Un reciente estudio del Observatorio Venezolano de Violencia afirmó que Venezuela -medido en homicidios- podría convertirse en el país más violento de Latinoamérica. Triste record que preocupa, pero que no dice nada nuevo, salvo constatar una realidad y actualizar las escalofriantes cifras: 27.875 muertes violentas en el año que termina, lo que significan una tasa de 90 muertos por cada 100.000 habitantes.

Personalmente, he recorrido las calles de Caracas siendo rehén del miedo instalado. Las advertencias sobre qué hacer y dónde ir comienzan antes de tomar el avión y se palpan apenas se aterriza en el Aeropuerto Internacional Simón Bolivar. De ahí, un tenso y largo recorrido hasta el hotel, advertido por el chofer que no saque el celular, pues cualquiera de esas motocicletas que rodean el carro pueden sacar un arma y disparar. Sensación de intranquilidad que no cesa al llegar al destino, pues junto a la bienvenida pueden ofrecernos servicios de guarda espalda y chofer con auto blindado. ¿No será mucho para un simple viajero?

El Índice Global de Paz –publicado en junio del 2015- ubicó al citado país como uno de los más convulsionados del continente, factor incrementado por la delincuencia, inestabilidad política y manifestaciones violentas. Pero, ¿qué esperar, cuando el propio Presidente Maduro amenazó antes de las elecciones con salir él mismo a las calles pidiendo a la gente que rezara “para que haya paz”?

Mal de muchos consuelo de pocos, porque mientras tanto El Salvador y Honduras, que tristemente han liderado estos rankings acompañados por Colombia y México, sacan dividendos políticos.

¿Por qué somos un continente violento?

A comienzos de 2015, Forbes presentó un listado con las 50 ciudades más violentas del mundo, el cual fue encabezado en sus primeros cinco puestos por urbes latinoamericanas: San Pedro Sula, Honduras; Caracas, Venezuela; Acapulco, México; Joao Pessoa, Brasil y Distrito Central, Honduras. Del total, solo tres son extra continentales y están en Sudáfrica. Otras cuatro extra latinoamericanas están en Estados Unidos, sin embargo las 10 primeras son todas del vecindario.

Dar una explicación a esta realidad es difícil, especialmente cuando acá no hay guerras y donde tampoco es sólo cuestión de homicidios por delincuencia o crimen organizado, sino que además lideramos indicadores de violencia contra la mujer y los niños.

El profesor de la Universidad de Princeton Miguel Angel Centeno publicó en el 2002 un libro titulado Blood and Debt. War and the Nation-State Latin America, en el que asocia la violencia organizada con la inestabilidad institucional, pero cuya consecuencia es que las guerras entre estados sean infrecuentes. Tesis polémica, pero lo que sí es claro es que en nuestro vecindario ha existido una exacerbación del odio y la violencia, primero verbal y luego físico.

Más de alguien aludirá a que es un problema económico. Qué duda cabe, pero ni se justifica ni es determinante. Creo que es fundamentalmente cultural.

Lo que sí es cierto, es que estos temas obligan a plantearse cuál es el rol de las Fuerzas Armadas en la seguridad latinoamericana en estos temas de orden, violencia y paz regional. No lo tengo resuelto, ni mucho menos estoy planteando que sean éstas las que deban hacerse cargo del tema. Lo que sí es necesario es observar qué ha ocurrido en México, Guatemala, El Salvador, Colombia y Brasil.

El siglo XXI nos coloca en una sociedad planetaria fascinante, pero ¿más peligrosa? No es cuestión de viajar ni asistir a eventos de categoría mundial para sentirnos inseguros. Un concierto local, un partido de fútbol o estacionar el auto en la puerta del hogar nos pueden provocar temor.

A la luz de la realidad regional, a veces me pregunto: ¿cuánta libertad estoy dispuesto a sacrificar por más seguridad? Un tema complejo, pero que bien vale la pena conversar.

 

Angel Soto, Profesor UANDES e investigador del CEEAG y CEUSS. Coautor del libro “Orden Violencia y Paz. Ejércitos Latinoamericanos en el siglo XXI”.

 

 

FOTO: FRANCISCO CASTILLO/AGENCIAUNO

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