En medio de la peligrosa combinación entre la inexperiencia desatendida y el buenondismo improvisado que ha recorrido al Palacio de La Moneda en los últimos 150 días, se esconde una de las mayores taras de nuestro tiempo: la incapacidad absoluta de pedir perdón.

El impasse del viernes pasado de la ministra del Interior Izkia Siches en la Cámara de Diputados es la última muestra de aquello. Al estar exponiendo los argumentos para que los parlamentarios aceptaran extender el Estado de Excepción Constitucional en la Macrozona Sur y esquivando dar respuesta a los cuestionamientos sobre la completa inacción del Ejecutivo, la secretaria señaló que pareciera que algunos de los presentes “se pegaron en la cabeza” por hacerla repetir cada dos semanas las mismas explicaciones.

Lo cierto es que, tras la inmediata molestia de los legisladores y un llamado de atención de la mesa, Siches señaló que “si usted solicita que me retracte de esas palabras, lo hago y no tengo ningún problema”… Es decir, no hay conciencia de lo dicho y menos arrepentimiento, pero si se le pide, la ministra era capaz de retirar lo señalado. 

Ante el creciente malestar y tras suspenderse un buen rato la sesión, la secretaria de Estado pidió disculpas y señaló que “mi frase fue desafortunada porque claramente tuvo una interpretación que no quise darle”. Entiéndase bien: Siches no reconoce el error en sus declaraciones, sino que sindica el problema en la interpretación que se hizo de estas. El error, finalmente, está en quienes entendieron mal. 

Esta no es la primera vez que la ministra Izkia Siches se disculpa sin pedir perdón.

En abril de este año, frente a la Comisión de Seguridad Pública del Congreso, la ministra declaró que en el gobierno de Sebastián Piñera un avión con migrantes expulsados retornó a Chile con todos sus pasajeros, ironizando con la capacidad del entonces gobierno para cubrir el rastro de aquello e insinuando que se desconocía el paradero de los extranjeros.

A las pocas horas, la ministra, parapetada en su cuenta de Twitter, pidió disculpas por haber emitido “información incorrecta”. Lo cierto, es que la información más que incorrecta era abiertamente falsa y la ministra ya la había compartido en medios locales del norte del país antes de hacerlo ante el Legislativo y ante las cámaras. Pero un tweet pareció suficiente para pedir disculpas y no perdón.

Esta práctica venía de antes. En diciembre, tras el mal trato del candidato Boric a un periodista a la salida del debate de ANATEL, la entonces jefa de campaña, Izkia Siches, señaló que le pedía “disculpas” al comunicador para luego excusarse al sacar la carta del candidato de carne y hueso que ha sido constantemente atacado y sometido al escrutinio público.

Incluso antes, siendo presidenta del Colegio Médico y luego de decir en el podcast La Cosa Nostra que quienes gobernaban entonces eran “infelices”, “nefastos” y “nos caen como las pelotas”, Siches pidió disculpas por un “error en la elección de las palabras empleadas”. La equivocación, esta vez, estuvo puntualmente a la hora de escoger palabras, no en insultar a la autoridad.          

En fin, lo anterior es sólo un botón de muestra de un signo de los tiempos y que no solo afecta a la ministra Siches, desde luego. Se ha perdido toda habilidad de pedir realmente perdón y, en cambio, se ha desarrollado toda una gimnasia argumentativa para pedir simples disculpas por un error que, en lo profundo, no es propio.

Hace algunos años, en la revista científica Negotiation and Conflict Management Research, se publicaron los resultados de una investigación sobre cómo pedir perdón si de verdad se quiere ser perdonado.

Entre otras cosas, lo primero que se indica ahí es que no basta con un escueto comentario en redes sociales. Lo que de verdad se necesita para pedir perdón de manera efectiva es (1) expresar el pesar por la falta, sin pensar que hacerlo nos hará ver débiles; (2) explicar en detalle y a los ojos el error por el que se siente arrepentimiento; (3) reconocer la responsabilidad y la autoría de lo sucedido; (4) declarar abiertamente arrepentimiento; (5) ofrecer algún tipo de reparación, dependiendo del error; y (6), vaya dificultad, pedir perdón.

Como se puede ver, los cuatro episodios antes descritos protagonizados por la ministra del Interior carecen prácticamente de todos los aspectos básicos para demostrar ante los demás –y uno mismo– que auténticamente se está arrepentido y lo que se quiere es ser perdonado. A cambio, se solicitan escusas por errores ajenos o mecánicos.

Disculpas, sin perdón.

Sorry not sorry.     

*Alberto López-Hermida es periodista, Director de la Escuela de Periodismo de la U. Finis Terrae.

Alberto López-Hermida

Periodista. Director de la Escuela de Periodismo de la U. Finis Terrae

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