de desarrollo latinoamericano. Era el chico con gafas, el sabelotodo que tenía todas las respuestas. Parecía que el país se encaminaba con paso firme hacia el Primer Mundo. De pronto, ante un mínimo aumento del costo del transporte público en el 2019, se armó un pandemónium que es “el rayo que no cesa”, como tituló Miguel Hernández a su poemario de amor inspirado por la pintora surrealista Maruja Mallo.

¿Qué había pasado? El escritor Roberto Ampuero pensó que debía hacerle esa pregunta a Cayetano Brulé. Cayetano Brulé es un detective privado nacido en Cuba en torno a 1950. Reside en el Chile actual y tiene y quiere “al país de la loca geografía” como a su patria. No es un exagente del FBI. Obtuvo su título de investigador por correspondencia en Miami muy modestamente. No obstante, ha tenido algunos logros en su carrera, generalmente ayudado por Bernardo Suzuki, su fiel ayudante, hijo de un marino japonés y de una dama chilena que murió poco después del parto.

Brulé no es un exiliado cubano, mas no ignora que la Revolución es un desastre total. La vida y la experiencia lo han llevado de la mano al anticomunismo y al antifascismo. Llegó al país, muy joven, a bordo de una señora chilena, Ángela Undurraga, a la que había conocido en los cayos de la Florida. La mujer lo abandonó, nunca mejor dicho, “a la primera de cambio”.

Cayetano Brulé es una ficción parida por Roberto Ampuero, un magnífico escritor chileno. El detective es un tipo entrado en años y en libras. Bebe café y fuma como un demente. Es el protagonista de varios relatos policiales. Obviamente, no es James Bond y no conduce coches espectaculares, sino un humilde Lada. No existe más allá de lo que existen los personajes imaginarios. Los abundantes detalles que aporta de la vida de Brulé es un método para presentarnos a un personaje creíble que sintamos como uno más de nosotros. Utiliza su realidad para enmarcar su narrativa, como casi todos los escritores. En todo caso, el padre Cervantes realizó el mismo truco literario con su personaje universal: “en un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”. Hasta hoy subsiste la duda: ¿existía Don Quijote? ¿Existe Cayetano Brulé?

Por supuesto que existe. Es el alter ego de Roberto Ampuero. El que le sirve para dar respuestas comprometidas con su pasado. El novelista ha vivido en Cuba y en la Alemania comunista. Fue un joven marxista-leninista hasta que logró quitarse esa sarna ideológica. Vivió las ensoñaciones de esa tribu boba y peligrosa, capaz de matar por sostener sus supersticiones. Ya llevan más de cien millones de muertos.

Ampuero se ha servido del detective en ocho novelas. La saga comenzó con ¿Quién mató a Cristián Kustermann?, un libro premiado que asentó a Ampuero entre los grandes de la novela policiaca. Era natural que le preguntara a Cayetano Brulé por la reacción homicida y suicida de la sociedad chilena.

La respuesta está en la novela Demonio. Ese es el nombre de guerra de quien dirige la trama contra Chile. Cayetano Brulé tiene la correcta corazonada de que Demonio es la clave. En el background comparecen el Foro de San Pablo y el Grupo de Puebla. Están La Habana, Caracas y hasta en el ejemplo de Nicaragua, cuando tomaron el Parlamento Nacional, con todos los congresistas dentro, en una operación guerrillera que catapultó hacia la fama a Edén Pastora, el Comandante Cero. De acuerdo con Demonio, pensaban reproducir ese episodio en Santiago de Chile.

La izquierdería ha segregado sus propias células de acción internacional. Eso no quiere decir que todos los que tiran piedras son parte de la conspiración. Hay muchos jóvenes que marchan inocentemente al matadero. Ya se exiliarán, serán fusilados o se “integrarán” a la revolución, cuando les toque el turno de decidir qué quieren hacer con sus viditas oscuras. Están en la etapa preliminar de “acumular las piedras”, como predicaba Hugo Chávez.

La novela tiene un gran principio y un gran final. Primero, una señora nerviosa le pide a Cayetano Brulé, instalado desde siempre en Valparaíso, que averigüe por qué un pintor ha aparecido muerto. Pero por ese hilo se va tejiendo la trama que explica la destrucción de Chile y culmina en “Demonio”. Brulé está a punto de atrapar en una iglesia a su enemigo, pero éste consigue escapar dándole un puntapié en la cara al viejo y mohoso detective.

Brulé, más adelante, logra saber una noticia escalofriante: la loca guerrilla tiene y va a utilizar un cohete hombre-avión. Se dispara desde el hombro y es muy fácil acertar durante el despegue o el aterrizaje de la aeronave. El proyecto es congelar todos los vuelos en los aeropuertos. Paralizar Chile. “Demonio” no logra su objetivo. No lo cuento, porque sería traicionar al lector. Si yo fuera un director o un productor de series de televisión filmaría los ocho o diez capítulos de este libro extraordinario. No hay mejor manera de pasar la pandemia o de explicarse qué sucede en América.

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