Iniciamos el segundo tiempo de la discusión constituyente un día cargado de simbolismo, que divide al país entre quienes rechazan conmemorar el 18-O y aquellos que lo valoran por ser el iniciador del proceso. Un día marcado por la violencia, que la mayor parte de los constituyentes insisten en asociar a su trabajo. Primero, al pedir el indulto a los presos y ahora al marcar el inicio de esta nueva etapa.

Muy lejos de una discusión que debería haber buscado acuerdos para construir la casa de todos, los primeros tres meses parecieron más un ejercicio de catarsis para grupos que reclaman haberse sentido postergados y que han encontrado en esta instancia la oportunidad del revanchismo.

Son muchas las señales de alerta para lo que será el inicio de esta nueva etapa. Dejando de lado el caso Rojas Vade, las asignaciones y aumentos de presupuesto, almuerzos y privilegios para algunos, un himno nacional pifiado, minutos de silencio negados y vetos entregados, existe un Reglamento que marca un camino difícil de ignorar.

No es una buena señal una Convención que se haya declarado originaria y soberana, rechazando límites de poder frente a otras instituciones del Estado.

Es una mala señal que hayamos renunciado a ser un Estado unitario, para transformarnos en plurinacional, con sistemas legales y de justicia autónomos para nuestros diversos pueblos.

Preocupa que en todas las discusiones la sustentabilidad haya dado paso más bien a un ecologismo profundo, donde se rechazan desde los embalses (en plena crisis hídrica) hasta terminar con la agroindustria y los tratados comerciales. Todo por el bien de la naturaleza, que pareciera tener los mismos derechos que el ser humano.

No es una buena señal que en vez de haber respetado la regla fundamental de los 2/3, establecida en el acuerdo del 15 de noviembre, se opte por plebiscitos dirimentes, cuando no se alcance este objetivo y se logren quórums de 3/5, previa aprobación del Congreso. Más preocupante aún es que la derecha no haya logrado contar con apoyo de otros sectores democráticos para presentar un requerimiento ante la Corte Suprema. Demuestra total aislamiento y que no podrá formar ni siquiera un tercio con esos sectores para temas de importancia al definir los contenidos.

Una mala señal es que los pueblos originarios tengan el privilegio de contar para todas las materias con plebiscitos vinculantes, colocándoos en una posición de la que no gozarán el resto de los ciudadanos.

También preocupa cómo se discutirán nuestras libertades, con la definición de negacionismo que determinó el Reglamento de Ética. Sólo consideró una parte de la historia y una sola visión de la realidad. Mientras nos negaron incluir la libertad de enseñanza y el derecho preferente de los padres a educar a nuestros hijos.

Entre tantas malas señales, una buena noticia para los ciudadanos es que se estableció la posibilidad de que nos podamos organizar para tener iniciativa popular y que podamos presentar proyectos con sentido común, que nos permitan defender nuestros derechos y libertades. Una forma de “rodear” activamente y sin violencia la Convención.

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