El primer debate presidencial en que participaron los ocho candidatos que aspiran a llegar a La Moneda, realizado el 28 de septiembre pasado, dejó gusto a poco. Al especial formato elegido por la Asociación Nacional de Prensa, se sumó una falta de confrontación de ideas y programas. Si bien es cierto que se dio a los candidatos la posibilidad de emplazarse unos a otros, la instancia estuvo lejos de lo que se podría calificar como un debate dinámico, que permitiera a los espectadores disfrutar con un intercambio de ideas y contraste de posturas.

En la práctica, el formato no permitió a los candidatos presentar sus respectivas visiones de sociedad y sus propuestas. Quizá en esto influya el hecho de que son demasiados postulantes, lo que evita una confrontación más clara (recordemos a Trump versus Clinton en Estados Unidos). Además, de alguna manera el formato adoptado por la ANP fue como volver a presentar la instancia del debate presidencial como una serie de entrevistas paralelas, en que los candidatos podían -si lo deseaban- interpelar a sus contrincantes. Un problema al parecer no previsto fue que, por distintas razones de estrategia y de campaña, los candidatos decidieron utilizar el espacio del debate para hablar a sus bases electorales más que para desafiarse entre ellos.

Por supuesto que no se trata de convertir el debate en un espectáculo televisado de enfrentamiento total y sin cuartel entre los postulantes, porque además de no ser del agrado del votante chileno, en poco contribuiría a elevar el nivel de la política nacional. Pero sí podríamos esperar una sana confrontación de ideas, en un plano respetuoso delimitado por la amistad cívica republicana que debe existir en una democracia sana y madura. En esto debemos ser categóricos: debatir en política jamás puede significar faltar el respeto al contrincante, descalificarlo ni mentir para dejarlo mal.

Otro aspecto, a lo menos curioso, fue la recurrente presencia de temas del pasado en un debate que, atendido el contexto de este año electoral y lo que está en juego, debería estar centrado principalmente en el futuro de Chile. Resulta complejo tratar de incentivar la participación de las nuevas generaciones si la clase política sigue dedicada a hechos ocurridos hace 40 años. En algunos parece más un recurso fácil ante la falta de argumentos y propuestas. No hay duda de que el acento debería estar en los desafíos que enfrenta el país y en cómo abordarlos de la mejor manera; así como también en la visión y rumbo que se quiere dar a Chile para los próximos 50 años.

¿Qué impacto tendrá el primer debate en esta primera etapa de la carrera presidencial? Probablemente muy poco, y esto puede estar relacionado con la baja sintonía que alcanzó la transmisión (2 o 3 puntos). Para que el debate genere un mayor impacto se deben considerar otros factores, como el formato, el horario de transmisión y la cercanía con la fecha de la elección. Después de este encuentro las encuestas prácticamente no se han movido, lo que refleja su poca relevancia.

Por lo pronto, quienes rechazamos el populismo y la profundización de las malas reformas y queremos una alternativa democrática y de progreso para el futuro de Chile, sabemos que es necesario aprovechar cada oportunidad para confrontar la realidad con el discurso y la retórica populistas. Y en este sentido, si bien los debates no son la única instancia para ello, ni mucho menos la de más impacto en los votantes, sí vale la pena aprovechar estas oportunidades con sabiduría y decisión. Después de todo, el país espera un proyecto de progreso y es nuestra obligación ofrecerle uno, tras años de estancamiento.

 

Julio Isamit, coordinador político Republicanos

 

 

FOTO: YVO SALINAS/AGENCIAUNO

 

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