No hay nada más incómodo para un Presidente de la República que no tener el control de la billetera. Si bien todos los mandatarios aspiran a tener un ministro de Hacienda eficiente y creíble, por sobre todo aspiran a tener la lealtad absoluta del jefe de las finanzas públicas. Porque Alberto Arenas sabe que la única razón que explica su permanencia como ministro de Hacienda es la confianza que en él deposita la Presidenta Bachelet, y porque cualquier otra persona que sea nombrada ministro va ser mucho más autónoma e independiente de La Moneda, Bachelet hará todos los esfuerzos por retener a Arenas hasta el final.

El periodo presidencial puede ser entendido como una continua lucha por no perder poder. Inevitablemente, como el periodo presidencial es finito, los actores políticos siempre terminan por poner creciente atención en la carrera de sucesión. Aunque los presidentes nunca tienen más poder que cuando nombran a su primer gabinete, en ese nombramiento renuncian a cuotas de poder. Después de todo, los ministros se indisciplinan y avanzan también sus propias agendas. Los ministros saben que un cambio de gabinete implica también costos para el presidente. Por eso, aunque formalmente sus puestos son de confianza, los ministros compiten con el mandatario por cuotas de poder que, al menos en el plazo inmediato, siempre son de suma cero.

Si la relación del Presidente con sus ministros es siempre compleja, la relación con el titular de Hacienda lo es todavía más. Por él ser el encargado de administrar la billetera, el ministro de Hacienda tiene mucho poder discrecional. En países con historias previas de crisis—como Chile, que antes de estas tres décadas estelares ocupó un lugar permanente en el DICOM de la credibilidad internacional—se intenta insular alministro de Hacienda del tira y afloja permanente de la política. Por eso es que, desde el retorno de la democracia, los ministros de Hacienda han estado inmunes a las ocasionales crisis de gabinete. Si en los sistemas presidenciales los primeros mandatarios son reyes, en Chile los ministros de Hacienda actúan como príncipes herederos (aunque nunca tengan posibilidades reales de aspirar a la sucesión presidencial).

Bachelet, en su primer cuatrienio, confió ciegamente en su titular de Hacienda, Andrés Velasco, quien se convirtió en el ministro más poderoso del gabinete. Pero Velasco terminó implementando políticas bastante más a la derecha de lo que hubiera preferido Bachelet. Aunque a comienzos de 2006 muchos temían que la Mandataria corriera la hoja de ruta hacia la izquierda, el férreo control que ejerció Velasco en Hacienda terminó por dejar más contenta a la derecha que a la propia izquierda.

Decidida a no ceder control de ese crucial ministerio, Bachelet optó en su segundo periodo por nombrar en Hacienda a alguien que materializara la visión ideológica de la Presidenta más que la personal. Por eso, nombró a un funcionario con una amplia carrera en la Dirección de Presupuestos pero sin la impresionante trayectoria profesional y méritos académicos de los ministros anteriores. Si Andrés Velasco o Felipe Larraín hubieran podido ser ministros de Hacienda en cualquier gobierno, Alberto Arenas le debe su cargo exclusivamente a la confianza que en él ha depositado Bachelet. De ahí que, mientras Velasco y Larraín podían ver a Hacienda como un paso más en sus brillantes carreras académicas, (y política, en el caso de Velasco), su nombramiento en Hacienda constituyó el momento más memorable en la carrera profesional de Arenas.

Si optara por un ajuste de gabinete y, para dar una señal al mundo empresarial, remplazara a Arenas, Bachelet estaría capitulando a una parte importante del poder que posee como mandataria. Primero, porque la remoción de Arenas sería un reconocimiento implícito a que ella se equivocó al nombrarlo. Como ningún ministro de Hacienda ha sido removido desde el retorno de la democracia (Aninat dejó su cargo para asumir un puesto en el FMI meses antes del fin de sexenio de Frei), la salida de Arenas sería tan costosa para Bachelet como para su leal ministro.

Además, el nuevo ministro entraría con tal poder que inevitablemente incomodaría a Bachelet. Sabiendo que no va a ser removido de su cargo de manera inmediata, fijaría su propia línea de acción, marcando matices con las prioridades de La Moneda. Teniendo la experiencia de lo que hizo Velasco,la Presidenta no va renunciar al poder que posee sólo porque la galería económica pide la cabeza de Arenas. Es cierto que todo rito requiere un sacrificio. Para demostrar que pasará de criticar a los “los poderosos de siempre que defienden sus intereses” (frase del polémico video de defensa de la reforma) a trabajar codo a codo con los empresarios por la recuperación económica, el gobierno de Bachelet sabe que deberá pagar penitencia. No obstante, la salida de Arenas aparece como un sacrificio demasiado elevado para la Presidenta Bachelet.

 

Patricio Navia, Foro Líbero.

 

FOTO: SEBASTIÁN RODRÍGUEZ/AGENCIAUNO

Sociólogo, cientista político y académico UDP.

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