Me doy el lujo de escribir esta vez desde el corazón, porque declaro sin complejos, que me fascina Argentina y su gente. Esa Argentina geográficamente tan cerca de Chile, pero hasta hace pocos años tan lejos de sus condiciones sociales, su nivel cultural y estilo de vida. Y también esa Argentina que, aunque convive en un continente con el que parecía tener poco en común, es un país que fue acercándose a las condiciones del tercer mundo, para padecer hoy casi todos sus contrastes, dolores y miserias.

Nuestros vecinos fueron la nación más importante y la más desarrollada desde todo punto de vista de América Latina, un referente incluso para un trozo de Europa que, azotada por la guerra, los totalitarismos y la persecución a millones de seres humanos en la primera mitad del Siglo XX, corrió a refugiarse en esa extensión de verde y pampa al fin del mundo, cuya riqueza parecía inagotable (y las paradojas de la libertad, Argentina fue el refugio de miles de sobrevivientes del nazismo y también de varias decenas de victimarios).

Todas las ventajas comparativas de Argentina fueron, sin embargo, desgastándose con los años. Para ser justos, ese desgaste parte varias décadas antes de la llegada los Kirchner a la Casa Rosada en 2003, pero es en los dos mandatos de Cristina Fernández cuando el país entra en franco retroceso y sus indicadores pasan prácticamente al final de la tabla en casi todo.

Del peronismo histórico que encabezó Néstor, su mujer pasó a un modelo radicalizado, un populismo inspirado en el socialismo y, digámoslo con todas sus letras, simpatizante del chavismo, la Patria Grande y toda la retahíla de ideologismos que ya conocemos y que la izquierda logró articular metódicamente en nuestro continente en los últimos 15 años.

Esa Argentina nos desconcertó. Un país de vanguardia, que cuando nosotros estábamos en la A, ellos iban ya en la D, que cuando Chile iniciaba recién el primer período democrático post gobierno militar ellos llevaban seis meses del segundo. Un país que no discute ya sobre libertades individuales, porque están incorporadas a la cultura, a su estructura social; y con un nivel de civilización (léase vivir la civilidad, la condición de ciudadano) que se traduce en expresiones tan diversas como el deporte, el uso del espacio público, la estética, el cine, la literatura, etc.

Fui a Buenos Aires por última vez en 2012 y al año siguiente a Mendoza y en ambos viajes vi señales de deterioro, de distinta envergadura. A Mendoza fui por tierra y recuerdo haber manejado dos horas antes de encontrar una estación de servicio donde cargar bencina (ya se había estatizado YPF); muchas dificultades para usar una tarjeta de crédito; deterioro en las carreteras y, sobre todo, el descontento de la clase media por la delincuencia, la inflación, el deterioro de la educación y la salud pública.

En la capital, espléndida y vibrante como siempre y con infinidad de panoramas disponibles, me sorprendió el ambiente de desconfianza (fui literalmente encerrada con llave en una casa de cambio en la calle Corrientes, para conseguir pesos). Pero el mayor impacto, el signo de cambio más significativo al menos para mis ojos, fue entrar con mi mamá a la Casa Rosada un día domingo y encontrarnos, así de sopetón, con una galería de retratos en el hall central del Comandante Hugo Chávez, el Presidente Salvador Allende y el Ché Guevara, instalados en el mismo lugar de José de San Martín, Hipólito Yrigoyen y el Presidente Juan Domingo Perón (la Galería de los “Patriotas del Bicentenario” inaugurada por Cristina en 2010).

Naturalmente, los milagros en política no existen. De manera que no esperemos que Mauricio Macri llegue a la Casa Rosada con una varita mágica y nos devuelva esa Argentina que una parte de América Latina tenía como un espejo en el que mirarse, resolviendo en pocos meses el estropicio de las malas decisiones que se han tomado en particular durante los últimos 12 años.

Una economía estancada, casi un tercio de la población viviendo bajo la línea de la pobreza, una red consolidada de corrupción, narcotráfico, una inflación que hace la vida imposible y ha deteriorado el estándar de vida de la clase media más potente del continente, en fin, Cambiemos, Macri y su primer gabinete desembarca en La Rosada con mochilas bien pesadas.

La primera meta se ha cumplido: alternancia en el poder, fin de una era que deja un saldo negativo; la segunda meta es garantizar gobernabilidad, un desafío importante para quien tendrá que conducir una nación con minoría en el Senado, y una ex Presidenta que ha prometido liderar la oposición más leonina que se haya conocido en la historia de ese país (y como la conocemos, sabemos que va a cumplir), pero perfectamente posible de alcanzar para un Macri que ya ha enfrentado tareas complejas antes. Y, luego, vendrá lo demás.

Por ahora, desde esta tribuna deseo a los argentinos lo mejor, que respiren profundamente el oxígeno que está entrando por sus pulmones. Necesitamos a una Argentina fuerte, de pie, creciendo y recuperando para su pueblo el tiempo perdido.

¡Vamos Argentina! ¡Cambiaron!

 

Isabel Plá, @isabelpla, Fundación Avanza Chile.

 

FOTO: FANPAGE MAURICIO MACRI

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