Un querido amigo, compañero de tertulias y polémicas, está por el “En contra” en el plebiscito del próximo 17 de diciembre. Él es leal militante de un partido de la izquierda democrática y esa condición parece ser la razón principal de su decisión. En nuestros diálogos me ha dicho que mi insistencia en revisar el texto constitucional en discusión, ateniéndonos a la letra de lo propuesto, le parece inadecuado e incluso tramposo. Él prefiere atenerse al contexto. Le parece que una guía importante para su decisión es la solvencia intelectual o moral de algunas personalidades que han explicitado su decisión de votar “En contra”. Y, a la inversa, le repugna que muchos de quienes apoyan el texto sean muy derechistas, así como que organizaciones que en el pasado han realizado campañas a favor de objetivos que él rechaza, se ufanen ahora de lo bien que les parece el texto propuesto.
Como en la anterior consulta plebiscitaria mi amigo estuvo por el Apruebo a pesar de que en nuestras conversaciones de entonces quedó claro que algunas partes del texto propuesto no le agradaban en lo absoluto, no me queda más que concluir que, como entonces, el determinante principal de su decisión actual es el hecho que la izquierda vota de una manera y él vota de esa misma manera porque es un consecuente izquierdista.
Mi amigo no sólo es muy inteligente, sino que un sagaz polemista. Por ello en nuestro diálogo me expuso un argumento que intentaba destruir mi insistencia en atenernos al texto y no al supuesto “espíritu” o contexto que anima cada artículo. Escogió la frase de la letra “b” del número 22 del Artículo 16, que señala: “Cada persona tendrá el derecho a elegir el sistema de salud al que desee acogerse, sea este estatal o privado”. Esa es una falsedad, me dijo, una mentira, porque tal libertad no existe. Sólo podrán elegir entre el sistema público o el privado los ricos, pues tendrán el dinero para pagar este último. Los pobres, en cambio, tienen una sola opción: el sistema de salud público, porque no tienen el dinero para pagar el privado.
Su argumento, que creo haber leído también en el artículo de opinión de un jurista que apoya el “En contra”, remite a un antiguo dilema del pensamiento liberal, que este pensamiento por cierto ya resolvió. En su libro Cuatro ensayos sobre la libertad (Alianza, Madrid 1993), Isaiah Berlin lo plantea asociado a los conceptos de “libertad negativa” y “libertad positiva”. La libertad negativa es aquella que se logra cuando las prohibiciones u obstáculos que impone la autoridad para que cada uno pueda construir su vida como quiera, desaparecen. El texto que mi amigo denuncia como falso es un caso de libertad negativa lograda.
Pero Berlin advierte también que la posibilidad de construir cada uno su vida como quiera limita con situaciones ajenas a su voluntad. Y es el caso justamente del ejemplo que me ofreció mi amigo: una persona pobre no podrá disfrutar de la libertad de elegir el sistema de salud que desee, porque le estará vedada la salud privada debido a su imposibilidad de pagarla. De ahí, nos explica Berlin, que sea necesario entender que existe también una “libertad positiva”, que es aquella que se alcanza cuando se ha dotado a los individuos de la capacidad social de ejercer la libertad negativa de la que la misma sociedad lo ha dotado como, en nuestro caso, por intermedio del texto constitucional.
Esta segunda libertad se alcanza siguiendo el camino de la equidad, esto es aplicando las políticas que una sociedad democrática pueda decidir para lograr que el piso desde el que se parte en el momento de elegir sea igual para todos y que sólo a partir de ahí cada uno pueda decidir en virtud de sus desiguales capacidades, entre ellas la económica.
Otro pensador liberal, John Rawls, explicó este imperativo social en su obra Teoría de la justicia social (Fondo de Cultura Económica, México 1977), en los términos de lo que él definió como “principio liberal de la justa igualdad de oportunidades”. El principio queda enunciado de la siguiente manera: “Las desigualdades sociales han de disponerse de tal modo que sean tanto a) para el mayor beneficio de los menos aventajados, como b) ligadas con cargos y posiciones asequibles a todos en condiciones de justa igualdad de oportunidades” (p. 88).
Naturalmente un texto constitucional no puede establecer por sí mismo los modos institucionales específicos en que estas condiciones pueden satisfacerse en cada país (y al proyecto que se nos presenta ahora ya se lo ha criticado bastante por incursionar en temas que son o pueden ser materia de Ley), pero sí debería, si se reputa de orientado por principios de libertad e igualdad, establecer el marco general en que tales principios pueden ser alcanzados. ¿Queda establecido ese marco general en el texto que se nos ha propuesto?
Fiel a mi propio principio de que para decidir debemos atenernos al texto literal del proyecto, no me queda más que referirme a ese texto. En el número 22 del Artículo 16, esto es el que mi amigo sacó a colación y que se titula “El derecho a la protección de la salud integral”, puede leerse: a) El Estado protege el libre, universal, igualitario y oportuno acceso a las acciones de promoción, prevención, protección, recuperación y cuidado de la salud y de rehabilitación de la persona, en todas las etapas de la vida. Asimismo, le corresponderá, en virtud de su función de rectoría, la coordinación y control de dichas acciones, considerando las determinantes sociales y ambientales de la salud, de conformidad con la ley”.
Por cierto que bastaría con ese enunciado para establecer que el texto constitucional propuesto sí se preocupa de definir un marco de igualdad de oportunidades. Pero no es todo pues el texto avanza aún más y, en la letra c), señala que “La ley establecerá un plan de salud universal, sin discriminación por edad, sexo o preexistencia médica, el cual será ofrecido por instituciones estatales y privadas”. Es decir, definitivamente igualdad de prestaciones para todos y la posibilidad, según las capacidades de cada cual, de avanzar en prestaciones extras para quienes tengan la capacidad de hacerlo.
Las evidencias que aporta el texto por sí mismo, más allá de los prejuicios que tenga sobre él, deberían bastarle a mi amigo para aceptar que por lo menos en relación con este tema todas sus expectativas quedan satisfechas. Pero me temo que no va a ser así, porque tengo otro temor: de que a pesar de lo inteligente que es, mi amigo va a preferir sus prejuicios o el llamado de la tribu en lugar de las evidencias que le muestra la realidad.
Aunque no pierdo las esperanzas y nuestro diálogo continuará.
Bueno, nadie está obligado a lo imposible……y felicitaciones por tanta paciencia, yo habría actualizado mi listado de amigos…..
Eso es la libertad de elegir. ¿Por que voy a querer pagar una fortuna por un sistema de salud privado si tengo un buen sistema de salud público? Si no tengo dinero me compraré un auto pequeño y económico. Si tengo dinero me compraré un Maserati. Ambos me llevarán a destino. El resto es envidia y resentimientos por los logros y esfuerzos del otro.