El ejercicio del periodismo tiene hoy diversas falencias. Es verdad. En la inmensidad de medios en circulación, no es tan difícil encontrar ejemplos de falta de rigurosidad, parcialidad y atentados a la verdad. Puede ser. Sin embargo, al ser una profesión expuesta a la opinión pública y que trata de algo medular en la antropología humana como es la comunicación, sus resbalones son más visibles y enjuiciados que los tropiezos velados y técnicos de abogados, ingenieros y arquitectos. Obviamente no es excusa. Más bien, perspectiva.

Es algo evidente y largamente estudiado que el ejercicio profesional de las comunicaciones está en constante observación por los profesionales mismos, por académicos y por la opinión pública en general.

En ese sentido, hay que saber distinguir los análisis y diagnósticos serios que existen sobre la profesión, de los (pre)juicios de sobremesa que se lanzan en las redes sociales en busca de un puñado de likes entusiastas. 

De estos últimos hay demasiados, más aún a 46 días de una elección presidencial que dejó heridos que todavía buscan responsabilidades ajenas, atrapados en una dinámica de trincheras. En ese escenario, el periodismo es carnada fácil.

Un ejemplo concreto y muy ilustrativo de esto último es la lluvia de críticas que reciben los profesionales de la comunicación por la atención aparentemente desmedida que ha generado en la opinión pública Brownie, el perro del presidente electo Gabriel Boric.

Se dice, evidentemente sin asidero alguno más que un malestar visceral, que los medios ponen énfasis en la figura del canino presidencial más que en las urgencias reales del país. Es ya una muletilla tan extendida como equivocada.

Lo cierto, es que los medios de comunicación pueden caminar y mascar chicle al mismo tiempo y, por lo mismo, mostrar la sugerente imagen y potencial rol que podría jugar Brownie, sin descuidar ni un ápice la relevancia y prioridad que merece, por ejemplo, la violencia desatada en amplios sectores de nuestro país. Asimismo, la noticia sobre la llegada hace algunos días del gato Willow a la Casa Blanca no va en desmedro alguno a la urgente y necesaria cobertura de la crisis en Ucrania.

Los críticos parecen convencidos de que un editor pérfido decide a diario intercambiar el espacio o el tiempo asignados a “temas relevantes” con noticias mal llamadas “blandas”. Y no es así. Ningún medio de comunicación medianamente relevante ha dejado de publicar la crisis en la Macrozona Sur en favor de Brownie. Un poco de seriedad, por favor.

Quizás, lo que parece no entenderse, es que “estar al tanto” exclusivamente con redes sociales, donde los perfiles profesionales de medios de comunicación compiten de tú a tú con millones de otros perfiles bajo el imperio de ininteligibles y caprichosos algoritmos, no es necesariamente estar bien informados. Hay suficiente evidencia publicada que demuestra que quien navega en redes termina viendo una versión de la realidad hecha a la medida. Parece que cuesta aceptar que un timeline no es un medio periodístico. 

Es evidente que, llegado el caso, si se demostrara que un profesional de la comunicación ha decidido conscientemente publicar las andanzas de Brownie con el fin de empequeñecer noticias relevantes y urgentes, sería algo fuertemente reprochable. Pero tener la idea de que el perro presidencial no merece cobertura alguna porque hay asuntos más apremiantes es sencillamente ver la realidad como un puñado de episodios obtusos. Byung-Chul Han está cansado de explicarlo. 

Los críticos del periodismo sobre Brownie parecen olvidar a Bolt, el beagle de Sebastián Piñera y, desde luego, desconocen la amplia tradición nacional que hay a este respecto, con ejemplos debidamente informados por los medios de la época como fueron Ulk, el gran danés de Arturo Alessandri; Zar, el bóxer de Jorge Alessandri; o Chagual, el pastor alemán de Salvador Allende.

Urge poner las cosas en perspectiva. Ni Vicky, Pasha o King Timahoe salvaron a Richard Nixon; ni Pushinka –regalo de Nikita Khrushchev a Jackie Kennedy– hizo caer el Muro de Berlín; ni Tabby y Dixie ocultaron el escándalo de Bill Clinton; ni la vaca Ofelia, la gata India o los perros Barney, Spotty y Mss. Beazlya le tendieron una mano al impopular George W. Bush.

El ejercicio diario del periodismo tiene desatinos. Cierto. Pero igual de grave parece condenar y atribuir responsabilidades a toda una profesión luego de navegar sin rumbo por una red social.        

Alberto López-Hermida

Periodista. Director de la Escuela de Periodismo de la U. Finis Terrae

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