América Latina vive momentos de tensión que tienen signos de regresión democrática, crisis institucionales y dificultades de progreso. Esto, que es propio de las sociedades en diferentes momentos de su historia, presenta hoy algunas características y problemas que es necesario revisar.

En la década de 1960 se vivió un apogeo revolucionario en el continente, en gran parte debido al impacto de la Revolución Cubana, que elevó a categorías míticas a figuras como Fidel Castro y Ernesto Che Guevara, e hizo que muchas sociedades buscaran replicar el modelo, aunque cada una con sus especificidades. Como contrapartida, en los años siguientes se iniciaron las intervenciones militares, que significaron grandes cambios, interrupciones de la democracia, combate a las revoluciones y consolidación de regímenes dictatoriales que se repartían por la región. Finalmente, y aunque comenzó en la primera mitad de los años 80, sería la década siguiente la que vio la marea democrática, que pasó a ser el nuevo modelo de referencia continental, que se combinó con economías más libres y abiertas, además de grados importantes de progreso.

Sin embargo, los últimos años se han presentado de otra manera, en parte por el “socialismo del siglo XXI” y la expansión del chavismo. La muerte de Hugo Chávez y de Fidel Castro, la situación de Dilma Rousseff en Brasil y otros tantos problemas ilustran los cambios que se han producido en esta segunda década del siglo, que ve a este 2017 como uno de los años más complejos que se han presentado en los últimos tiempos. En menos de diez días hay tres sucesos que han conmocionado a la región.

El primero es el autogolpe de Estado perpetrado en Venezuela, que durante algunas horas tuvo en vilo a la población de ese país, pero también a la comunidad internacional, que veía consolidarse la dictadura de Nicolás Maduro, quien pasaba a controlar la Asamblea Legislativa. Sin embargo, rápidamente comenzó la reacción de distintos actores, partiendo por el propio pueblo venezolano y los dirigentes de la oposición al chavismo, que no estaban dispuestos a una nueva vulneración de derechos y privación de libertades. A ello se deben sumar instituciones como la Organización de Estados Americanos, cuyo secretario general, Luis Almagro, la ha vuelto a poner como garante de la democracia en la región. Por otra parte, diversos Gobiernos reaccionaron con determinación al condenar los sucesos, y entre todos propiciaron una vuelta atrás del régimen bolivariano, aunque no es claro cómo seguirán los acontecimientos.

El segundo hecho se produjo en Paraguay, y si bien ha pasado más inadvertido, muestra una situación de real gravedad. El origen del problema se encuentra en la voluntad del Gobierno de Horacio Cartes de reformar la Constitución de ese país para permitir su reelección, que le permitiría continuar después del 2018 en el poder. Rápidamente hubo protestas, que incluyeron un asalto al Congreso donde se destruyeron computadores y mobiliario, además de provocar un incendio que afectó a sus dependencias. No cabe duda que aquí se combinan dos elementos: por una parte, hay grupos antisistema, contrarios a la democracia y que buscan excusas para provocar desorden y violencia; por otro lado, una de las enfermedades políticas de las democracias latinoamericanas, que cada cierto tiempo ven en distintos países y tendencias políticas la voluntad de los Gobiernos de perpetuarse en el poder, promoviendo reformas que benefician a quien se encuentra al mando.

No debemos olvidar que eso fue exactamente lo que hizo en su momento Alberto Fujimori en Perú, Evo Morales en Bolivia, los Kirchner-Fernández en Argentina, y ciertamente Daniel Ortega en Nicaragua. Muchas veces estas situaciones han nacido de legislaciones ad hoc que permiten reelegir a quien solo podía estar originalmente un período en el Gobierno. Una buena fórmula sería impedir estas reelecciones, o propiciar que estas legislaciones nunca puedan beneficiar a quien ostenta una magistratura, sino que tendría vigencia desde períodos subsiguientes.

El tercer problema se ha producido en Ecuador, tras las estrechas elecciones presidenciales que enfrentaron en segunda vuelta a Lenín Moreno (partidario del Presidente Rafael Correa) contra el líder opositor Guillermo Lasso. En la primera vuelta ya habían existido problemas por el retraso en la entrega de los resultados, mientras en esta ocasión llamó la atención la celeridad con que se entregó el veredicto de las urnas. El Consejo Nacional Electoral (CNE) otorgó la victoria a Moreno con un 51,16% de los votos, contra el 48,84% recibido por Lasso. Sin embargo, el dirigente opositor denunció la existencia de un fraude, convencido de la necesidad de defender la voluntad popular.

El tema es de gran complejidad. Probablemente se combinan en estas protestas la sensación de que efectivamente hubo alteraciones a las actas electorales, con las dudas hacia el régimen de querer entregar el poder en caso de perder en las elecciones, consideración al modelo del socialismo del siglo XXI y la situación que se ha producido en Venezuela en los últimos años. El problema de fondo, y considerando que es difícil que se revierta la situación, comenzará a manifestarse dentro de poco en Ecuador, donde la nueva administración de Lenín Moreno deberá enfrentar el desgaste del proyecto político que representa, en medio de una sociedad polarizada y con una debilidad institucional producto de las dudas de la legitimidad democrática de su Gobierno.

América Latina vive momentos de incertidumbre que en parte responden a la pluralidad propia de los sistemas democráticos, pero también a las enfermedades del régimen político en la región. A estos sucesos se podrían agregar otros, como las protestas en Argentina -país acostumbrado a manifestaciones sociales multitudinarias-, que tiene la particularidad de que el Presidente Mauricio Macri ha respondido con fuerza diciendo que va a enfrentar “a las mafias”, en medio de un fuerte respaldo popular en las calles. El futuro está abierto, resulta imperativo contar con sistemas que cuenten con la adhesión de la población y la madurez política de los gobernantes.

 

Alejandro San Francisco, historiador, columna publicada en El Imparcial, de España

 

 

FOTO: VÍCTOR SALAZAR M. /AGENCIAUNO

 

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