Las vacaciones son un espacio privilegiado para compartir con los amigos y la familia, para descansar y recuperar energías que nos permitan enfrentar los desafíos futuros y, por cierto, para destinar un buen tiempo a esas lecturas que se nos hicieron esquivas durante el año.

Leer supone un ejercicio humano complejo: involucra decisiones, crea hábitos, estimula la inteligencia, la imaginación y la creatividad; nos permite conocer mundos distintos y comprender mejor el nuestro. Debemos decidir qué libro o a qué autor leer; destinarle a la obra el tiempo necesario; tener la perseverancia para concluirla y, algunas veces, la valentía para abandonarla.

En lo personal, trato de alternar mis lecturas entre una buena biografía, libros de historia y literatura de ficción.

En materia de biografías, un buen libro para este 2018 puede ser Nicolás II (Fondo de Cultura Económica, 2005), del historiador francés Marc Ferro, ya que en julio se conmemora el centenario del asesinato de la familia imperial rusa por parte de los bolcheviques. Es un libro interesante, que presenta de buena manera su vida personal con los conflictos que originaron la ruptura entre la sociedad y el régimen imperante. Se muestra al zar cómo un padre devoto y enamorado de su mujer, la zarina Alejandra; un cristiano ortodoxo piadoso y, en lo político, un hombre que rehuyó el ejercicio del poder (incluso se dice que rompió a llorar cuando se enteró de que iba a reinar). Pero una vez elevado como zar, consideró su único deber “conservar la gran Rusia e intactos los poderes que Dios le había confiado”. Receloso de sus facultades de gobierno, estuvo dispuesto a limitarlas bajo amenaza en 1905, pero en 1917 prefirió abdicar antes que volver a ceder, como plantea Ferro. El autor destina parte importante de los últimos capítulos a la incertidumbre sobre el destino final de los Romanov y a las posibilidades de que hayan sobrevivido.

El mismo año que dejó de existir la familia imperial Rusia vio nacer a uno de sus más destacados escritores e intelectuales: Alexander Solzhenitsyn (1918-2008). Su obra, que le significó recibir el Premio Nobel de Literatura en 1970, se basa en gran parte en sus propias experiencias en los campos de trabajo forzado del régimen soviético, adonde llegó en 1945 detenido por “delitos de opinión”. Un día en la vida de Iván Denísovich (TusQuets, 2008) es uno de los testimonios más desgarradores sobre la crueldad de la dictadura comunista, resumidos en solo un día de la vida de un prisionero en la estepa siberiana. En la misma línea se encuentran otras novelas como El primer círculo o Pabellón de Cáncer, a lo que se suma su larga y completa obra Archipiélago Gulag (I, II y III).

En materia de literatura, dos libros pueden ser buenos para este verano. La prolífica Iréne Némirovsky siempre es recomendable y entre muy buenos títulos como David Golder o El caso Kurílov, destaca La presa (Salamanca, 2016). Allí se cuenta la historia de Jean-Luc Daguerne, el ambicioso protagonista, dispuesto a traicionar a sus seres más queridos para lograr sus objetivos. Como siempre, Némirovsky destina tiempo a delinear sus personajes: así nos muestra al protagonista criado solitariamente en medio de una familia, y cuyo padre se cuestiona el amplio margen de libertad otorgado: “La libertad sólo es buena cuando es anhelada, deseada con ardor; así, ofrecida como regalo, tiene otros nombres: abandono, soledad…”.

Por último, el que ya se ha convertido en un verdadero clásico del autor cubano Leonardo Padura: El hombre que amaba a los perros (TusQuets, 2014). Cuenta la extraordinaria historia de Ramón Mercader, su participación durante la Guerra Civil española y su relación con Trotski, quien exiliado por Stalin en 1929, termina su destierro en México, donde encontraría la muerte. Es un libro extraordinario, que logra cautivar a sus lectores y mezcla con maestría la historia, la literatura y el análisis social de la Cuba actual.

 

Julio Isamit, coordinador político Republicanos

 

 

FOTO: CRISTIAN OPAZO/AGENCIAUNO

 

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