Agosto es el mes de la solidaridad, uno de los pilares fundamentales de la sociedad, ya que comprende situar al individuo al servicio del bien común. La solidaridad es, además, una actitud, un modo de empeñarse en el bien de todos, tratando de armonizar los bienes particulares con los generales. ¿Somos los chilenos solidarios?  La primera reacción es decir que sí; pero pareciera que en algunos ámbitos no tanto, ya que hemos experimentado muestras en donde el interés particular de algunos sectores prima sobre el bienestar general. Es por esto que, en esta oportunidad, deseo centrarme en la falta de solidaridad que se observa en la discusión sobre educación.

Un primer ejemplo manifiesto de falta de solidaridad fue el paro de profesores que se perpetuó durante 57 días, afectando casi al 93% de las familias chilenas cuyos hijos asisten a colegios públicos. El paro extendido no fue solidario, especialmente con los más vulnerables, sino un lamentable voluntarismo mal entendido.

La falta de solidaridad se advierte, también, en la priorización de temas que han consumido el debate, dejándose de lado un elemento que es de suma relevancia en nuestro camino hacia el desarrollo: la educación preescolar. Esencial para fortalecer el destino de por vida de todas las personas.

¿Adónde, desde que comenzó la discusión, se ha manifestado con decisión que la educación preescolar debe ser una prioridad? Poco la verdad; salvo honrosas excepciones de académicos y técnicos, cuyos estudios confirman que la rentabilidad de intervenir tempranamente es alta, ya que la desigualdad en esta etapa de la educación repercutirá a lo largo de toda la vida de un individuo. ¿Qué más solidario que entregar este legado a nuestros niños, sin importar la cuna de la cual provengan? Pareciera haber poco eco en los oídos de quienes toman las decisiones educativas en el espacio público.

Por último, hemos estado enfrascados en un constante tira y afloja en torno a reformar nuestro sistema de educativo. Tema neurálgico que se ha enquistado por años en la agenda y que todavía, a pesar de diversas medidas transversales, no logra ser una herramienta para recomponer las brechas sociales que se registran en el país y que debiese, por fin, permitirnos dar un salto cualitativo.

James J. Heckman (Premio Nobel de Economía en el 2000), es una de la voces autorizadas, a nivel mundial, para hablar sobre educación y desarrollo humano. Junto a un equipo de economistas, psicólogos, estadísticos y neurocientíficos ha demostrado a cabalidad, a través de la “Ecuación de Heckman”, que el desarrollo durante la primera infancia (desde el nacimiento hasta los cinco años) influye directamente sobre la economía, la salud y las consecuencias sociales para los individuos y la sociedad poniendo énfasis sobre todo en aquellos niños en situación de vulnerabilidad.

Por lo tanto, una robusta reforma en educación debiese contemplar las necesidades de aquellas familias que no cuentan con los recursos educativos, sociales y económicos necesarios para estimular, a través del desarrollo temprano, a sus niños.

Además, invertir en educación, durante la primera infancia es una estrategia rentable e integral para el impulso del crecimiento país, logrando que cada una de las personas pueda potenciar sus capacidades.

“Los hombres construimos demasiados muros y no suficientes puentes”, expresó Isaac Newton. Este pensamiento conlleva a reflexionar sobre cuáles debiesen ser los puentes que las políticas sociales desean construir, las que, por una parte, debiesen promover mayor equidad, a la vez que cumplen con satisfacer las necesidades transversales dentro de una sociedad.

Agosto es el mes de la solidaridad. No perdamos la oportunidad de consolidar, a través de un esfuerzo mancomunado, la ecuación por la cual ella subsiste. El mejor puente para lograrlo sería anteponer los mayores esfuerzos en la educación preescolar.

 

Paula Schmidt, historiadora y periodista Fundación Voces Católicas.

 

 

FRANCISCO ZUÑIGA/AGENCIAUNO

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