La decisión de Irina Karamanos de asumir el rol de primera dama con el fuerte compromiso de reformular el cargo parece un nuevo síntoma del daño profundo y las contradicciones inevitables que se desprenden del fanatismo juvenil por cambiarlo todo en base a prejuicios y slogans.
La pareja del presidente electo Gabriel Boric venía diciendo hace semanas que el papel de primera dama debía ser repensado profundamente, decisión tremendamente válida, entendiendo que es una figura no del todo regulada y que incluso se puede decidir libremente si ejercerla o no. Sin embargo, el martes recién pasado Karamanos anunció que de todos modos asumirá ese rol, aunque con el firme propósito de cambiarlo.
Los escuetos lineamientos que la futura primera dama dio para explicar su decisión son al menos seis y, hay que decirlo, ninguno de ellos entrega un argumento contundente, al punto que incluso esboza un aparente desconocimiento y contradicción, dejando más dudas que certezas.
Primero, Karamanos aspira a “adaptar a los tiempos” el rol que ejerce la pareja del Mandatario, esgrimiendo esa palabra repulsiva para su sector: tradición. Lo cierto es que basta un poco de lectura de la inmensa cantidad de artículos y estudios que se han hecho a este respecto en Chile y el mundo para darse cuenta que el de primera dama es un rol que se ha ido adaptando sin necesidad de declararlo con tanta pirotecnia.
Nadie puede negar que el papel de María Nicolasa Valdés y Carrera fue muy distinto al de Rosa Markmann, como al de Graciela Letelier o Maruja Ruiz-Tagle, o Leonor Oyarzún, Marta Larraechea, Luisa Durán y la misma Cecilia Morel. Aunque todas compartieron el mismo título, cada una ha sabido, con mayor o menor fuerza, dar un toque propio ajustado al momento histórico que han vivido. Un poquito de historia sin prejuicios, por favor.
Segundo, la pareja de Boric anuncia que va a “despersonalizar” el cargo. Parece no entenderse que es una función que se sostiene directa y precisamente en la persona del mandatario y se valida por el vínculo que se tiene con él o ella. Si es esto último lo que se quiere modificar, pues Irina lo que busca es crear una suerte de repartición, secretaría o ministerio a la medida, ajena a la persona del jefe de Estado. Curioso, por decir lo menos.
Tercero, Karamanos anunció además que desea “cambiar la relación con el poder” que tiene la función de primera dama. ¿Cómo es posible modificar esto cuando su función, que no deriva del voto ciudadano, debe su existencia única y exclusivamente a su vínculo con quien ejerce el poder? Si lo que se busca por el contrario es restarle poder –¿lo tiene?–, inevitablemente le quita relevancia y capacidad de acción.
Cuarto, la inminente primera dama desea también cambiar “la forma en la que vemos la relación con el poder y las mujeres que hacen política”. Además de contradecirse con el punto anterior, pues reconoce que hay un vínculo con el poder, se insinúa equivocadamente que el cargo sólo podría ser ejercido por mujeres. Sin embargo, lo más grave de este punto es que se desconoce de un golpe lo significativo que ha sido en muchos países del mundo, y en especial de un continente fuertemente machista como el latinoamericano, el papel de la primera dama para aspirar a disminuir en algún grado la enorme brecha de género aún presente en el ejercicio del poder. No en vano y como botón de muestra, una veintena de primeras damas de nuestro continente han postulado luego a la presidencia de sus países y, vaya ironía, en una semana más asume como presidenta de Honduras Xiomara Castro, primera dama en 2009. ¿No es acaso el cargo un espacio más para avanzar hacia la tan anhelada feminización de la política?
Quinto, Karamanos dice curiosamente aspirar también a inyectar “probidad y transparencia” en la función que cumpla esta “renovada” primera dama. Un deseo sin fundamentos y una insinuación gratuita. Si la pareja de Boric está en conocimiento de alguna falta a la integridad y honradez de sus predecesoras debería explicitarlo y, si cabe, denunciarlo, salvo que su juicio general sólo haya puesto acento al caso de Sebastián Dávalos, la única manzana podrida en el cargo del que se sepa en el Chile democrático moderno.
Sexto y último, la futura primera dama postula que su rol debe ser “menos caritativo” –vaya obsesión contra la caridad–, pero “más articulador y diplomático”. Ya se nos podrá decir cómo articular y ejercer la diplomacia desde el Ejecutivo si no es, precisamente, ostentando alguna cuota de poder.
En definitiva, la decisión de Irina Karamanos de asumir como primera dama es tremendamente válida, tanto como su deseo de reformar el cargo en cuestión… pero hasta ahora abrazar ambas ideas al mismo tiempo no ha sido fundamentado y resulta hasta contradictorio. Incluso indicó explícitamente su intención de visibilizar, desde su cargo, a las juventudes trans, la infancia, la migración y la interculturalidad. ¿No es acaso eso tener una agenda explícita de política social tal como la han tenido todas las primeras damas de nuestro país y la que, por cierto, no deja de rozarse con las funciones de varios Ministerios? ¿Cuál es la diferencia?
Que quede claro, el rol de primera dama podría perfectamente ser eliminado. Hay literatura y experiencia internacional suficientes que validan una decisión así. Aquí lo confuso es querer mantener la figura, agitar sin fundamentos la bandera del cambio y seguir la moda ciega de pisotear toda tradición por el simple hecho de serlo. Cada vez que aparece ese cóctel el resultado es inexistente o, peor aún, desastroso.