En nuestro país los niños siempre han estado asociados a las mujeres. La concepción y la crianza tienen rostro de mujer, en tanto la paternidad está poco definida, a veces es casi un espejismo, y en muchas ocasiones solo visible en la celebración del Día del Padre.

A pesar de los paradigmas culturales que han intentado separar al mundo masculino del femenino,  siempre ha habido mujeres cumpliendo tareas asignadas al estereotipo de lo masculino; mujeres  dirigiendo estratégicamente reinos, ejerciendo una influencia destacada en la Iglesia, en medicina, ciencia, literatura. Tradicionalmente pocas, pero relevantes, y muchas veces escondidas y acalladas por ser disruptivas en un mundo en que el poder estaba claramente asignado.

En el último siglo, la presión de las mujeres por ingresar a este mundo exterior no doméstico ha sido creciente, y la búsqueda de la igualdad se ha convertido en una motivación de cambio de paradigmas que está exigiendo una adaptación de muchas leyes y normas vigentes.

Algunos datos oficiales recientes sobre mujer y trabajo en Chile permiten hacer una rápida radiografía sobre la situación en nuestro país: la participación laboral femenina es de alrededor de un 48%; el 52% de los estudiantes que ingresan a la universidad son mujeres; la participación femenina en directorios sigue siendo inferior al 6%; la brecha salarial es de 31,6%. Y todo esto sin entrar a analizar datos más impactantes, como violencia de género, violencia intrafamiliar y otros tantos.

Es la realidad que enfrenta el 51% de la población chilena. Como se diría en el mundo empresarial, existe un gran espacio de mejora.

Hemos tenido una Presidenta de la República por dos mandatos, ocho años, y contrariamente a lo esperado, a pesar de las buenas intenciones, la participación laboral femenina ha tenido muy poco avance. Es cierto que en las empresas del Estado se ha incorporado al menos una mujer al directorio, algo es algo, pero no hay que olvidar que para generar impacto debieran ser al menos dos. Una es casi un acto simbólico.

En este sentido, en la prensa de esta semana se comenta el programa del candidato presidencial Sebastián Piñera, y por fin aparece como promesa de campaña una medida largamente esperada por las mujeres trabajadoras y aspirantes a trabajadoras en nuestro país: sala cuna universal, sin contar con el requisito de que los empleadores tengan un mínimo de 20 trabajadoras en su nómina, y sin que sea un beneficio asociado sólo a las madres, ¡también ahora se incluye a los padres!

Esta es una medida que ya había propuesto Piñera en su Gobierno, la que no fue aprobada en aquel momento y quedó olvidada en estos últimos cuatro años. No es de extrañar que la medida también aparezca ahora mencionada, aunque con distinto alcance, en los programas de Felipe Kast, Carolina Goic y Alejandro Guillier.

Una medida de este tipo apunta a un cambio cultural; los hijos no son sólo responsabilidad de la madre y legislar en este sentido es promover la incorporación de la mujer al mundo laboral. Una acción que sin duda va en el sentido de generar igualdad entre hombres y mujeres, a no castigar a la mujer por ejercer su derecho a trabajar remuneradamente y, a la vez, tener una familia.

Este tipo de preocupación es lo que se espera de quien aspira a gobernarnos por los próximos cuatro años. La verdadera dignidad y libertad de las mujeres radica en su posibilidad de ser independientes económicamente; la dependencia crea obligaciones y ataduras, y entrega el poder a quienes ejercen el control.

 

Amparo Carmona, socia Consultora BC&B

 

 

FOTO: SEBASTIAN BELTRAN GAETE/AGENCIAUNO

 

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