Numerosos conceptos provenientes de otras lenguas han empezado a poblar -más que nunca antes y de manera acelerada- el análisis de los asuntos internacionales. El motivo son esas profundas transformaciones geopolíticas, especialmente en Europa y Asia, y el claro desafío financiero y tecnológico de Pekín a Washington, que han empezado a configurar un mundo nuevo. Difícil de aprehender, de entender y de clasificar.

Marcado por alianzas inimaginables, pulsiones que brotan para luego marchitarse, por enemistades repentinas, así como por estallidos incomprensibles y por ambientes neblinosos. Tales son algunas de las características del conflictivo período actual.

Hace poco más de un año, el canciller alemán, Olaf Scholz se percató de las dificultades para explicar todo esto y particularizar lo que estaba aconteciendo en Europa con la guerra ruso-ucraniana; un ícono de estas nuevas conflictividades. Fue entonces cuando empleó un concepto que rápidamente se esparció por todos los países de la región y que carece de adecuada traducción; Zeitenwende.

Con esta palabra, Scholz instaló en todo el imaginario continental la idea de un cambio de época. “Europa, pero también el planeta entero y cada país en su marco doméstico presenta transformaciones desde sus raíces”, constató Scholz ante parlamentarios alemanes y diversos medios de prensa. Las redes sociales se hicieron eco de inmediato y adoptaron tan singular palabra.

Luego de eso, varios autores han intentado cartografiar esta nueva realidad examinando algunas de sus tendencias. Por un lado, está el sostenido auge de partidos nacionalistas con firmes discursos en contra de una globalización idolatrada. Por otro, las dudas sobre la (i)liberalidad de algunos regímenes democráticos. También se observa el indesmentible declive de no pocos partidos socialdemócratas (Finlandia, Suecia, España etc). Finalmente, hay un súbito desplazamiento del principal eje de la seguridad de la OTAN desde Alemania hacia Polonia. Todo esto sin contar las estrecheces energéticas en Europa durante este invierno ni ese peligrosísimo deambular por la cornisa en que han caído Rusia y Ucrania. Son cambios muy profundos y con consecuencias impredecibles.

Además, este Zeitenwende está tirando al tacho de la basura ciertas cuestiones propias de las realidades post-Muro de Berlín, que, si bien eran desafiantes, se les estimaba manejables. Se asumía que el mundo, casi por azares del destino, debía irse pareciendo cada vez más a la Europa de fines del siglo 20. Según el catecismo progresista, todos nos modernizaríamos al ritmo de una globalización ineludible. Nos deleitaríamos protegiendo cada vez más el medio ambiente y los DDHH. Bastaba con inculcárselos a las nuevas generaciones y clamarlo a los cuatro vientos. Pero la adopción del Zeitenwende indica que el entusiasmo se correspondía con una cierta embriaguez. Exceso de optimismo.

La realidad de hoy es que casi todas las regiones del mundo están pareciéndose más a la Europa de fines del siglo 19 y de comienzos del siglo 20. Competencia despiadada. Resquemores inocultables. Producción desatada de armas y acopio excesivo de ellas en zonas de conflictos. Migraciones caóticas. Focos bélicos impensados y cuyo carácter ancestral los hace casi insolucionables. Discursos líricos infinitos.

Puede decirse que la agresividad supera lo imaginado, incluso entre los más pesimistas. Como bien escribió hace unos días Daniel Innerarity, hoy todos presagian un futuro catastrófico y sólo cabe confiar que la idea del colapso devuelva la sensatez.

Siguiendo su razonamiento, “el gran relato de una convergencia ineluctable entre los tres proyectos de la modernidad europea (progreso científico-económico, secularismo y liberalismo político) ya no se sostiene. Hay claros ejemplos que la modernidad tecnológica y las capacidades financieras pueden ir a la par de regímenes iliberales”.

Los mejores ejemplos de esto son la tormenta ruso-ucraniana y esas nubes negras apuntando a Taiwán. Más otras, posándose por estos días sobre Kosovo. Ya se sabe cómo terminan las fricciones, las crisis y los conflictos en los Balcanes.

Scholz tenía razón. A más de un año de haber puesto en boga la palabra Zeitenwende, es posible que hoy él, y desde luego muchos otros, piensen en lo corto de las sombrías predicciones de hace un año.

Por ejemplo, ¿quién habría imaginado que el desacople de los países bálticos e incluso de Polonia con Moscú, y su alineamiento con Washington, iban a ser tan bruscos y arrolladores?, ¿quién habría apostado a visitas de altos personeros del mundo occidental en Taiwán desafiando las claras advertencias de Pekín?, ¿hubiese prosperado tres o cinco años atrás un cambio en el status de neutralidad de Suecia y Finlandia en favor de la OTAN?

Para graficar todos estos movimientos se está recurriendo también a otro concepto novedoso, usado preliminarmente por algunos economistas; friendshoring. Se quiere describir así la re-ubicación de recursos (esta vez políticos y militares) en países amistosos.

Lo interesante es que el friendshoring podría ayudar a explicar también algunos movimientos recientes en la zona latinoamericana. Por ejemplo, el bloque de los BRICS está ejerciendo un embrujo inesperado en países latinoamericanos, que buscan re-ubicar sus intereses.

Hace poco había trascendido la postulación de Argentina e Irán. También el interés de Arabia Saudita, Turquía, Indonesia y Egipto. Sin embargo, en el reciente encuentro de mandatarios sudamericanos efectuado en Brasilia, se conoció el sorpresivo interés de Venezuela por ingresar a los BRICS.

No sería extraño que cuente con el apoyo entusiasta de Lula. Parece razonable suponer una conexión entre tal deseo y los esfuerzos del ya veterano presidente brasileño por instalar esa peregrina idea que el fracaso de la gestión chavista y los consecuentes pesares de los venezolanos corresponden a una simple “narrativa construida”.

Aquella cumbre trajo una noticia alentadora, como es la renuencia de los países latinoamericanos a reflotar Unasur. Estos movimientos metamórficos se profundizarán en los próximos meses cuando comiencen procesos electorales, cuyos desenlaces serán más parecidos a lo que ocurre en Europa.

Aún más. Hace algunos días, trascendió la noticia que el presidente ucraniano planea venir a América Latina. Tras su audiencia con el papa, su entusiasmo por la región habría aumentado. Será un viaje significativo. Los países latinoamericanos tendrán que tomar parte real en este conflicto tan simbólico de la nueva etapa mundial.

Al parecer habrá que acostumbrarse a la ola de nuevos conceptos para tratar de aprehender el torbellino que se avecina. Zeitenwende.

Académico de la Universidad Central e investigador de la ANEPE.

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