Gabriel Boric inicia su gobierno con una nueva voltereta. Promete gobernar para todos los chilenos, pero a poco de asumir su mandato se enfrasca en dos polémicas con la Iglesia Católica. La misma que ha perdido prestigio y legitimidad como gran parte de nuestras instituciones, pero a tal nivel que ya nunca la vemos opinando sobre los temas que antes habrían sido su foco de luz. Aunque de todas formas siga siendo punto de referencia de una buena parte de la sociedad chilena, pese a los graves escándalos de abusos en los que se ha visto envuelta, agravados por su errónea manera de enfrentarlos, poniendo la mugre debajo de la alfombra.
No es de extrañar entonces que en esta cultura de la cancelación sea totalmente legítimo para las identidades que rigen al actual gobierno darse el gusto de criticar e incluso humillar a todo quien se erija como miembro del alicaído clero, se justifique esto o no.
Y de paso lograr el aplauso fácil de sus barras bravas, que no sólo están examinando sus pasos desde la calle. También lo presionan desde la misma Moneda, con -por ejemplo- una ministra de la mujer que fue protagonista de una protesta en la misma Catedral de Santiago.
En un análisis facilista y popular, la mayoría dirá que la situación en torno a Ezzati- Errázuriz es muy diferente a lo que ocurrió con el padre Felipe Berríos. Que los primeros representan lo peor del viejo clero, responsables de la política encubridora de la Iglesia y que, si no están presos, no tenían nada que hacer en un acto público, por lo que Boric habría hecho muy bien en reclamar públicamente su presencia a posteriori. Y aplauden que ahora les vete la entrada a todos los Te Deum que se hagan durante su gobierno.
Diferente sería el caso del cura jesuita, que siempre se ha enfrentado a estas mismas autoridades, vive en un campamento de extrema pobreza en La Chimba, por lo que conoce a fondo la realidad de los que sufren. Pero tiene el imperdonable pecado de pertenecer a la misma Congregación de donde también han salido abusadores con historias escandalosas.
Es cierto que a ojos de matinal ambas historias suenan muy distintas, pero si se trata de ser consecuentes con nuestra preocupación por la cancelación, no deberíamos consentir ninguna de las dos. El caso de Berrios ha sido una situación muy complicada para Boric. Se trata de un sacerdote popular, que ya había sido invitado a colaborar con el gobierno en un tema del que entiende -los campamentos- y públicamente tuvo que aparecer el presidente quitándole el piso porque los sectores más duros de su gobierno no son capaces de tolerar que un miembro de la Iglesia Católica sea parte de sus filas.
El caso de los cardenales puede sonar popular y bien llevado. Pero responde a la misma lógica totalitaria del gobierno recién instalado. El presidente Boric fue invitado a la Catedral Católica a rezar por Chile junto a los otros credos. Una regla básica de convivencia es no cuestionar a los invitados del dueño de casa. Sobre todo considerando que si se trata de practicar la religión cristiana, no hay exclusión que valga. Bien decía Jesucristo a los fariseos que querían lapidar a la mujer adúltera: el que esté libre de pecado…. y su vida giró en torno a acoger a los descarriados y excluidos.
¿O acaso no es Boric el que quiere perdonar y dialogar con los mismos que han hecho tanto daño a través de la violencia? Si dice que va a gobernar para todos los chilenos, es con todos, no sólo con los que pertenecen a esas identidades que hoy tanto defienden sus seguidores.
*Verónica Munita es periodista.