Como una inocente medida a favor de la cultura, “Música a un Metro” se transformó en un dolor de cabeza para los pasajeros y para la empresa misma. Esto surgió cuando el Metro de Santiago autorizó a 60 artistas el 5 de septiembre pasado a trabajar en las estaciones, que finalmente terminó perjudicando a los usuarios de este transporte por los cientos de artistas y vendedores no autorizados que día a día vemos dentro de los vagones, los cuales ganaron terreno por la cuestionable decisión.

Esto ha hecho bajar la calidad de los viajes para los pasajeros, que históricamente desde 1975 eran, al menos, trayectos relativamente tranquilos. Ahora es como subirse a las antiguas micros amarillas, como relató un usuario enojado que interpreta a muchos a quienes se les ha pedido bajarse del automóvil y usar el sistema público de transporte. Nuestra realidad actual es que, junto con ir viajando en un Metro completamente saturado de personas desde hace ya un par de años, debemos escuchar todo tipo de sonidos de artistas y vendedores ofertando a viva voz sus productos entre pasajeros disgustados.

Por otra parte, sorprende que Metro despilfarre recursos en una campaña publicitaria para tratar de corregir sus propias culpas de gestión, mostrando explícitamente lo malo que es compartir el vagón con artistas y vendedores, y tratando de que los pasajeros no cooperen con ellos. En definitiva, los perjudicados son los usuarios del Metro, la misma empresa, los artistas ganadores autorizados y el Estado, mientras que los únicos beneficiados son los artistas y vendedores que se tomaron los vagones.

El 3 de febrero, el presidente del Metro declaraba: “No vamos a permitir artistas en los vagones”. Hoy resulta que los artistas fueron en realidad la punta de lanza, seguida por “vendedores subambulantes”, nuevo término que me permito acuñar ya que este «sub-commerce» es inédito en Chile. Ni siquiera vale la pena cambiarse de tren ni de vagón, porque están en todas partes.

Aquí aplica aquella táctica de gestión de ventas que dicta que una vez que un vendedor pone el pie en la puerta, la transacción está casi hecha. Los “vendedores subambulantes” ya entraron a los carros del Metro y ni nos dimos cuenta. Primero fue con la autorización de Metro a 60 artistas para trabajar sólo dentro de las estaciones; luego con el ingreso de artistas al interior de los vagones, que fue la señal que esperaron por décadas miles de vendedores ambulantes para conquistar el apetecido subsuelo santiaguino y sus abarrotados trenes.

Algunos discutirán si son emprendimientos legítimos. La verdad es que se abrió un nuevo y potente canal de ventas en los vagones, informal por cierto, pero quizás tan productivo como las ventas “de cuneta” en la superficie. Este nuevo “canal subcuneta” ya tiene un récord, pues cuenta con el mayor número de consumidores por metro cuadrado, que además no tienen posibilidad de escaparse, al menos mientras dura su viaje. Son nada menos que tres millones de clientes, y los “subvendedores ambulantes” no tienen competencia de canales formales, no pagan permisos, ni menos IVA.

¿Qué escenario se puede proyectar para el futuro en el Metro? Lo que hemos visto ya en el transporte de superficie: tácticas de ventas más agresivas y peleas entre vendedores por ganar sectores; que éstos comiencen a ejercen presión psicológica e incluso amenazas explícitas contra pasajeros indiferentes que hacen que no escuchan la promoción a viva voz, aplicando un “plan B” como el conocido “Vengo saliendo de la cárcel y este es mi único modo de ganarme la vida. Voy a pasar recogiendo un aporte…”.

La decisión de aumentar el número de vigilantes en 42% —con 174 adicionales entre 2016 y 2017— podría ampliarse hasta instalarlos dentro de los trenes. Esto es complejo, porque los “subambulantes” ya tienen un pie adentro y porque sabemos que todos estos costos se traspasarán al precio del pasaje.

Alguien debe de velar por nuestros intereses como usuarios y la sensación es que en ningún gobierno se ha notado un cambio al respecto. ¿Porque debemos someternos a un servicio cada vez de menor calidad, si el de antes nos hacía sentir orgullo?

 

Jorge Jarpa V., consultor y doctor (c) MBA, MPM

 

 

FOTO:FRANCISCO LONGA/AGENCIAUNO

 

 

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