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El plebiscito de diciembre tendrá lugar en medio de uno de los momentos menos auspiciosos del país en mucho tiempo, a lo que cabe añadir un escenario mundial que se ha vuelto de suyo inquietante. Este año se está cumpliendo una década de casi nulo crecimiento económico y nada indica que ese declive vaya a revertirse en un plazo previsible. Al contrario, si la situación mundial empeorara próximamente -una perspectiva cuya probabilidad no es marginal- nos encontraría en una posición vulnerable como ninguna que hayamos tenido desde la recuperación de la democracia en 1990.
Las proyecciones indican que el gobierno del Presidente Boric se convertirá, junto al segundo de Michelle Bachelet, en el de menor crecimiento de las nueve administraciones que han gobernado el país desde entonces. Así como van las cosas el promedio de sus cuatro años podría ser incluso inferior al 1,8% del gobierno de la Nueva Mayoría, cuando -todo hay que decirlo- comenzaron a gestarse las condiciones para el estallido social que tendría lugar en 2019.
En el sombrío cuadro en el que nos desenvolvemos actualmente, un eventual rechazo a la Carta Fundamental elaborada por el Consejo Constitucional tendría, esta vez sí, profundos efectos entre nosotros. Mientras los damnificados del sonoro rechazo a la propuesta de la Convención Constitucional fueron principalmente el gobierno del Presidente Boric y la nueva izquierda, y no mucho más, las consecuencias ahora las experimentaría el país en su conjunto y podrían ser mucho más severas de lo que imaginan quienes se inclinan por esa opción.
Por una parte, se mantendría la incertidumbre institucional -justo lo que la economía no necesita para recuperarse de la depresión secular en que se encuentra. Y, por otra, se conservaría intocado el fallido sistema político que nos gobierna, sobre todo el parlamentario, cuya urgente reparación quedaría postergada por un lapso que podría ser peligrosamente largo.
La aprobación de una nueva Carta Magna en diciembre y la elección de un gobierno pro-crecimiento en 2025 es, en cambio, una combinación que podría permitirle al país salir del atolladero de bajo crecimiento y anomia en el que se encuentra.
Chile requiere cerrar el ciclo que frenó su camino al desarrollo, para iniciar uno nuevo que lo reponga en la senda que transitó virtuosamente durante los añorados “treinta años”. Pero bastaría que una de esas oportunidades se perdiera -la del plebiscito o la próxima elección presidencial- para que nos quedáramos definitivamente varados a la vera del camino. Los chilenos no resistirían impávidamente un nuevo período como el que hemos vivido estos años, cuando el sueño del país desarrollado se nos escurrió miserablemente entre las manos. Pero para evitarlo deberán votar en consecuencia en las dos elecciones que se vienen por delante -la primera está a la vuelta de la esquina-, para darle un golpe de timón al incierto rumbo que llevamos.
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Excelente!