Hay pocas cosas menos sexies que esta elección. Para algunos, se alejó definitivamente la posibilidad de refundar el país a voluntad; para otros, se alejó definitivamente el riesgo del despeñadero. El proceso constituyente volvió a ser una aburrida cuestión de entendidos, que poco tiene que ver con las preocupaciones cotidianas de los chilenos. Pero el natural tedio ciudadano tras un largo y decepcionante proceso no debiera impedirnos ver las cuestiones relevantes que están en juego. 

Vale la pena recordar cómo es que llegamos a este punto. Una crisis política y social que, más allá de la “primera línea”, encontró un eco masivo en la población de Arica a Punta Arenas; la búsqueda de una salida institucional para esa crisis, en un momento particularmente complejo; los dos plebiscitos constitucionales, en que los chilenos dijeron “sí” a una nueva Constitución y “no” a la inaceptable propuesta de la Convención; la urgente necesidad de recuperar la confianza ciudadana en la clase política; el tímido inicio de un piso compartido con la Comisión Experta de esta nueva etapa del proceso… todo eso está en el trasfondo de la elección del próximo 7 de mayo.

Ese día votaremos sin ganas, no hay duda. Pero sería frívolo enfrentar esta elección como si no hubiera pasado agua bajo el puente, como si viviéramos en el Chile de hace veinte años, como si no existiera la crisis, ni el terremoto institucional, ni la desafección, ni nada. Votar sin entusiasmo es perfectamente compatible con tomarse la elección en serio. ¿O pensamos que sólo con el resultado del pasado 4 de septiembre ha quedado atrás todo este convulsionado período?

Es obvio que una Constitución no resolverá por sí misma todos nuestros problemas. Lo que sí puede hacer, si carece de eficacia jurídica o de legitimidad, es agudizarlos. La elección que tenemos por delante es aburrida, pero importante: es fundamental que la cuestión constitucional quede zanjada, que este proceso asegure un texto compartido sobre el que iniciar un nuevo ciclo político. ¿O queremos que nuestra discusión pública continúe girando en torno a la legitimidad de la Constitución durante la próxima década?

Tomarse en serio la elección implica tomarse en serio la visión que los distintos actores tienen de este proceso. En ambos extremos del arco político hay quienes lo desprecian: unos, porque la cuestión constituyente perdió toda capacidad revolucionaria; otros, por considerarlo un proceso ocioso, con origen en la actitud entreguista de quienes no habrían sabido defender la Constitución vigente. Para ambos, una pantomima inútil, una concesión de débiles. Un proceso en el que sólo se participa con el ánimo de subvertirlo. 

Quienes piensan que, con independencia de sus preferencias personales, la Constitución actual está políticamente muerta, difícilmente podrían hacer caso omiso de ese desprecio subterráneo. Si las constituciones no sólo deben ser técnicamente correctas, sino también objeto de un reconocimiento compartido, no basta con simular un cambio constitucional sino realmente mostrar voluntad efectiva de llevarlo a cabo. 

La legitimidad se ganará no solo con la letra, sino también con el mismo proceso deliberativo: el tono de la discusión y la actitud ante posibles acuerdos transversales serán decisivos. Un relativo escepticismo constitucional es perfectamente compatible con otorgar importancia a los modos en este proceso. El momento sigue siendo delicado.

El 7 de mayo votaremos sin ganas, pero votaremos y con un voto razonado. Hay situaciones donde lo relevante no es el entusiasmo, sino simplemente la razón.

Investigadora de Signos, Universidad de los Andes.

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